Versos sembrados, 10

08-09-2008.
80
Monólogo para vencidos
Boca bilingüe. Lisboa, 91.
 

1
Me pregunto por qué, por qué esta racha
me regala su abulia en los talones,
hasta cuándo la hierba y los metales
ganarán su julepe en este juego,
y hasta cuándo este mar, mi guiño, tu palmera
seguirán siendo cómplices culpables
en el verde fondo nilo del café.
Y me pregunto también por qué los trenes
parecen largos dientes de lagarto.
Me pregunto por ti. Por esa nube
que visitaba a veces el gel de las manzanas,
hasta cuándo este vientre aguantará la dieta
de pompas de jabón y a cuánto precio,
y, hasta cuándo y por qué, de qué manera
la luna nos negó su lado bueno.
Y me pregunto también por qué Lisboa
me restriega –quemada‑ sus cenizas
sin tener vela alguna en este entierro.
Me pregunto si tal, si cual, si luego
aquel oporto gris vendrá a endulzarnos
los pezones mordidos, la refriega
de aquel gemir tan jondo y tan gitano,
y hasta cuándo esa risa del comboio
cantará su disfraz y con qué prisa.
Y me pregunto también por qué la rosa
nos gasta esta putada a contrapelo.
Son sin duda tal vez probablemente
demasiadas preguntas… y a deshoras.
 
2
Supongamos que la paloma se canse de volar
y que el clavel de tu pecho se haga zarzal en las venas
o que tu tiempo se quiebre en el crucigrama blanco.
Supongamos que el cóndor vuele triste en aquel páramo
en donde habitan las águilas babosas
o que los besos se abran a la mejilla del otro.
Supongamos que el amor críe cuervos y nos saque los ojos
y que hoy es un jueves ya vencido
o que de noche todos los gatos sean pardos.
Supongamos que la velocidad deje de ser bella
y que cada montaña sea preñada en primavera
o que la necesidad se harte de masticar los geranios.
Supongamos que Eros se escape con el vecino de al lado
y que la arena nos devuelva una lágrima
o que la vida siga dándonos gato por liebre.
Supongamos que hay una gota de mercurio en cada pliegue
y que sigamos jugando al escondite con los besos
o que, cerrado por descanso, Cupido veranee.
O supongamos… De acuerdo,
es mucho suponer.
 
3
Y ahora, ya lo ves. Aquí me tengo
pintando en el dintel tu retrato gris,
mirada despistada hacia Dios sabe dónde.
Y recoges las manos en esa camisola de Fred Perry
con tu escultura, ¡ay!, a media asta y tan marcial.
No, my darling, hay siempre una pregunta
que nunca me respondo si el café nos mira
y, sin embargo, siempre hay un retrato gris
que como yegua muda nos dice que perdimos.
Tu vientre recogido, mis ojos de melón,
los grillos del agosto probablemente gritan
con su pecado adentro las últimas palabras,
y el vacío me muerde allá, en los bajos fondos.
Nos vamos… Echamos siete llaves
en cada rostro antiguo. Miramos de reojo.
Encierras en la mochila el último café
con la derrota a cuestas…
Y te haces la tonta mientras tanto.

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