Úbeda, ecología urbana

19-02-2009.
Biológicamente hablando, la ecología urbana se ocupa de las interacciones de los seres vivos en los núcleos habitados. Mucho se puede hablar de la ecología urbana en la Capital de la Loma, aspectos como la contaminación atmosférica, los residuos sólidos, las aguas residuales, los vertidos incontrolados, la contaminación acústica, la flora y la fauna son asuntos interesantes para ser tratados en un futuro.

No obstante, hoy quiero referirme a uno de estos aspectos: a la flora urbana, que puebla nuestros jardines de plazas y calles y que adorna monumentos. Es un tipo de flora que el hombre utiliza a voluntad, escoge especies adecuadas para los fines que persigue, controla su reproducción, las coloca y distribuye convenientemente, las cuida con verdadero mimo y juega con sus formas, buscando una bonita estética para resaltar tanto las características de la propia planta como el objeto que es motivo de decoración.
Es bueno que el hombre se sirva respetuosamente de la Naturaleza en provecho propio. Pero hay situaciones, en nuestra querida Ciudad de los Cerros, en las que la flora urbana, que en su día se puso para realzar la belleza de nuestros monumentos, hoy cumple la misión inversa; es decir, deteriora y afea la estética. Y voy a referirme a cinco casos concretos.
Uno de ellos es el magnífico ejemplar de laurel, de enormes proporciones, que impide la contemplación de la fachada principal del Hospital de Santiago. Sin duda alguna que es un árbol excepcional, pero que debía lucir con todo su esplendor en otro lugar más adecuado, como por ejemplo en el Parque Norte. Una anécdota nos puede dar una idea de la aberración del caso. Ocurrió cuando a mi amigo Loren le preguntaron unos turistas en la Plaza Vieja por el Hospital de Santiago. Mi buen amigo no tuvo otra ocurrencia que decirles que se encontraba junto a un laurel que verían al final de la calle Nueva.
Otro caso es el de los cipreses que se encuentran pegados a la muralla en la puerta Graná (sí, Graná, “ubedí básico”), un ciprés a cada lado de la puerta. Bien estuvieron cuando eran unos arbolitos que no sobrepasaban el metro de altura, pero hoy ocultan gran parte de la belleza original del conjunto, incluso el ciprés de la derecha ha tapado totalmente el matacán de la muralla que se encuentra, por cierto, desplazado de la puerta. Estos cipreses deben ser transplantados a otro lugar y dejar libre la muralla para que pueda exhibir toda su belleza.
Otro caso es el de los árboles de gran porte, los ailantos, que se encuentran en la acera de la fachada Sur de El Salvador y llegan hasta la Redonda de Miradores. Esta masa arbórea oculta una extraordinaria y bellísima perspectiva no sólo de El Salvador sino de toda la plaza de Vázquez de Molina cuando nos situamos en el Mirador de la Redonda.
Igualmente ocurre con el pequeño bosquecillo de “cinamomos”, esos árboles cuyo fruto son pequeñas bolitas amarillas, que se encuentran en la zona de la estatua de Andrés de Vandelvira y que impiden la visión del palacio del Marqués de Mancera (hasta hace poco convento de las Siervas), ocultan la fachada y puerta de la Consolá (ubedí básico) de la colegiata de Santa María, y tampoco dejan ver la Cárcel del Obispo. En general, las plantas ornamentales que deberían adornar la Plaza de Vázquez de Molina, deberían ser sólo setos y macizos que no sobrepasaran el metro de altura.
Y por último, la guinda que preside este desaguisado pastel vegetariano, nunca mejor dicho, es la yedra de la iglesia de San Lorenzo. Este caso es el prototipo del abandono, de la dejadez, de la desidia, de la falta de tacto y del desprecio al monumento y al buen gusto. No existen precedentes de un caso semejante en la arquitectura monumental e histórica en el mundo civilizado. Un caso que ha llegado a una situación de muy difícil solución y que muy bien pudiera hacer irrecuperable este preciado monumento.
Los casos que se han expuesto, seguro que cuentan con defensores para que la situación continúe tal como está, invocando una pretendida ecología que en realidad es falsa, puesto que ha roto el equilibrio flora-monumentos y no tiene en cuenta el factor humano que también forma parte de esa armonía que debe reinar en el medio ecológico urbano. En el Movimiento Ecologista, al igual que ocurre con algunas ideologías políticas y religiones, pueden arribar corrientes o individuos radicalizados, de corte “fundamentalista-integrista”, ignorantes de lo que es la concordia y el concierto ecológico. Ecologistas de pacotilla que hacen su peculiar interpretación de lo que debe ser la Ecología pura y no admiten que alguien la relativice y limite su alcance, ni tienen en cuenta que la civilización y la cultura deben estar integradas en la ecología urbana.
Señores del gobierno municipal de Úbeda, lo mismo que han rectificado en el asunto de la cantera de la Dehesa del Moro, rectifiquen y restablezcan el equilibrio ecológico entre la flora y monumentos en nuestra querida Úbeda, Patrimonio de la Humanidad.
 

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