Lluvia: gozo y hastío

20-01-2010.
Las hogueras de San Antón del pasado sábado ponían punto final a las fiestas de Navidad y Año Nuevo, según el refranero popular, que reza de esta guisa: «Hasta San Antón, Pascuas son». Se cierra así, un año más, un ciclo festivo que en lo religioso tiene por protagonista al mismo Dios hecho hombre, mediante su nacimiento en el portal de Belén, aglutinando en torno a esta conmemoración a lo más preciado de nuestra convivencia en comunidad: la familia.

En lo material, pujamos en ponderar cuatro banalidades que satisfagan nuestras legítimas apetencias terrenales, como pueden ser unos menús sofisticadamente complicados, proliferación de regalos que dejan los bolsillos exhaustos, felicitaciones entusiastas y de redacción rebuscada, y un sin fin de manifestaciones afectivas con vocación memorable. Administración y entidades públicas y privadas se suman a la conmemoración, aportando actividades y elementos decorativos cada día más perfeccionados, muchas veces con la pretensión de marcar hitos de referencia para años venideros, como es el caso de los belenes de distintas modalidades, cabalgata de Reyes Magos, o alumbrado espectacular. Y, ciertamente, este año hay que felicitar, a quien corresponda, por el Belén viviente (o medio viviente, a juzgar por la estoicidad de parte de los personajes); también por el alumbrado especial, con el que una vez más se ha tenido la sensibilidad de usar lámparas de bajo consumo; por la cabalgata de Reyes Magos, donde “Sus Majestades” ya van aprendiendo que su misión no es meter la cabeza en el cajón de los caramelos, sino lanzar saludos y sonrisas a los niños que los contemplan atónitos.
Pues bien, si hubiera que señalar un hito, una referencia que marque la Navidad de 2009, no sería nada de lo dicho hasta ahora. Si hubiera que elegir un protagonista de las Navidades que acaban de pasar, ese sería el agua. Ha llovido a placer y sin contemplaciones, y nos ha llegado el agua hasta la coronilla. Y vamos a dejar a un lado su incidencia en el medio rural porque daría para escribir una novela, mitad gozosa y mitad dramática. Como siempre, nunca llueve a gusto de todos.
En el medio urbano, el exceso de agua caída ha dejado al descubierto la enorme chapuza de las obras de la calle Mesones, o dicho en ubedí clásico: ha dejado con el “culo al aire” a técnicos de urbanismo y a los políticos responsables (o irresponsables) de este gobierno de “progreso”, empezando por el alcalde, Marcelino Sánchez. Es difícil de entender que a lo largo de toda la calle haya sólo cuatro sumideros-rejilla para evacuar toda el agua de lluvia, además de la de los canalones que vierten directamente sobre el pavimento de la calle. Si hay alguna razón técnica para no llevar conducida el agua de los canalones hasta la red de alcantarillado, también hay una razón técnica para poner en la bajada de cada canalón un sumidero-rejilla. Y no es cuestión de entender más o menos de urbanismo, ni de aguas; es cuestión de tener un par de ojos en la cara y llevar la cabeza encima de los hombros. Los propietarios y usuarios de los negocios de la calle Mesones deben estar “contentísimos” con el resultado final de las obras. Sólo ha faltado un pequeño detalle: el suministro gratuito de un par de zancos por persona. Si a este grave desacierto le sumamos el horrible, simple y poco adecuado pavimento de la calle, tenemos la gracia completa.
Y, siguiendo con el agua, mis amigos de Izquierda Unida siguen empeñados en que el suministro de agua potable sea gestionado por el Ayuntamiento. Todavía no se han enterado de que el “estado-empresario” pasó a la historia y que donde el Ente municipal mete la mano el caos está asegurado. Si queremos tener agua en el grifo durante todo el año, mejor dejar las cosas como están.

Deja una respuesta