Reflexiones, cicatrices y balance, y 2

09-10-2008.
De la estancia de Burguillos en Úbeda, tal vez su trato con los estudiantes de Magisterio fuera lo único relevante. Tomó la Segunda División como la parte de su heredad. Y a mejorarla se entregó de lleno. Su cambio y mejoras eran cosa suya. Que él era el último responsable. Y, como el esfuerzo le cundía, ¡con qué coraje se dio a ello! Echó tanto entusiasmo en suplir sus carencias pedagógicas que llegó a fusionarse gozosamente con el trabajo. Le parecía el entrenamiento de una adicción deportiva. Y los mozos, mediterráneos, vitalistas, ¡cómo le azuzaban! Acaso ahí, en esta empatía, se esbozó el logro para una identificación simbiótica, feliz.

Aun así, Burguillos, tímido e inseguro, vivía inquieto. ¿Tenía dotes de gobierno para conducir manadas de pura sangre? ¿No sería todo una carambola? Estos pobres críos sujetos estaban a la arbitrariedad de jesuitas, profesores e inspectores. Crecían cohibidos en manifestaciones vitales, básicas para la estructuración de una personalidad desarrollada. Tampoco tenían opción a potrear, disentir, discutir, rebelarse… Y encontraron a alguien que les escuchaba y les consideraba. Que creía en ellos. Y que no dejaba palillo sin tocar para reforzar o recuperar su autoestima.
Tanto los chicos como Burguillos sabían que la Segunda no era mejor ni peor que otras divisiones. Pero también disfrutaban, sabiendo que era distinta. Una División con estilo, personalidad y pundonor. Aun así, había razones de peso para evitar alardes. Porque, además de no ser pedagógicos y volatilizar la frescura de lo ostentado, pueden ofender. Que los laberintos del corazón humano son muy retorcidos… Pero, por otro lado, donde hay fuego hay inevitablemente resplandor. Burguillos percibía feliz que sus muchachos, “los niños de don Jesús”, iban cobrando un autoconcepto que les dignificaba y comprometía. Y él se pagaba de ello. Y les felicitaba y daba ánimos para seguir en marcha. Y cuando lo estimaba oportuno, les enardecía…
Apoyado en logros conseguidos, les hacía ver de lo que podían ser capaces. Y les concretaba nuevas metas asequibles. Y les lubricaba el ánimo con la magia de la ilusión y el entusiasmo. Y se le encendían.
Temió a veces ser un manipulador de la grandeza y el coraje juveniles. Pero más llegó a creer en el entusiasmo como en un dogma pedagógico, milagroso. La respuesta cálida, dinámica de estos muchachos no le confería saberes infusos. Le comprometía medularmente. Y entonces Burguillos rebuscaba en la faltriquera de sus pedagogías… Y como no encontraba joyas, valores auténticos, abrillantaba sus bisuterías y con la mejor voluntad de su alma se las entregaba. Que no era cosa de dejarles frustrada su avidez de grandeza. Su valía e instinto de acierto les trocaba sus cuentas de cristal en valores de buena ley.
A Burguillos no le faltaron nunca buena voluntad y entrega leal y valiente en favor de sus educandos. Pero carecía de criterios, principios pedagógicos, valores contrastados científicamente para vertebrar un sistema seguro. Y como no tenía a quien pedírselo y la tierra estaba en sazón… pues a improvisar sementeras. Y prevalido de su comunicación fácil y de sus resortes para entusiasmar, sin advertirlo, cayó en la seducción. Y tanta influencia de su parte y tanto seguidismo entusiasta, incondicional de los alumnos, más de una vez le dieron miedo.
Vislumbró entonces que su oficio le rebasaba en mucho. Buen número de los estudiantes de Magisterio eran altamente dotados. Y el resto, una media con muy estimables disposiciones intelectuales. Un grupo de privilegiados era; un conjunto que reclamaba educadores a tono. Formadores de selectos. Y él no lo era. Ni siquiera unas normas fundamentadas sobre técnicas de estudio les aportó. Mucho menos unas ideas claras y coordinadas para que fueran estructurándose un sistema, una concepción de la vida coordinada, integradora y abierta. Si Burguillos no hubiera salido de Úbeda por las alegrías de Navarrete, le hubieran alejado por incitar a su gente a soñar y volar de acuerdo con la envergadura de sus alas. Que al educador responsable también le compete instruir a sus educandos para que sean buenos economistas de sus valores.
Burguillos, incansable, fomentaba entre los chicos la confianza y seguridad en sí mismos. Y respondían. Les cundía como trigo candeal en buena tierra. Su dinamismo contagioso saltaba los espacios discretos de la Segunda División. En algunas mentes sonó a reto o algo así. Y se fue enquistando. Y él advertía que en vez de acogerlo y celebrarlo como un avance formativo, suscitaba reservas…
También los discípulos percibían y experimentaban más distanciamiento en el trato de algunos profesores, pullas, guasitas intencionadas e impertinentes. Y, a veces, se comprobaron notas contaminadas de parcialidad, en buenos estudiantes, dignos pero poco sumisos. Por su parte, Burguillos observaba la indiferencia, vacío y hostilidad del clero y en algunos profesores. Gentes, viejos colegas a los que él nunca intentó sombrear.
Se le iba estableciendo como una proporcionalidad inversa. A mejor funcionamiento y compenetración con los chicos, menos aprecio de jesuitas y de algunos profesores. Pasaba de críticas y zancadillas. Nunca quiso creer que se dolieran de haberles sustraído un protagonismo que nunca tuvieron. O que en la medida en que él potenciaba entre los chicos una personalidad abierta, pero sin sumisión, ellos sintieran amenguado su dominio sobre los discípulos. Acaso fuera su independencia y la que transfería a sus huestes la que escociera en aquel embridado ambiente.
A pesar de todo, los chicos seguían esforzados, anhelando nuevos horizontes. Y de formas diversas le pedían más campo… Burguillos conocía el cinturón vallado que limitaba sus iniciativas. Y aun así, alguna vez (en un grupo muy inquieto) dejó caer la idea de un equipo de maestros para trabajar en el Congo, donde él tenía contactos… Y muy en secreto tanteaba y seleccionaba candidatos para su “colegio soñado”.
Acaso Burguillos saliera de Úbeda en el momento justo. Él estaba seguro de que su buen entendimiento con los escolares tuvo un ritmo y una alegría hasta entonces desconocidos en la Escuela de Magisterio… Y de que se creó un clima de familia y bienestar entrañable, distinguido y de gratos recuerdos.
Los años en que Burguillos trabajó en la Safa, no advirtió decidido o cálido afán de sensibilizar y entusiasmar a los alumnos de Magisterio con la Institución y sus cometidos. Tal vez porque profesores, educadores y jesuitas no lo estaban. El padre Gómez se llevó la mecha. Safa: Sagrada Familia. Poco le halló Burguillos de sacralizad; y menos de familia.

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