Rousseau lleva razón

08-11-2006.
Cierto. Nunca hubo más recursos empleados o por emplear en la enseñanza: económicos, materiales y humanos. Nunca hubo tal vuelco, tal acumulación, tal lluvia, tal desembarco de efectivos sobre las distintas etapas de los diferentes trayectos educativos.

Lo más novedoso es lo más llamativo; lo último, los ordenadores para los escolares (que no para los profesores, pues los escolares los obtendrán en propiedad y los otros sólo en préstamo), las pizarras digitales, los tableros ídem… Material supuestamente lo más de lo más conocido, lo que supondrá un antes y un después (o eso nos dicen). Pudiese ser que sí, pues como instrumentos materiales son muy válidos. Aunque algunos, a los que ni se nos oye ni se nos pretende oír, insistamos en que el hábito no hace al monje y la máquina no asegura ni por casualidad el milagro. Ir, como se acostumbra, contra esa lógica es insistir en la derrota.
Hay recursos humanos que podríamos ya hasta considerar desmedidos. Cierto es que los ha habido también muy desaprovechados en periodos anteriores, pues se formaron equipos diversos de tratamientos, apoyos o asesoramientos al profesorado y al alumnado; estos equipos de personal especializado por sectores, sin embargo, siempre adolecieron de mucho nombre y poca efectividad en el trabajo de campo, por circunstancias diversas. Pero estaban ahí ya y significaban un grado más en la mejora global de la enseñanza.
Con la llegada a los centros educativos de más personal, o del especializado, se pudo disponer, al menos sobre el papel, de la posibilidad de reforzar el trabajo diario, especialmente sobre el alumnado que manifestaba carencias de índole diversa. Eran, y son, los refuerzos o apoyos educativos que se están dando, sobre todo en la Enseñanza Primaria.
Además de lo anterior, se han habilitado especialistas para las necesidades específicas en la atención educativa, para la atención a la diversidad e integración de los escolares de distintos orígenes, para la atención a las carencias educativas mantenidas en ciertos grupos étnicos o sociales… En realidad, si nos ponemos a inventariar tanto especialista o docente dedicado en exclusividad (o casi) a atender las grandes diversidades encontradas (sociales, económicas, psíquicas o físicas, etc.), tendríamos que coincidir todos en afirmar que, con tanto material humano comprometido en la tarea, la efectividad y el logro de los objetivos perseguidos en la enseñanza debería ser bien alta. ¿Y por qué, aún dado lo anterior, eso no sucede?
Creo personalmente que porque se parte de la negación de esta verdad básica y fundamental, de las del barquero: no aprende quien no quiere. Pues se niega, ya no existe, y se persigue y se sigue en todo lo contrario, no valiendo formularlo al revés: aprende quien quiere.
Anteriormente se forzaba a aprender a quienes no querían, con medios y medidas que podríamos denominar coercitivos (por expresarlo suavemente) y con ello se lograba que, quien no quería, quisiese, pero sin convicción alguna. De tal estado de cosas era forzoso que el obligado a aprender, al fin quedase atrapado en el sistema y llegase a acostumbrarse, y hasta llegase a gustarle el aprendizaje. A quienes eran refractarios hasta el extremo, se les abandonaba a su suerte sin más contemplaciones. Así que, en realidad, también se cumplía con el principio enunciado, pues quien no quiere no aprende.
Ahora, eliminada tal máxima, porque nos estorba a la hora de maquinar sistemas y teorías de la excelencia, adecuados a nuestra ideología, se pretende que el que estudie es porque quiera; mejor aún: porque le guste. Se obliga a hacerlo, desde luego, pues si no ¿a qué lo de enseñanza obligatoria? Pero se trata de camuflar el hecho; se trata de hacer el truco y dar apariencia a lo que no lo es. Se pretende y se define una arcadia docente, en la cual todos sus miembros están en ella felices, convencidos, adaptados y dando o recibiendo los conocimientos que desean, o los que se adaptan a sus intereses y finalidades. La falacia no puede ser más simplona y prosaica. Y fatal.
Como debemos comprender que la enseñanza será eficaz siguiendo estas recomendaciones de feliz parto, habremos de partir sólo de los intereses de los afectados, sólo de sus apetencias, sólo de sus disponibilidades (psíquicas o físicas o ambas) y luego ir enderezando todo hacia las posibles metas y objetivos que concuerden con lo que la sociedad en general demande (y los políticos en particular, que se dicen representantes e intérpretes de esa sociedad), sin torcer o forzar esta trayectoria, aunque en apariencia algunos la encuentren torcida o algo difusa.
Si los que debieran aprender no quieren hacerlo es porque nosotros, los que tenemos la obligación de enseñarles, no nos adaptamos a las premisas anteriores y, lógicamente, somos rechazados tanto personalmente como en nuestras pretensiones y enseñanzas por llevarles la contraria, por no atenernos a sus reglas de juego, a sus normas. Fracasamos irremediablemente.
De donde se colige que si los anteriores sistemas fracasaron y los actuales también, por ser incompatibles e inaplicables y, así pues, todos llevan al fracaso, la enseñanza en sí misma es una gran utopía irrealizable que nunca será alcanzable ni alcanzada. Y por este mismo camino, pues, se llega y yo llego al anarquismo conceptual roussoniano, en el cual es válido aquello de que la sociedad corrompe la naturaleza.
Así que habría que dejarse de gárgaras y milongas y dejar que cada cual se apañe como pueda. ¡Y cuánto dinero y recursos se ahorrarían!

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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