El personal auxiliar, y 2

03-05-2010.
María Garrido Sánchez
Una tarde de mayo del año 2000, charlamos con María.
Nacida el 30 de mayo de 1918, entró a trabajar en Safa en el año 1950 y se jubiló en 1983. Recuerda las tremendas dificultades de aquellos tiempos en la lavandería. Lavaban a mano, en una alberca y después en un pilar que hicieron dentro de los jardines. En los inviernos tenían que romper la capa de hielo que cubría las aguas. Luego pasó a la ropería, para quedarse en su última etapa en la limpieza del colegio.

Nombra a los numerosos niños, que la guerra había dejado huérfanos, y que encontraron aquí su hogar. Sus paseos los domingos, perfectamente uniformados y en fila de dos en dos. No olvida las fiestas en la onomástica del padre Fernando Pérez, con una comida especial y numerosos juegos en el patio. María murió en octubre del año 2000. Sobre Fuensanta y María, escribía, Ricardo Taboada:
«Estas dos mujeres que se han ido al unísono para siempre, que han sabido mirar a los ojos a los niños y arroparlos con mimo, bien se merecen una recompensa. Esta es el agradecimiento que seguro le dedican quienes las conocieron, porque su recuerdo vivirá en silencio en cada rincón de las Escuelas, en el de muchos corazones, y sus espíritus nos servirán para valorar hoy a todos aquellos, que como ellas, se han dedicado a servir al prójimo con humildad. Por consiguiente, su esfuerzo no fue estéril, sirve de aliciente para muchos de los que vivimos próximos a niños o jóvenes».
Luis García López, el «Jardinero»
Luis, nacido el 16 de octubre de 1916, comenzó a trabajar en el año 1931 con don Juan Ambrosio Benavides y su mujer, doña Catalina Bueno Bueno. El edificio, situado en la calle Fuensanta, 33, debía estar terminado por el año 1928. Fue un jardinero, llamado Joaquín, quien colocó a Luis en este lugar, sin conocer al dueño. Le daba una hatería ‘provisión de víveres’ de 15 celemines de trigo, dos de garbanzos, un cuarterón de aceite y cinco duros al mes.
Estuvo como jardinero aquí hasta el año 1934, en que marchó a Úbeda para trabajar con una hija de don Juan Ambrosio Benavides. Regresó a la localidad en 1935, hasta que dio comienzo la guerra civil. En este palacete estuvo instalada la llamada Casa de la Salud. Tras la finalización de la guerra civil, volvió a este trabajo, y doña Carmen le responsabilizó del cuidado del jardín.
Como primeros maestros que llegaron, él recuerda a don Mateo, don Jesús, don Obdulio, el padre Aldama…
Iniciaron el internado, primeramente con unos pocos alumnos, la mayoría huérfanos, hasta llegar a los 75.
Las dificultades económicas en los primeros años fueron tremendas. La comida a base de repetir garbanzos, lentejas y, como postre, higos secos.
Uno de los lujos que se permitieron fue la excursión anual, generalmente a Peña Halcón, paraje situado en las proximidades de Siles. Cansados y aburridos del mismo lugar, cambiaron a Río Madera y allí, además del paisaje, encontraron a un guarda que tenía un hijo en el internado.
Al bajar del camión los cajones con los bocadillos, el guarda les indicó que aquel día comerían caliente y el hombre les hizo una excelente paella y mató varios pollos de los que cuidaba en su corral y que colmaron de felicidad a los famélicos muchachos. En adelante, ya decían los alumnos «Peña Halcón, no; Río Madera, sí».
Recuerda con cariño al padre Pérez, del que dice que al clausurar el internado quedó muy afectado. Luis se jubiló en el mes de junio de 1983, tras una intensa vida entregada a esta Institución.
Juana Ruiz González
Nos muestra una foto, en sepia, de los años 50, del equipo de matanceras. Era un soporte a la débil despensa de los colegios o casas: la matanza de uno o varios cerdos. En el internado llegaban a matar de ocho a diez cerdos, cada año. Los productos obtenidos servían para que, durante una temporada, se llenase la vacía despensa de los innumerables beneficios que reportaba la matanza y ofrecer a los niños los embutidos y alimentos obtenidos. Cuando estaban iniciando las labores preparatorias de la matanza, Fuensanta siempre llegaba, pidiendo una voluntaria para rezar el rosario. Juana se levantaba rápidamente, y así evitaba participar en el pelado, tan temido, de las cebollas.
Juana estaba en el cuarto de costura, junto a Gregoria Manjón, Dolores y Matilde. Se ocupaban de coser los trajes para todos los alumnos internos, pantalones, camisas y chaquetas que les cortaba el sastre de la calle Vera-Cruz.
Recuerda que ganaba dos pesetas diarias y la comida. Habla de la bondad del padre Pardo.
En la cocina, destaca la labor de Teresa y María; y la de Francisco Manjón en el taller de carpintería.
Un documento de 1958 cita como cocineras a Carmen Sánchez y María Garrido, como limpiadora a Carmen Medina, como costureras a María Usero y Juana Navarrete y como telefonistas a Emilio Miranda (fijo) y Pedro Martínez en el turno de noche. No hemos encontrado datos sobre los zapateros, que estuvieron durante algún periodo en la parte inferior derecha, junto a la entrada principal.

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