090803-2

La casta política
Leí antes el artículo de Rafael Hinojosa. Al terminar la lectura (y después de preguntarme «¿Pero qué le pasa a Rafael? ¿Cuál es el origen de este formidable cabreo que se manifiesta mediante esta tremenda diatriba?»), leí el artículo de Pérez‑Reverte que nuestro Berzosa tuvo la buena idea de engancharlo en la palabra «Semanal».

En realidad, dado que el artículo de Rafael Hinojosa se puede considerar como una respuesta (casi paródica, es verdad) al de Pérez‑Reverte, lo lógico y razonable es empezar por la lectura del artículo de éste, porque, así contextualizado, nos podremos forjar una opinión suficientemente contrastada del objeto discursivo de cada uno de ellos.
En líneas generales, tras la lectura del artículo de Pérez‑Reverte, comparto el malhumor de Rafael: es inaceptable tildar de «Gentuza» a todo un colectivo (los diputados del Congreso) que representa a la democracia de un país. Y es grosero e inaceptable que el articulista se desahogue, añadiendo que le dan ganas de acercarse «a cualquiera de ellos y ciscarme en su puta madre». De ahí procede, creo, el que Rafael afirme en su pequeño prefacio que «Jamás había leído yo algo tan injusto y tan soez». Porque el resto del escrito de Pérez Reverte poco tiene de injustificado y de grosero. Si se analiza con cierto detenimiento, nos damos cuenta de que «Gentuza» no es producto de un simple latigazo de malaleche, «un acto irreflexivo. Sólo visceral. Desprovisto de razón. Un estallido de cólera interior».
El artículo de Reverte está perfectamente estructurado en cuatro partes o bloques:
· Presentación/observación.
· Modulación/justificación.
· Argumentación.
· Cierre/proyección.
A la manera de como operaba el gran periodista Larra, giran en torno al penoso contraste entre un pasado respetable y respetado, y un presente mediocre y deleznable.
Dicho contraste se manifiesta en el segundo bloque, mediante las palabras siguientes: «Por qué, de admirar y respetar a quienes ocuparon esos mismos escaños (se entiende, los del Congreso) hace veinte o treinta años he pasado a despreciar de este modo a sus mediocres reyezuelos sucesores».
La respuesta se nos esboza desde el primer bloque, cuyo objetivo es que el lector comparta ese sentimiento de «intenso desagrado», «de malestar íntimo», que al articulista le produce la contemplación de esos «mediocres reyezuelos» (ese «desfile insultante de prepotencia absurda» que forman los diputados), a la salida del Congreso de Diputados, los cuales «Van pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los destinos de España». «No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes a medida, zapatos caros y maneras afectadas de nuevos ricos». Son «Oportunistas advenedizos […], sin tener, algunos, el bachillerato, ni haber trabajado en su vida… Sin escrúpulos y sin vergüenza».
Se trata de una observación que se pretende realista, concreta y repetida: «Paso a menudo por la carrera de San Jerónimo, caminando por la acera opuesta a las Cortes…». Pero el articulista se muestra lúcido, pues sabe que lo que afirma «es excesivo»; que está generalizando; que es injusto, porque «entre ellos hay gente perfectamente honorable», y porque claro que hay «políticos decentes». Pero ante ese repetido «espectáculo insultante de prepotencia absurda» se pregunta por qué «unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y pagados de sí mismos pueden amargarme […] la tarde, el día, el país y la vida». Y es entonces cuando se formula la pregunta esencial acerca del contraste entre el pasado de congresistas políticamente responsables y un presente decididamente opuesto. ¿Qué ha pasado? ¿Qué está pasando?
La respuesta se esboza en el tercer bloque, en donde el articulista apela, como elemento argumentativo, a su copiosa experiencia y conocimiento del modus vivendi de la «tropa» política, porque lo ha visto y vivido durante años «aquí y afuera». Y parece decirnos que, a manera de la «casta familia religiosa» y a modo de la «casta familia militar», se ha ido configurando en el panorama político español otra «casta familia»: esta política que, rascándose y mirándose el ombligo, defiende sus intereses ante quienes, precisamente con sus impuestos, les permiten esa existencia prepotente e insultante. Naturalmente, las excepciones son abundantes. Por eso, otra vez que escriba sobre este asunto, Pérez‑Reverte promete que será «más coherente, razonable y objetivo». Ese es el cierre conclusivo. Y ojalá lo cumpla.
APOSTILLAS
· Creo, sinceramente Rafael, que el artículo de Pérez‑Reverte no es ni «soez» ni «injusto», como lo calificas; es verdad que no es aceptable el tildar de «gentuza» a un colectivo político que representa a toda una democracia, aunque se cuide muy bien, como hemos visto, de meter a todos los políticos en el mismo saco. Como tampoco es muy elegante en un miembro de la Real Academia el «ciscarse en su puta madre» (la de algunos diputados).
· Tampoco el «Alatriste de los güevos», como graciosamente lo llamas, escribe un «panfleto en contra de los políticos» y, menos aún, que sea «un escrito de odio y de desprecio a la democracia». Creo que, por generalizadora, tu opinión es excesiva. Me parece que sólo ‑y ya es mucho‑ se trata de llamar la atención sobre una posible o ya real deriva en la política española: la aparición de la «casta política» con todas sus nefastas consecuencias a medio y largo plazo.
· Me ha extrañado lo que afirma Alfredo Rodríguez, cuando dice, refieriéndose a Pérez Reverte, que «la derivación de este hombre hacia posiciones de extrema derecha es preocupante». Tendría que haber explicado o argumentado esta preocupación más ampliamente. He charlado varias veces con este escritor, con motivo de congresos organizados aquí en Suiza (el último hará un par de años), y en verdad que su ideología no me pareció en absoluto “derechista”: más bien, al contrario; y su trayectoria periodística parece confirmarlo. Me extraña, pues, un giro tan radical.

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