SIN PEDIRLO NI MEDIRLO
(REFLEXIONES DE UN ENTROMETIDO)
(REFLEXIONES DE UN ENTROMETIDO)
Desde mi “retiro” voluntario, pero no alejado, mientras medito sobre la fugacidad de la vida, de las ilusiones, de las pasiones y demás “‑ones” típicos y tópicos (entre ellos los cabr…), creyéndome a salvo de guerras o guerrillas, no dejo de admirarme (todavía, sí) de lo a pecho que nos tomamos asuntos que, aunque creamos trascendentes, en realidad y dado el devenir de estos mundos serán a la postre meras fumatas, cuantos energéticos tal vez, diseminados por los amplios espacios universales (espacios, porque se va materializando la idea de la espacialidad a saltos, símilmente que fuese una ristra de choricillos). Y hay personal que, por un dime o un direte, te fulmina con su sacrosanta excomunión.
Se dilucida el término fe o Fe, según quienes la utilizan, y hasta se han dado sutilísimas interpretaciones y aclaraciones al respecto. Mas lo que importa es que todo devino de unos intercambios de opinión que nacían de rescoldos pseudopolíticos, que no religiosos. Yo respeto la posición personal de quienes manifiestan tener fe, o creencias, o adhesiones por doctrinas o credos, sean de la marca que sean; mas no la imposición de esos credos a quienes no lo sean de los mismos. Y, en esos escritos intercambiados, se ha mezclado (creo que a veces adrede) la cosa personal con la pública, la fe o creencia privada con el proselitismo y el propagandismo casi implantados a la fuerza; se ha utilizado la cuestión política en mezcolanza con la religiosa, la ética con la doctrina o las consignas, la moral con la justicia, y así todo.
La fe es creencia por la autoridad de quienes nos lo dicen, ni más ni menos; y no se puede argumentar que la humanidad tiene esa característica intrínsecamente. Que por ser humanos tenemos fe, eso es una falacia. Tal vez tengamos necesidad de trascendencia (y, si no la hay, la fabricamos, se ha escrito así); pero la materialización y consolidación de esa sed de trascendencia en doctrina elaborada es obra de humanos, que la imponen, o convencen de ello a otros humanos. Pruebas, las diferentes religiones habidas y por haber (y no me suelten aquello de la mía es la verdadera). Un ejemplo de la barbaridad que significa la fe impuesta y sin crítica se vio en la adopción del dogma (y, por tanto, acatable y aceptable como de fe) de la infalibilidad del obispo de Roma (como cabeza de la Iglesia Católica). Nunca, ni en los peores tiempos de cismas y herejías, se había dado un paso tan brutal, sino cuando se encontraron con que el escaso poder temporal que les quedaba se esfumaba con la unificación de Italia. Entonces, acudieron a este subterfugio para abrochar al menos las conciencias. ¿Saben cuál era uno de los silogismos utilizados para tal justificación?:
Dios no puede querer la equivocación de sus fieles, pues si Dios habla a través de su Iglesia y en especial por su cabeza, el Papa, éste no puede decir falsedades ni propagar errores.
Algo así al menos era la argumentación. No me detengo en ello.
Se ha preferido muchas veces pensar poco y sí adherirse a doctrina, creencia o movimiento político con un convencimiento cercano, si no en sí mismo, al fanatismo; poco pensar, puesto que lo dan todo hecho. Y nos garantizan la salvación, la revolución, o cualquiera “‑ón” que sea inventada. Ya indiqué hace tiempo que huyo como del leproso cuando me encuentro, leo, oigo, con o a un converso o una conversa. Mala cosa esos conversos y han dado muchos malos ejemplos en la historia. Lo que descubren es la tierra prometida; pero, por si acaso, deciden que seamos los demás los que nos arriesguemos a ocuparla, mientras ellos pontifican o dictaminan desde sus cómodos sillones o sus privilegios recién captados. En la retaguardia, vamos. Hay masas y conducatores de las mismas. No se puede comparar, hermano…
No, no me siento reconfortado cuando se acude a conceptos poco o nada demostrables para inducirme a la reflexión, como si hubiesen de aceptarse, viniendo de quienes vienen. Tampoco es de fiar el maniqueísmo de buenos y malos, así, por definición. Y estamos ahora en una sociedad que marca de inmediato todo, a un lado, al otro…, en un lado o en el otro. Azules o rojos.
No me fío ni de los unos ni de los otros y de todos he recibido, sobre todo de los que más han presumido de serlo, bastantes desilusiones y bastantes y directos ataques. La debilidad de los humanos, me dirán y también me dirán, como ya me han dicho, que los partidos están por encima de las personas… También se dice que la Iglesia está por encima de sus componentes, humanos proclives a caer y a pecar… Mentiras, falacias y justificaciones sin argumento. Las sociedades existen porque existen las personas que las forman; y tanto mejores son cuanto mejores son sus miembros, individual y colectivamente; y peores, cuando lo es al revés. Es un arbitrismo sofista que se alcen como entes con existencia, por sí, lo que no son más que abstracciones adecuadas a la racionalización de nuestras mentes.
Lo siento; no me he podido contener en hacer este comentario, al igual que el borracho ante la copa. Ustedes no me perdonarán, me figuro; pero tampoco lo pretendo, tal como ya sucediera en anterior ocasión.
Mucho habría, pues, que delimitar para no ir desbarrando, por muy honesto que sea uno al hacerlo.