¡Ay, algunos hospitales y algunos médicos!

19-02-2010.
Siento la grave obligación moral de rebelarme contra el juego perdedor del enfermo en los hospitales ante el personal médico y paramédico. Es un juego social abusivo y añadiré que no se trata de un fenómeno hispánico ya que lo he constatado en diferentes países. Por eso el mal es tan radical. No se debe a la idiosincrasia particular de tal o cual país. Es un problema humano, social o institucional, como se le quiera llamar. Por eso no lo circunscriben las fronteras.

La interacción médico‑enfermo es causa a veces de muchos sufrimientos morales para los pacientes. Son víctimas de faltas del más elemental respeto a la persona, cuando no de una auténtica degradación de la persona y de su dignidad. Deseo, si no denunciar, al menos someter unas reflexiones a la crítica del lector.
Es difícil hablar con justicia y ponderación sobre este tema ‑y es penoso‑, porque entre el personal de salud hay profesionales excelentes y hasta heroicos que son un ejemplo para la humanidad. Y eso hay que recalcarlo también. Pero, por otra parte, son demasiados los silencios de los enfermos y sus miedos a la inatención y el desinterés como represalia. Miedos, en muchas ocasiones, probablemente infundados. La entrada en la mecánica fatal del hospital.
Para algunos enfermos que sufren de una enfermedad grave, y quizás de diagnóstico difícil, entrar en un hospital es entrar en un dédalo kafkiano en el que se pierden, porque nada comprenden de él. Tienen que dejar en la puerta de entrada su capacidad lógica y, lo que es peor, su autonomía. Personal de diferentes categorías, servicios con competencias que no son claras ni evidentes para el recién llegado. Requerimiento de confianza absoluta y ciega, tal como no se pide en ninguna otra institución de la sociedad, si no es quizás en el ejército y supongo que en los monasterios de monjas de corte decimonónico.
Hospitales, donde además te invade una terrible impresión de taylorismo irresponsable de fábrica. Una macchina infernale. Soledad, desatención, improvisaciones… (Y ¡qué precios!, aunque los pague el seguro).
Los hospitales modernos tienden a ser una empresa como otra cualquiera. Pero con dos diferencias mayores. La empresa está organizada para ofrecer al cliente los productos y servicios de la mejor calidad, no para la gloria y el confort de la dirección. Si así fuera en los hospitales, habría que organizar la “producción” en torno a los enfermos y para su mejor servicio. No en torno al personal médico y paramédico. Una prueba de lo que digo son las intolerables esperas de los enfermos, frecuentemente fútiles e injustificadas, como es tan fácil de comprobar en el funcionamiento diario de la máquina hospitalaria.
La segunda diferencia con la empresa es el enorme despilfarro del dinero público y la falta del sentido de la gestión económica de los recursos materiales y humanos.
De nuevo me veo obligado a evocar la extraordinaria dedicación, sensibilidad y competencia de algún personal. Pero también, las derivas de la burocracia llevadas al extremo, los abusos del poder y el contagio autoritario tan extendido.
Abusos y desviaciones
Destacaré tres amenazas para el ejercicio vocacional de la profesión médica: el abuso del Poder, el abuso del Tiempo, la atracción del Dinero.
Los abusos del Poder
Razones principales:
1. El inmenso poder del médico, casi de vida y muerte, agrandado seguramente por la imaginación del enfermo, que extiende ese poder sin distinción clara al personal hospitalario. Un poder reforzado intensamente por el miedo al dolor y la muerte, el sentimiento más intenso que el cerebro humano puede experimentar.
2. El desequilibrio normal de conocimientos teóricos en el campo de la medicina entre médico y paciente. El médico padece la casi irresistible tentación de arrogancia, de una manera como se ve en otras pocas profesiones. Puede llegar a confundir su superioridad en el campo preciso de su competencia, con una superioridad personal en todos los dominios. La impenetrable alambrada eléctrica del vocabulario técnico y el misterio de que está rodeado el saber médico agrandan la distancia entre paciente y médico y desequilibra tremendamente la relación de poder. En esas condiciones, el juego es injusto ya de principio.
3. El desequilibrio de poder se manifiesta de manera muy común en las técnicas y maneras del uso del control de la comunicación en la interacción médico‑paciente, en particular en la consulta. (Ver al respecto, por ejemplo, la comunicación de la Escuela de Palo Alto). Es frecuente que el médico viole las reglas más elementales de ética que gobiernan los procesos de comunicación con el Otro (1).
4. Dificultad de admitir por parte del médico el concepto más moderno de partnership ‘consorcio’ con el enfermo para la resolución conjunta del problema. No todos aceptan con agrado que su paciente se haya informado antes en internet o en la información médica (2).
5. Dificultad frecuente del médico para admitir sus propias limitaciones y fallos, especialmente para canalizar al enfermo prontamente a otros profesionales más especializados. Un falso pretexto que se dan algunos es que la confianza del paciente favorece su curación.
Los abusos del Tiempo
Otra de las manifestaciones más corrientes de una interacción sesgada es el abuso del tiempo del paciente. Que lo admitan o no los médicos, el paciente es un cliente con el que se ha cerrado un contrato económico, según el cual, el médico vende su tiempo, ya que no siempre está a su alcance vender la salud. Pero, demasiadas veces, el tiempo del paciente se valora y se respeta poco o nada.
La atracción del Dinero
Hay mucha hipocresía en lo que toca al dinero.
El tablero que sigue corresponde a un sondeo realizado entre estudiantes de los últimos años de carrera en diferentes Facultades, en una Universidad centroeuropea. A partir de los datos brutos, se ha realizado un análisis en Componentes Principales. Dada la talla y la representatividad de la muestra, estos resultados no tienen más valor científico que el de un ejercicio realizado en el contexto de la materia Estadística, con fines pedagógicos. Sin embargo, y hechas esas salvedades, es curioso notar, entre otras cosas, que el perfil de las motivaciones, el interés de los estudiantes de Medicina por el dinero es casi tan alto como en los estudiantes de ciencias empresariales.
Pesos medios de las motivaciones (sobre los ejes principales)
 
 
*Medicina
*Empresariales
Teología
Ciencias
Prestigio social
moderado
alto/muy alto
alto
moderado/bajo
Dinero
alto
alto/muy alto
bajo
moderado
Servir a la humanidad
moderado
moderado/bajo
alto/muy alto
moderado/bajo
Amoralaciencia
alto
bajo
moderado
alto/muy alto
 
Se ha de llamar la atención sobre el gran peligro que supone, para el bienestar de la sociedad, la deriva mercantilista de las prácticas médicas. No es aquí lugar de entrar en discusión sobre la posible justificación de los altísimos ingresos de ciertos especialistas en determinadas áreas médicas. En todas las profesiones es lícito que el trabajo sea bien recompensado. Pero en algunas, la vocación y el espíritu de servicio debieran ser predominantes. La profesión médica no es una profesión cualquiera. Tan inaceptable es un médico sin motivación profundamente humanista como un sacerdote o un político sin vocación; o una profesora de enseñanza primaria sin cariño hacia los niños. (Una nota curiosa: es sorprendente el enorme respeto de los médicos por los pacientes ricos y famosos).
Un juego perdedor para el enfermo
Resumiendo. Demasiado silencio y demasiado miedo para protestar. Por eso, es una obligación ineludible denunciar el juego perdedor en la interacción médico‑enfermo. Hay que hacerlo, porque hay mucho sufrimiento y mucha humillación de por medio, aunque haya justos entre el personal de la salud, que se salvan con honores de estas plagas tan extendidas, como son el abuso del Poder, el abuso del Tiempo y la atracción del Dinero.
¿Qué soluciones proponer ante esta interacción tan desequilibrada y tan penosa para tantas personas y que se repite cada día en todos los rincones del mundo?
La judicialización que se está propagando desde los EE UU a Europa, ¿es una solución? No creo que ahí resida la respuesta definitiva. De ello y de otras soluciones hablaremos en un artículo próximo. Pero entre tanto, para terminar este artículo, el mejor consejo que se puede dar al lector es que evite entrar en el juego de la interacción médico‑paciente, conservándose en buena salud.
Nota filosófica al margen
Quizás el mal en profundidad radica en el miedo a la muerte del hombre moderno. Un miedo que no se declara ni se analiza, ni pertenece al acervo de las ideas comunes que se barajan y se debaten en público. Pero que es un temor sordo, generalizado, que se esconde tras los colosales presupuestos de la salud pública; en particular, los gastos destinados a prolongar inútil y dolorosamente las batallas ‑perdidas de antemano‑ que se libran en los últimos meses de la vida.
El miedo viene de que falta en nuestra conciencia colectiva una sabia y sana filosofía de la muerte y su aceptación como término inevitable de toda existencia. Es un concepto ciertamente que no cabe al lado de los conceptos “eje” que gobiernan nuestra sociedad y nuestros comportamientos, como son la competición, el éxito, el progreso, la juventud, la moda, etc.
Pero a la muerte no se la puede ignorar, porque es la certeza más absoluta del futuro de cada uno. Hay que saberla afrontar muy pronto. Incluirla entre nuestros horizontes, tanto la muerte nuestra personal como la de los seres que queremos. Séneca escribía: «Durante toda la vida hay que aprender a vivir, y lo que te parecerá más sorprendente, aprender a morir”. Tota vita discendum est mori (De brevitate vitae, VII, 3). Hay que aprender a morir durante toda la vida. Para Sócrates esa es la finalidad de la filosofía.
Tiempos hubo en que la religión ayudaba a aceptar la idea de la muerte. Hoy es una idea molesta que no se acepta en el discurso común. La ha proscrito el espíritu del tiempo. Y es un tremendo error.
Notas
(1) Véase en este mismo sitio web mi precedente artículo: “La interacción Médico-Paciente” (I).
(2) Claro está que no olvidamos, en disculpa de los médicos, que algunos pacientes se nutren de dudosa información en revistas y magazines y creen por ello saberlo todo y criticar todo. Pero no siempre es el caso.

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