30-06-2008.
Un domingo de febrero Toledo venció la majestuosa y afamada Aranjuez. Y ganó por méritos propios, sin discusión ni influencias, por KO en el primer asalto.
El desayuno estaba cerca y alguien se empeñaba en alejarlo con retorcidas explicaciones en idioma irreconocible.
El patio andaluz, por fin, me recuerda Granada y su encanto.
Frente a mí estás tú, amor, y bebo en tus ojos la luz de la mañana.
Toledo nos aguarda. El coche y el «no me siembres por la explanada». La música faltaba. Toledo despierta. El Alcázar, «el de los moros», vigila en lontananza. La Catedral embrujada. El profesor y el japonés y otro japonés y otro… ¡Ay, coño, los japoneses!
Una foto y el soldat. El entierro de un Conde que dicen de Orgaz.
Los besos saben a beso, las miradas hablaban.
Una comida inolvidable. La tibia conversación, a media voz, fluida, abierta, inagotable. Enfrente, una señora, de estilo singular, con clase, con un saber estar envidiable. Frente a frente con un sueño real. Allí estaban el querer y el soñar. ¡Y el reloj, Dios!
El reloj de Aranjuez que se vengaba.
Adiós, inmortal Toledo imperial.
La carretera volaba. Las caras se alargan. «¿Sabes el método anticonceptivo de la aspirina?». Imposible disimular. Se presentía la despedida.
Al fondo, otra vez Aranjuez se despedía con problemas. ¡No podía ser de otra forma!
«Escríbeme». Para qué llorar. El último beso, el último abrazo. «Hasta siempre, hasta siempre».
El tren sin billete rompió el sueño. Eran las cinco horas lorquianas de la tarde.
Subido al tren, estoicamente en pie, observo las absurdas caras viajeras mientras mi mente quedaba ausente y mi corazón se paraba lentamente.
Hoy está nevando y recuerdo el fin de semana anterior, tan distinto.
Mientras duermes o sueñas, que no sé,
yo te velo una fiebre despeinada
y me pongo a escribir garabatos
que no puedo grabarte entre las sábanas.
Hoy he besado tu frente y ya no estabas.
yo te velo una fiebre despeinada
y me pongo a escribir garabatos
que no puedo grabarte entre las sábanas.
Hoy he besado tu frente y ya no estabas.
Con estos versos de R. Hinojosa empiezo otro sueño, el verdaderamente irreal, el de las clases diarias, las facturas del campo, los plazos del préstamo a primeros de mes, los informes, planificaciones y evaluaciones, la cara avinagrada y miocardiana del jefe… Sonrisas y lágrimas.
Creo que el ejemplo que pusiste de la piedra y el mechero es esperanzador, debe ser esperanzador. El roce hace las cosas más fáciles y mucho mejores.
Como lo pienso y lo siento, lo escribo:
Tengo aún tus besos en mi boca,
tus pechos en mis manos,
tu vientre en mi vientre,
tus ojos en mis ojos.
tus pechos en mis manos,
tu vientre en mi vientre,
tus ojos en mis ojos.
Siento tu cuerpo,
huelo tu aire,
oigo tus risas
y tu corazón que late.
huelo tu aire,
oigo tus risas
y tu corazón que late.
—¿Te parece? —me dices.
Febrero, 1990.