Recuerdos de Manuel Velasco, 1

20-10-2008.
Correo de Manuel Verdera Casanova.
José María:
En un reciente viaje a Portugal, me reencontré con un antiguo compañero de trabajo, al que hacía años que no veía, y descubrimos algo que ambos ignorábamos ‑que éramos antiguos alumnos de la Safa‑, al salir, en una de nuestras conversaciones, que mi hermano había estado de maestro en Alcalá de los Gazules.

Este antiguo compañero, Andrés Moreno Camacho, es actualmente el Presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Safa de Alcalá de los Gazules.
Hace unos días me envió un escrito, en donde salen a la luz episodios, que creo interesantes y desconocidos por muchos, sobre la génesis de la Institución. El autor del mismo es una figura muy querida por todos los que le conocieron en Alcalá de los Gazules, adonde fue desterrado por el padre Rector. Ante la posibilidad de enviárselo al Presidente de nuestra Asociación, para su posible publicación, esta fue su respuesta:
«Me parece una buena idea y sería interesante que muchos antiguos y actuales alumnos de la Safa conozcan este documento, sin olvidar la figura del autor del mismo, don Manuel Velasco Vega (q.e.p.d.).
A don Manuel le debemos que exista la Asociación de Antiguos Alumnos de la Safa de Alcalá de los Gazules. Yo, en estos momentos, soy el Presidente de la misma.
Cuando lo publiques, me lo dices, pues quiero que la página www.aasafaubeda.com sea conocida por todos mis contactos.
Gracias y saludos afectuosos».


Benalúa de Guadix, 4 de marzo de 1993.
Estimado amigo Andrés:
Te envío el currículum vítae de mi hermano Manuel (q.e.p.d.). Como verás, no habla mucho de Alcalá de los Gazules porque, en realidad, fue escasa su permanencia en ese pueblo. Sí es poco lo que dice, pero su contenido es muy grande, como también muy grande fue su amor por sus habitantes y sobre todo por “sus niños”, como él los llamaba.
A nosotros, sus hermanos y sobrinos, nos queda esa satisfacción de ver cómo todos lo recuerdan con cariño y, especialmente, sus alumnos: como, por ejemplo, tú.
Recibe un fuerte abrazo de tu amigo Ángel Velasco.

Alcalá de los Gazules

 
 

INTRODUCCIÓN
                                                                          Manuel Velasco
                                                                          (Foto enviada por Andrés Moreno)
Si estas pobres líneas sirven de algo, ahí las dejo. Cuántas veces, al mirar la historia que corre día tras día como acontecimiento ordinario, dejamos pasar inadvertidos sus manifestaciones que, al paso del tiempo, tuvieron más importancia de la que por entonces le concedíamos.
He sido testigo inicial de una Obra, que puede ser excepcional en los anales histórico-sociales de la Patria, y… «Ahí queda», me dije. Si no valen de nada, para mí de todas formas serán un testimonio permanente de un retazo de mi vida, entre los muros de una Institución, que llevo en lo profundo de mi alma. Todos cuantos con un cargo rector han pasado por ella han mostrado los mejores deseos de servirla, y los errores y deficiencias sufridos solo muestran el límite de nuestra capacidad, pero no la anchura del corazón que siempre estuvo a su disposición, con desinterés y sacrificio.
El buen deseo suplió en gran parte la mezquindad de la preparación; el estudio, la observación y los fracasos, nos sirvieron de acicate para enmendar yerros. Esa constancia o tozudez, que se dice que a los españoles nos falta para dar cima a las empresas, no nos faltó tampoco. De cada fracaso sacábamos estímulos para continuar con más fuerza; y a las dificultades y problemas económicos y pedagógicos contraatacábamos con el ardor del acosado… y la fe. La gran confianza en la Divina Providencia; la jaculatoria milagrosa «¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!»; las noches enteras llamando al Señor; los niños con sus rosarios de cuerdas anudadas, en turnos permanentes en la capilla, o sentados en las camas hasta altas horas de la noche, o en los rincones del patio durante el día; sus sacrificios anónimos… Aquellas comuniones fervorosísimas, la solemnidad de los cultos, el suave canto de virginales voces ‑sin bancos donde sentarse, cosidos codo a codo y cociéndose en una minúscula capilla, para formar una nube al cielo de corazones, sacrificios y fe‑.
Y la fe y el corazón hicieron el milagro. Esto nos hizo, Señor, que nos sintiéramos más juntos a Ti; y por eso, Tú, tampoco, Señor, defraudaste nuestras esperanzas, velando siempre por los que se acogieron a tus paternales brazos.

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