06-02-2010.
El profesor Nacho García-Abrasolo disertó sobre el Ecologismo cristiano en el centro Guadalmena. Biólogo, docente y enamorado de la ornitología, el profesor García-Abrasolo inició su intervención definiendo y diferenciando los términos ecología y ecologismo.
Así, mientras que con la ecología nos encontramos con una ciencia moderna ‑dado que aparece y empieza a estudiarse como disciplina en la segunda mitad del siglo pasado, definida como el estudio de la interrelación entre los seres vivos y su incidencia en el medio natural, y que como tal ciencia no tiene ninguna calificación moral salvo la derivada del uso que se quiera hacer de ella‑, el ecologismo, por su parte, es el principio filosófico que rige a un concreto modo de vida y, como toda filosofía, trata de conducir la mentalidad de las personas; o dicho de otro modo: se ha hecho una filosofía con lo que la ecología, como ciencia, ha descubierto.
García-Abrasolo, a lo largo de su intervención, desarrolló el concepto de visión cristiana de la ecología, resaltando que «como toda visión cristiana, de toda ciencia, es razonable porque viene de Dios; la razón es un don de Dios y lo que no es de Dios no es razonable». La ecología cristiana la encontramos en la Biblia, en la misma revelación de Dios: «desde el principio hay una clara manifestación de que vivimos en un mundo creado; somos criaturas inmersas en la naturaleza y no somos ajenos ni podemos ser indiferentes a lo que se haga de ella».
Asimismo, se manifestó en contra de la «utilización política y oportunista» de la ecología y denunció a los grupos ecologistas que consideran al hombre como un simple ser más de la Creación; algo que calificó de «auténtica barbaridad», ya que la ley que rige la naturaleza es «comer y no ser comido».
También criticó la política antinuclear llevada a cabo en España: «cuando estamos pagando a Francia 50 000 euros diarios para que nos recojan los residuos nucleares». Resaltó la actitud hipócrita de quienes dicen estar a favor de la vida y se muestran partidarios del aborto y la eutanasia. Destacó que la Creación, la naturaleza, fue hecha para el hombre, que fue colocado en medio de ella como administrador: «estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y responsables ante Él de su cuidado y conservación, por lo que hemos de continuar la labor creadora de la misma, usar sus bienes razonablemente y nunca actuar como destructores».
El conferenciante abordó la última parte de su intervención con la proyección de un DVD en el que destacan algunas declaraciones de Juan Pablo II, quien consideraba que al problema ecológico hay que aplicar no sólo soluciones tecnológicas sino principalmente éticas. El Papa englobaba los problemas ecológicos como parte de un problema mayor, en el que se encuentra el debate de la manipulación genética, ambiental, de salud humana y la solidaridad. Subrayaba Juan Pablo II la urgente necesidad de educar sobre la responsabilidad ecológica, sobre nosotros mismos y con el Medio Ambiente. Asimismo, insistía en revisar nuestros estilos de vida, marcados por el eretismo ‘Exaltación de las propiedades vitales de un órgano’. y el consumismo, indiferentes al daño que provocamos sobre el ambiente.
La belleza y perfección que contemplamos en la naturaleza son un reflejo evidente de quien la ha creado; son una analogía del Creador que permite maravillarnos de su obra. La Sagrada Escritura nos ofrece múltiples testimonios del sentido metafórico del mundo. Resulta un recurso imprescindible para el conocimiento natural de Dios. El mundo es intrínsicamente bueno. El Génesis repite con insistencia, en el relato de la Creación, que Dios «lo vio como bueno», por tanto no puede considerarse como antagónico a los humanos, porque en el diseño original de Dios ambos se complementan.
La conservación ambiental también es un punto de encuentro en el diálogo con otras confesiones cristianas y otras religiones. En este sentido, merece especial atención la declaración conjunta firmada por Juan Pablo II y el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, en el año 2002, en donde se mostraba la preocupación de las dos grandes iglesias por recuperar el equilibrio entre el hombre y la naturaleza, mediante una nueva conversión hacia Dios que garantizaría, en última instancia, la propia supervivencia del hombre.