Del baúl de los recuerdos

17-10-2008.
Fiel a lo que digo y escribo, me había hecho la promesa de no intervenir con mis escritos en esta página web y así se lo comuniqué al presidente de la Asociación. Liberaba de mi molesta presencia a algunos y me liberaba de mi tendencia ecográfica. Sin embargo, y sin que sirva de precedente…
 

Una conversación con un compañero me ha traído recuerdos… Hizo sus prácticas de maestro en el colegio de La Vereda, en la barriada de Valdezorras, entre el antiguo psiquiátrico de Miraflores y el aeropuerto de San Pablo. Zona deprimida de Sevilla.
Yo también…, mis primeras prácticas como maestro ya en ejercicio, mi primera escuela. Hace treinta y ocho años. Se dice pronto.
También me vinieron recuerdos de unas noticias que leí en su momento en un boletín de noticias de la Safa. Celebraban los veinticinco años de la fundación de ese colegio. Fue en su inicio Patronato de Nuestra Señora de La Vereda. Luego se insertó en Safa.
En esa efeméride de celebración no se hacía mención de los maestros y maestras que empezaron allí… Yo fui uno de ellos.
En aquella barriada perdida, el párroco y su coadjutor, ambos jesuitas, decidieron hacer algo positivo y fundaron el Patronato y sus escuelas. El párroco era de familia bien de la burguesía sevillana y ejercía así: era algo altivo, poco proclive al diálogo, estaba bastante pagado de sí mismo en su función de “conseguidor”. Su coadjutor era hombre humilde, asequible y decididamente sometido al jefe. Cada uno en su papel.
Ellos reclamaron de Safa unos maestros y, por suerte, nos mandaron allá a algunos. Por otra parte, y como la enseñanza estaba separada por sexos, las maestras las proporcionaron las Esclavas. Y con las maestras, las monjas de esa orden. Era el inicio del curso 1970-71.
El problema estaba en que estas religiosas no discriminaban entre los asuntos de su orden, su disciplina interna u organización, y los de la enseñanza; ni entre el personal religioso o civil. Había una Superiora y una directora del centro, y maestras religiosas y, como he escrito, civiles. Y nosotros, los maestros llegados de Safa, que a veces tratábamos de entendernos con los curas.
La pobre directora había sido repatriada del Japón. La orden sabía demasiado bien el porqué… Imagínense ustedes la rigidez, disciplina, subordinación de la sociedad japonesa en general y de su educación en particular y entenderán de qué esquemas partía esa señora, degradada por su orden a una barriada marginal de Sevilla. Allí, las antiguas alumnas y las novicias todavía eran manejables a su antojo; pero no así los varones.
Nosotros éramos, la mayoría, safistas de toda nuestra vida, de Montellano, Nerva, Linares o Úbeda; pero teníamos el hervor y la inquietud de los cambios sociales y mentales que se larvaban entre la misma comunidad jesuítica y en la del régimen del General. El espíritu crítico nos era consustancial, la rebeldía ante lo impuesto afloraba y la arrogancia del joven que se quiere comer el mundo también se hacía presente. No debíamos ser fáciles de tratar; menos, de dominar. Pero ejercíamos nuestro trabajo con el mayor de los entusiasmos y con la verdadera conciencia de que estábamos realizando algo grande.
No existía gran sintonía entre unos y las otras. Menos, con la directora. Cuando se le contrariaba, era normal en ella el tartamudeo, el sudor y hasta el síncope, notas distintivas de su inestabilidad psíquica. No era la adecuada para tal ejercicio. Las pobres novicias se atrevían a hablar sólo cuando se encontraban a solas; por eso sabíamos algunas cosas de la comunidad.
Nuestro trabajo se llevó a cabo casi todo el curso en unas difíciles condiciones. No teníamos, ciertamente, escuela, esto es, edificio como tal. Nos alojábamos en distintas casas como podíamos, embutiendo en las habitaciones a niños, viejas bancas, pizarras… Hasta la primavera nos se inauguró el nuevo edificio.
También se iniciaba la gran reforma del sistema educativo propiciada por Villar Palasín y determinada para nosotros en la EGB. Sí, fuimos de los primeros en aplicarla. Teníamos la ventaja de no estar todavía “viciados” por prácticas antiguas, y la desventaja de nuestra bisoñez. Y el medio en que estábamos. Y la dichosa monja.
Valdezorras. Marzo de 1971. Chicos de 1.º
Llegó la primavera sevillana, pasada la Semana Santa y la Feria de Abril calurosa, y nos permitieron pasar al nuevo edificio. ¡Qué contentos estábamos! Más que chico con zapatos nuevos. No recuerdo las celebraciones; si las hubo, nosotros quedábamos al margen de la estructura de religiosos y religiosas; así se nos desestimaba y desconsideraba.
Y, como para muestra basta un botón, referiré una anécdota que define hasta dónde podía llegar la estulticia consentida y amparada bajo las sotanas:
Como escribo, nos fuimos a nuestras nuevas aulas, contentísimos. Maravillosas, amplias, luminosas… Pero algo no cuadraba; sí, allí estaban las mesas nuevas y sus sillas, armarios, la cruz y el General bien colgados, ¡pero no había ni mesa del maestro o maestra ni su silla correspondiente!
Extrañado, pregunté si es que no las habían traído y se me dijo que sí, pero que todas estaban, apiladas, en el despacho de la monja-directora y que de allí no saldrían. ¿Por qué?; pues porque “Su Dignidad” consideraba que ahora se debía dar una enseñanza activa y qué mayor actividad por parte del profesorado que estarse todas las horas de clase de pie entre sus alumnos.
A tal aberración y despropósito nadie se había opuesto frontalmente… Nadie, menos yo. Me pensé que las mañanas podrían ser llevaderas, pero las tardes de Sevilla, cercano el verano, no había nadie que las soportase a pie. Yo, desde luego, no. Me armé de rencor y, largándome al patio, rebusqué entre los pupitres vetustos que allá se habían tirado y, sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo, me subí uno a mi clase. El engendro ensotanado me interceptó a mitad de escalera.
—¿Dónde vas con eso?
—¡A mi clase! —y continué en mi propósito. Le dio un soponcio de aúpa.
Así firmé mi despido y quedé en el olvido.
¿Por qué contar esto? Porque, tras pasar décadas, constato que todo sigue igual, que habrán cambiado personas y uniformidades, pero se siguen las mismas pautas de conducta. Lo que proviene de la “autoridad” o de quienes se consideran protegidos por la misma, tengan razón o sean tan ineptos como la del cuento, se impone sobre todo lo demás. Los grupitos de vasallos y aduladores procuran pasar sin daños y dejan a quienes se arriesgan por todos a los pies de los caballos, al arbitrio de sus venganzas. Y se aúpan bajo criterios de mando, eficacia, novedad, experimentación y cualesquiera zarandajas inventadas. Pura bambalina, pura facundia, puro oportunismo.
Amén.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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