O1-03-2009.
Don Francisco Ocaña Corpas fue mi maestro en la Safa durante toda mi permanencia en la Enseñanza Primaria, a la que, por cierto, hemos vuelto tras rodeos estructurales y conceptuales. No tuve otro maestro y es de hacer notar que, al igual que ascendíamos esa “escalera de Jacob”, él igualmente nos acompañaba. ¿O sería al contrario…?
Creo que procuró, el buen hombre, que no nos separásemos demasiado de su tutela y, aunque ocurrían los inevitables cambios en la lista de cada curso, en general, el grueso de la clase éramos los mismos cada año.
Don Francisco Ocaña Corpas procedía de Granada, al igual que su hermana, doña Amparo, maestra de párvulos por la que también pasé. Los dos vivían juntos y solteros.
Había sido captado para la Institución, pero creo que él tenía la influencia de las Escuelas del Ave María. Si me equivoco en esta apreciación, téngaseme al corriente de los verdaderos datos, si alguien los conoce.
Era don Francisco Ocaña un exquisito, si por tal apreciamos a quien por aquellos años de penuria era capaz de mantener un porte de figurín, trajes siempre a punto, corbatas y camisas impolutas, cigarrillos de tabaco rubio: «Nene, ve al estanco y tráeme un Luis Mariano». (Para el desconocedor de la clave le diré que eran de la marca LM). Su vermú en el bar Zurita, imprescindible; y, acaso, sus güisquis vespertinos. El olor a colonia o masaje le seguía allá donde fuese.
Tenía el hombre estrabismo y creo que sufría con ello bastante, dada su coquetería personal. Y no me extrañaría que ello fuese motivo de su soltería. A propósito de este problema de la visión, le debo a él que animase a mis padres para que pusiesen remedio temprano al que yo tenía, que era el mismo… ¿Quién mejor para indicarlo?
Cuando murió, en el año setenta del pasado siglo, yo ya era maestro como él, pero recién salido del nido. Lo visité en sus últimos días: «Mariano, así me veo por mis pecados». ¿Qué pecados le podía reclamar un supuesto Dios vengativo a quien había estado toda su vida dedicado a la enseñanza?
No era maestro republicano, tan ensalzados en reciente aportación; pero sí que tenía esa sabiduría y buen hacer del maestro consciente de su deber; de los métodos positivos al trabajar; de la importancia de la pulcritud, el orden y la paciencia en la realización de las labores diarias. Las libretas que nos hacía llevar eran un muestrario de colores y de diseños, de trazos y de dibujos (le encantaba el dibujo y además era perito calígrafo); y, por ellos, la grafía y la limpieza de las mismas las valoraba sumamente.
Llevaba siempre el llamado Cuaderno de rotación que era de obligado cumplimiento en aquella época, de tal forma que, a menudo, lo presentaba a certamen provincial (no sé si nacional), y creo que lo ganó más de una vez. Muchas veces me empeñó en la tarea de preparar tal cuaderno, pues era lógico que utilizase a los alumnos en los que más confiaba. Mi caligrafía no era de las mejores, es cierto; pero sí aportaba el hacer de lo que hoy llamaríamos diseño gráfico. Tenía don Francisco muestras de grecas y dibujos en cuadrícula para tales menesteres. ¿Qué se habrá hecho de aquellos trabajos? Si, como me temo, se perdieron o destruyeron, es cierto que han desaparecido muestras de muy buen valor, al menos para conocer lo que en la práctica se hacía.
Claro que, en esos diarios, se plasmaban las efemérides de los vencedores (yo me acuerdo de aquella del Día del estudiante caído que nunca comprendí de pequeño hasta que de adulto la encajé con los acontecimientos anteriores a la Guerra Civil; o sea, con desórdenes, atentados, venganzas y asesinatos varios), las de los santos de la Institución y demás de la Iglesia. Claro que el hombre debía prepararnos para la comunión, llevarnos a misa dominical, fomentar los actos del Mes de Mayo, y los cánticos patrióticos que berreábamos, sin la menor consideración ni respeto, al bajar la cuesta de la salida. ¿Qué iba a hacer con más o menos convencimiento si era lo que había…?
Cierto que propendía más a las letras y a las artes que a las ciencias exactas; y eso debió de influir mucho en mis posteriores aptitudes. Pero llevaba siempre al grupo por delante (tan numeroso en esos años) y con unos resultados tan buenos que, en lo que se ha dado en llamar calidad de la enseñanza, él hubiese marcado una buena media, ponderable en calificación alta.
Cuando se ha cizañado tanto y mentido tanto, igualmente, en unas aseveraciones generalistas, unos sobre el daño irreparable que les hicieron en las antiguas escuelas, otros sobre lo malas que eran, habría que decir que todo era según y cómo… Nosotros, los salidos de Safa, no podríamos quejarnos en general, cuando (y como sucede ahora también) a los centros en manos de religiosos o de religiosas se les daban bastantes facilidades, tanto de organización y de funcionamiento como de selección de sus trabajadores. A las escuelas nacionales, o sea las públicas, las dejaron en casi total abandono, y más a sus maestros y maestras, que sí que padecían hambre; y se la quitaban con otros menesteres ajenos a la docencia, mayormente. Y así iba.
¿Qué habría hecho don Francisco Ocaña Corpas vegetando por esas tierras de Dios, en pueblos, escuelas y gentes míseras…? Era demasiado dandi para ello: un don Isaac Melgosa se habría fumado muy a gusto todo el caldo de gallina disponible, liando pacientemente sus pitillos con otros hombres; mas Ocaña Corpas, no.
Muestro adjunta la fotografía del curso tercero de Primaria, cuadro de honor donde figuramos todos, alumnos y maestro. Seguro que otras personas podrán a su vez aportar o realizar una semblanza de este maestro de escuela, de aquella escuela que se nos pierde tanto en el tiempo como en el pensamiento, ¡y no digamos en su esencia!
Mariano es el único que tiene gafas.