Alegoría

16-08-2009.
Aquella región era conocida por sus imprevistas tormentas. Algunas de ellas podían ser tremendas. De una límpida laguna, que tenía su origen en un inmenso glacial, situado del otro lado de los riscos, descendían riachuelos.

Se los veía bajar de las alturas, ya en turbulenta cascada, ya unidos durante unos centenares de metros, hasta llegar a las orillas del pueblo, por donde solían discurrir serenos. Eran necesarios para la vida y la alegría del pueblo: las mujeres volvían de las fuentes con los cántaros en la cabeza; los hombres en ellos abrevaban el ganado y regaban sus huertos; los niños y jóvenes se refrescaban y jugueteaban en sus riberas.
Pero a veces y de manera insospechada, negras tormentas estallaban allá en las cimas y nuestros riachuelos, enardecidos y furiosos, bajaban las laderas, arrasaban arboledas, huertas y viveros, y, como una cuadrilla de golfos, se salían de madre y entraban en el pueblo, sucios, arrastrando basura y cochambre, con un agua que daba asco, náuseas y hasta vergüenza beberla.
Y luego seguían “airosos” su camino; pero a nuestro pueblo lo dejaban lleno de mugre y de una cochinada grosera y maloliente.

Nota de la Redacción: Alegoría, ‘ficción que representa o significa otra cosa diferente’. Es asunto del lector averiguar su auténtica referencia. En este caso, no alegoriza a Puente de Génave.

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