Tiempos dorados, y 2

30-04-2009.
El día uno de noviembre de 1973, próxima a los ochenta y nueve años, murió su madre. Un derrame cerebral le trastornó los últimos días… Tuvo un rato de lucidez, y uno por uno abrazó a todos los hijos y a algunos nietos. Lleno de dolor y ternura, Burguillos vio expirar a su madre. Él le cerró los ojos y con una cinta le sujetó la mandíbula… Aunque hubo muchos de Miralar a su lado y buena parte de la Comunidad, él se sentía más solo que nadie…

En la vida de un soltero hay huecos que nadie llena. Con ella se le fueron la ternura y el último consuelo. Ambos, su padre y ella, le acompañan cada día.
Con frío en el alma volvió Burguillos a Miralar. Y siguió trabajando. Que el trabajo bien hecho alivia y consuela. Los homunculi Hombrecillos. siguieron con sus chismerías. Algunos se olvidaron de darle el pésame.
Supo que el Rector, en su estilo flexible y contemporizador, solía defenderle. Burguillos desconocía la causa real, el corpus de sus resquemores. Por su puntualidad y otras concomitancias adivinaba en qué subfondos cebaban su enojo. Que por sus pretensiones les conoceréis… Y, mejor todavía, por las frustraciones de las mismas. Pero no era cosa de esconder la pajuela bajo el celemín y quedarse todos a oscuras.
A pesar de todo, fueron tiempos dorados. Burguillos tenía una cantera de mozos que todo lo merecían. Con ese Rector castellano, tan hibridado de galleguismo, durante años vivió y trabajó a gusto. Y se sentía casi como un dios menor. Suprimía angustias, inquietaba conciencias, orientaba vidas y encendía ideales. A cambio, recibía gratificaciones nunca soñadas… Hasta tres veces sintió rompérsele en la mano el corazón de sus confidentes:
‑“Viejo”, cómo me hubiera gustado que hubieras sido mi padre…
Años hacía que un chipilín de tufo rebelde se lo había dicho allá en Andalucía. Para Burguillos, que por parte de superiores y colegas más tenía el alma hecha a agravios que a reconocimientos, sus cruces laureadas han sido.
Burguillos seguía en las entrevistas delicadamente directivo. A veces sugerente y a veces industriosamente impositivo. Advertía que, en su incondicional disposición de ayuda, se le escapaban como redes invisibles de araña, afanes de proteccionismo y como de pretender que el joven visitante quedase vinculado a él. Tiempo tardó en persuadirse de que, en una entrevista madura, cualquier asomo de superioridad, tutela o dirigismo, rompe la magia del encuentro y no se produce el hechizo en el que el joven, buscando su autogobierno, se siente protagonista de ese tú‑a‑tú.
Nunca le tentó convertir la relación con sus muchachos en sesiones de terapia. Que ya sabía él que educar es enseñar a los educandos a gobernarse, y que sigan sin pausa educándose a sí mismos, interpretando y realizando el sentido personal, único, de su existencia.
Pero de ahí a hacerse una máquina fría, aséptica, de expender consejos… Ya estaba al tanto de que en educación, por aquello de omnis implicatio afectiva, complicatio efectiva, Toda implicación afectiva es una complicación efectiva. nunca es bueno pasarse en efusiones sentimentales… Pero médico o educador, sin algo de samaritano… Que hasta en las tomas de sangre duele menos el pinchazo de la señorita amable que el de la sargenta.
El crecimiento y cuanto implica la liberación de influencias paralizantes, siguió como línea vertebral de su esquema educativo. Por machacón, aburrido se hacía hablando de la búsqueda y asunción de las propias posibilidades, cuyo afloramiento hay que provocar. Y ahí sí que se erigía Burguillos en augur Que vaticina. y parteador Que ayuda en el parto. de los retos que ya apuntaban. Y a los más hechos les hablaba del milagro de anhelar la personalidad madura. Que es como el horizonte: cada día seduce pero nunca se alcanza. Tal, el arte de educar.
Al Rector José María Taboada del Río, de grata memoria, le sucedió el encanto de Roberto Pascual Pacheco.
Al final de cada rectorado, ineludiblemente se impone hacer la propia valoración del cesante. J. M. Taboada había recibido la Comunidad recién drenada de incordios políticosociales. Y, mal que bien, aguantó con mano zurda los sueños de verano que traían los “renovadores”. Llegaban de Madrid y venían con más ínfulas Vanidad. que criterios y proyectos. El resto de la Comunidad era una balsa de aceite.
Blando y con tragaderas de boa constrictor, nada en consonancia con su delicada conciencia, anduvo con varios de la Orden. Aquellos que en las clases de Religión hacían proclamas en favor del aborto, del amor libre y de la libertad sexual.
Entre los chicos mantuvo el tipo decorosamente. En Miralar lo recibían con agrado. Y él daba realce a los festejos. Pues grato, decidor y cercano sí era.
Nunca en su sexenio Seis años de rectorado. dejó de reconocer la actuación pedagógica de Burguillos. Y éste siempre le daba relieve entre los chicos. Lo mismo que siempre fue leal y sincero con él. Discutiendo lo que hubo que discutir. Aunque a Burguillos le desagradaban algunas de sus “galleguerías”: ese sonsaque burdo, tratando de averiguar de qué hablaba con algunos jesuitas amigos. Tal vez se le agudizó esa curiosidad malsana, irrespetuosa, a partir de algunas confidencias. Tres jesuitas pidieron consejo a Burguillos antes de abandonar la Compañía. Él les escuchó, preguntó y respondió en conciencia… Y por el mismo padre Taboada supo que le habían comunicado su opinión. Que no a humo de pajas desestimaba su permanencia en la Orden… Acaso, inseguro de sí mismo, sobrevaloraba la influencia de Burguillos entre los mismos jesuitas. Y se ponía en guardia…
A pesar de estos regates, que le confirmaban que no era trigo candeal como el que maduran los cielos claros de Castilla, Burguillos le apreciaba.
Su juicio personal en cuanto a su cesantía, aparte su ética en salarios, inveterada pandemia en la Orden, sus ojos y manos limpias en los enredos de la Administración… pensaba Burguillos que estuvo hábil con la tropa que comandó. Supo templar gaitas… Y aun en estos fallos, era observante y acaso cumpliera directrices de Roma.
Se vivía el posconcilio. Eran tiempos de reajuste, laxitud y vista gorda. Tiempos en que unos libremente iban con sotana y otros con mengana o fulana…
Más allá de este fluir sin estridencias ni campanadas, Cristo Rey no se movió. Fichajes generosos hubo de técnicos y ojeadores de fútbol… Pero el gran Cristo Rey estancado siguió sin afán alguno por enrolarse en caminos de auténtica educación elemental.
Roberto Pascual Pacheco, santanderino, catedrático en Deusto, cayó en Cristo Rey como un mirlo blanco. Cargado de títulos pesados… Para Burguillos ninguno tan valioso como su brillante doctorado en Psicología por no sabía qué universidad norteamericana. Además, era joven, dinámico y muy cercano. Enseguida se hizo con la Comunidad, profesores… Tenía buen ángel. Los sábados, en las actividades, le gustaba charlar y bromear con los de Miralar.
A Burguillos, un Rector así en Cristo Rey, le parecía un sueño. Tan expansivo y animoso… Pensaba, sin embargo, que no acababa de hacerse con la realidad de Cristo Rey. Que le faltaba retranca.
Condiscípulo de los “renovadores”, éstos no le recibieron bien. Se les fue otra oportunidad…
Y Roberto, acaso harto de malas jugadas o porque añoraba el mundo de la Ciencia, dio de mano a Cristo Rey. Y a grandes y chicos dejó con tres palmos de narices…
 

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