13-09-2008.
¡Penas al viento! Y con veinte de los suyos, se echó a las carreteras. Granada, Málaga, Almería… En su afán de curtirles, proyectó Burguillos unos días de bohemia. Además de practicar dureza espartana, probarían técnicas de supervivencia. Que muy apropiadas son para la propia seguridad en sí mismos. ¡Bendito Dios! Que hasta del vagamundeo bien llevado se puede tomar gozo y crecimiento.
No había más dinero que trescientas pesetas por boca. Y con ellas había que ir, estar y volver. Se gastó demasiado, porque hicimos poco autoestop y mucho tren.
En El Jau, bíblico huerto de Escolano. Y ¡qué cabritillo! ¡Qué leche y qué queso…! A dos pasos, Granada. Granada en fiestas. Algunos tuvieron mucha suerte y cenaron de hotel. Otros hubieron de conformarse, hartándose de bollos y café con leche…
Teníamos nuestro código ético. Todo estaba reglado. Las “binas”, con veinte pesetas para emergencias, rotaban cada día para que todos tratasen con todos. Sólo en necesidad acuciante, previa demanda cortés frustrada, se podían tomar cautelosamente los frutos de la próvida bandeja de Dios, la Naturaleza.
En Málaga, por mediación del padre Mendoza, pagantibus illis, les hospedaron en el colegio de El Palo. Y comieron un día, invitados, en el restaurante de Pedro. Pero la gente quería aventura. Y dejaron Málaga y al padre Mendoza; y palmo a palmo y coche a coche se metieron en Almería. A Nerja, Burguillos llegó mesiánico: montado en una borriquilla… Cosas de Márquez y del genial diablillo que llevaba en la sangre. Las Cuevas los deslumbraron.
Burguillos, que ya andaba por la licenciatura en el arte del autoestop, cada jornada no lo realizaba hasta no haber colocado o embutido a todos. Aun así, muchas veces, a través del recorrido, se sentía como un río‑padre, recogiendo afluentes dispersos. Un mal día, apurado, hubo de forzar al conductor de un biscúter. ¡Qué gozo sintió, sombrero en mano, al adelantar ‑saludando‑ a algunos náufragos que pateaban el asfalto!
Mucha gente buena les echó Dios al camino… Con sólo vernos, estaban prestos a ejercitar las obras de misericordia. Que bien seguros estaban de dar de comer al hambriento y limonada o cerveza al sediento; y techo al vagabundo: en Torre del Mar, las monjitas de Auxilio Social; las encantadoras de Poveda, en Nerja… Que Dios se lo pague.
A Almería llegaron sudorosos, extenuados… Con pocas horas de diferencia y muchas anécdotas y penalidades que contar.
La madre de Márquez, espléndida en ternura y comida, les devolvió vitalidad y euforia. Se bañaron cerca de las Conchas. Y durmieron en un bajío entre cañizales. Sólo el rasgar de las olas oían. A quien sí oyeron en la plaza de toros fue al Dúo Dinámico… Por supuesto, gratis. El nunca bien ponderado director del grupo Safa, padre de nuestro amado Homo maximus, Paco Fernández, los arrastró a su escuela. Se instalaron y los proveyó de cumplido bastimento.
Un día, en la playa, Burguillos se encontró gozosamente con Mari Alba. En El Sardinero se habían conocido el verano anterior. Desemparejados ambos, entretuvieron algunas horas en las tardes y noches santanderinas. Animados estaban, recordándolo, en la playa almeriense… Y Márquez, siempre Márquez, se les acercó y:
—Papá, que te espera mamá con los peques…
Cansados, grasientos y felices volvieron al colegio. Todavía les sobró dinero para ver Espartaco en el cine Palacio de Granada. Y para el viaje de cada trotamundos a su casa. Se despidieron con pena y pensando ya en las rutas del próximo verano. Y es que fueron veinte días inolvidables.
Los alumnos de Burguillos, con los suspensos de junio, aumentaron. Ya saltaba las treinta mil pesetas. ¡Capitán General! Dormía en el colegio y hacía las comidas en el Gran Hotel. Fuera él casi contento. Pero en la casa del pobre… En seguida le llamó el Rector. Nada más entrar, bronca por haber andado esos mundos de Dios arrastrando el honor de la Safa. Malviviendo y hurtando como gitanos… Hasta trémolos y gallos le hacía su voz argentina… Estaba muy alterado. Y Burguillos dudaba si acercarse, darle unas palmadas en el cuello y serenarle:
—Padre Manuel, no se me ponga usted así, hombre. ¡Coño! ¡Que le va a dar algo…! Lo único que de veras hemos arrastrado por esas carreteras ha sido el hambre, la gazuza que nos mordía el estómago. Días hubo que parecía que éramos todo hambre. Y también hemos arrastrado alegría y juventud imposibles… ¿A que usted nunca ha cantado para engañar el hambre? Y por lo afanado no tenga usted dolor de conciencia… Que por unos catorce o quince paternósteres y mil o mil doscientas pesetas a Cáritas, todo queda bien resarcido… Y el gozo, el recuerdo y el ingenio vividos no hay quien nos los quite…
«¡Ay padre Manuel! ‑pensaba Burguillos‑; si, en vez de dedicarse con los otros en camarilla a hundirme, me escuchara y capitalizara mi capacidad de trabajo y entusiasmo con los chicos… y la facilidad de contagiarlos, ¡qué cursos de verano le montaría yo con los de Magisterio en El Palo o en el colegio de El Puerto! Idiomas en serio. A fondo. Hasta dar con las raíces y la cultura del pueblo que les decantó. Música como el último, el más apurado medio de la formación humana. Y conferencias de hombres sabios. De esas que cambian el pensamiento y echan la vida por caminos nuevos y deslumbrantes… Y entonces sí que no me importaría ese vergonzante salario simbólico… que a usted no le remuerde».
Y el reverendo Bermudo seguía, extralimitado, despotricando. Burguillos, pendiente del reloj y de las clases, no se inmutaba. Y al padre esto le enrabietaba más. Y como sabía que su sentencia estaba rubricada, Burguillos no le replicó, porque se le echaba encima la hora de atender a sus doce “grecolatinos”. Muy respetuoso se lo expuso y se liberó de su catilinaria. Aplazaron la continuación para esa misma tarde.
Todo se redujo a hiperbolizar la dureza de su actitud respecto a los jesuitas de la Comunidad. Su independencia nada humilde y obsequiosa con el padre Prefecto… Y, no podía faltar, su seducción sobre los chicos…
—¿Hechizo? ¡Más bien mal de ojo! ‑le corrigió Burguillos, deslenguado y harto de la misma cantilena.
Mucha caña le dio. Pero Burguillos no siempre le dejó irse de vacío… Estaría bueno, oírle repetir que era tanto y cuanto de buen educador. Pero que eso le ensoberbecía y le hacía inaguantable. ¿Cómo le iba a dejar irse de rositas sin decirle que su prevalencia entre los chicos era cuestión de ritmo, de entrega y de salero? Y que en sus relaciones con ellos, los jesuitas, respondía al trato que ledispensaban. Y que así había que tomarle o dejarle. Y que, si los papeles tuvieran cambiados, también le diría a él algunas cositas… Por supuesto con menos dureza…
Una tarde de domingo, por fin parió. Para compensarlo de su extrañamiento de la Safa, y para que no dependiera nada más que de él, lo destinaba a Riotinto como director. Promoveatur ut removeatur. Le pidió tiempo para pensarlo.
En el aire quedó flotando, por su parte, que Burguillos tenía escasa capacidad de sometimiento y de trabajo en equipo. Subrayado dejó Burguillos, por la suya, que era hombre de bríos y no se dejaba encabestrar por cualquier boyero. Por cierto, que él nunca le impidió iniciativa alguna. Y más de una vez, a su través, puenteó al padre Rafael. El Rector le dio una encomiástica enhorabuena por sus oposiciones.
Otro día le llamó para urgirle una respuesta sobre Riotinto. Burguillos le rogó que no le presionara… Que lo bloqueaba… Y, hablando, hablando, se engalló. Trataba de hacerle ver a Burguillos lo paciente y generoso que estaba siendo con él. Y que no había motivos para que se fuera resentido. Y Burguillos le respondió:
—No, padre, no. Me duele dejar Úbeda así. Pero me consuela mucho más saber que, si de los chicos ‑todos‑ dependiera, no sería yo quien abandonase esta casa.
Y el padre Rector, de mala gana, lo despidió.
Y llegó la hora de desprenderse. Fue duro. Pero como cada año, cada fin de curso, había suspirado por ello, aunque los críos le dolían, no fue desprender la uña de la carne. Tan masticado y digerido le tenía Burguillos lo que la Safa daba de sí… ¡Qué inestable era todo el proyecto! El salario mendicante no era lo más inhumano. Más dolía y socavaba la moral, la inseguridad: un cambio de superior, o un superior cambiante con las fases de la luna, podía arruinar la vida a estudiantes de sexto o séptimo curso. O la de cualquier profesor…
Dedicó un vistazo y suspiros largos, morosos, al valle del Guadalquivir. Entró en la iglesia. Y la bendición del caminante pidió a Santa María. Y a Jesús, perdón por tantas cosas que hizo mal… Que no fueron pocas. Subieron a despedirle muy efusivamente, entre chicos y profesores, quince o veinte. El padre Navarrete lo esperaba eufórico a la salida de la iglesia. Y eufórico y jovial se le venía encima dispuesto a darle un abrazo. Burguillos, serio, le ofreció la mano.
Ya en el coche, pensó que sus seis años de Safa tenían mucho de sueño y algo de martirio. Era el primer pan escaso y amargo de su vida laboral. El primer desconsiderado desmoche de su entrega a fondo en un quehacer netamente humano. Se reafirmó en que había sido una alcaldada… Y que lo procedente era pasar página sin dejar marcas en el corazón. Poner el océano entre los Bermudo, Navarrete, Mendoza… y cuanto oliera a politiqueo Safa. Olvidar le parecía a Burguillos el recurso más fácil para digerir la humillación. Y se proponía aprovechar el escarmiento y arriar de una vez sueños y afanes de agrandar el reino y trasformar el mundo…