El sueño del faraón

03-05-2008.
Es viejo como el desarrollo de la vida inteligente en nuestro planeta el diálogo convergente/divergente entre el instinto a lo particular y a su posesión, y la necesidad de ampliar las miras y los intereses en pro de la comunidad de los demás; esto último, como medida imprescindible para la supervivencia de la especie, del clan.
 

Viejo es y cierto que los instintos egoístas priman sobre los altruistas, incluso a riesgo de acabar con uno mismo en muchas personas y sociedades. La conciliación entre estas dos pulsiones a veces no ha sido lo efectiva y lo equilibrada que se requería; y se generaron y se generan crisis que se dicen inevitables, pero que podían y debían ser evitadas.
Ha primado aparentemente el desarrollo de lo particular, del beneficio privado, del enriquecimiento siempre y de todas las formas posibles de los poderosos o de los que accedían o pretendían acceder al mismo. Dinero es poder, ejercido de una u otra forma. Cuando se habla de dinero se habla metafóricamente, y no sólo literalmente; dinero no sólo es el activo monetario en circulación; dinero es el activo en especie; dinero es el control de su acceso y distribución; dinero es la cadena comercial y de distribución, el control también de los alimentos; dinero son los pasivos amortizados o por amortizar que esperan su momento para convertirse en trueque efectivo y con valor, o depreciados… Lo que siempre ha sucedido es que todo este mundo dinerario (díganle económico) ha estado al servicio de unos pocos en todo tiempo y lugar.
Las tensiones, entre quienes detentaban todo y los que no tenían nada, se generaron a lo largo de las civilizaciones en crisis; unas moderadas, pero otras de tal envergadura que hasta acabaron con lo conocido, con lo establecido, con los moldes de sociedad y de comportamiento: se les vino a llamar REVOLUCIONES. ¿Habrá una palabra más temida que ésta?: REVOLUCIÓN.
Pues a pesar del temor que genera, a pesar de ser anatema, los ciegos y ahítos de poder, dinero y riqueza están tan encanallados que la ven llegar o incluso provocan su génesis con tal de no ceder unas pocas de sus riquezas; con tal de no ceder un poco de su avaricia… Saben, es cierto, que, por lo general, a ellos no les llegará la ola de desastres que su egoísmo desatará; se sienten a cubierto, porque ya previeron y adoptaron las medidas pertinentes. Porque todavía piensan que con ello ganarán más.
Han existido muchas formas de reconciliar los extremos. Cuando las sociedades se dieron cuenta de que era mejor controlar, controlaron, abriendo o cerrando, según, la parte privada a favor de la pública o viceversa. Los estados y gobiernos, los poderes, intervenían para no llegar al colapso; existían medidas correctoras que paliaban lo peor de los efectos, tratando de que los más indefensos pudiesen al menos capear los temporales económicos. Salvando los muebles, también, de los más ricos. Se intervenía. Los ultras de siempre denostaban tales intervenciones como renuncias o rendiciones, no como pasos positivos de concordia o, al menos, de apaciguamiento; los había y habrá que prefieren que se quemen las naves “con las ratas dentro”…
Los términos CAPITALISMO y PROLETARIADO son de acuñación moderna y puestos de moda en sus días; pero innegable es que capitalistas y proletarios existieron siempre. Nada se inventó sino su estudio, interpretación y tratamiento. No hay que insistir en ello. Cuando las llamadas revoluciones industriales se presentaron con toda su crudeza, con sus adelantos, pero también con sus costes económicos y humanos, los estados empezaron a asustarse, pues se comprendieron esclavos de quienes ya detentaban los poderes de veras; se dieron cuenta de que los recursos de ese poder se les escapaban de las manos. Tras el siglo diecinueve, trataron, los más avanzados y por lo tanto lúcidos, de poner límites o ciertas reglas; surgieron las leyes antitrust, antimonopolio; surgieron las primeras medidas de tipo socialdemócrata, así como habían surgido los primeros movimientos sindicales y políticos a favor de los trabajadores. Porque el llamado LIBERALISMO no llevaba más que a la exacerbación del hombre y del medio, explotados sin piedad. El laissez faire, laissez passer era sólo una excusa para enriquecerse, pues se dejaba en manos de un darwinismo social y económico ‑atroz‑ el devenir; la ley del más fuerte impondría su ley. Muy del oeste americano.
Se dice, se cuenta, se rumorea que la Iglesia Católica condenó el liberalismo… ¿político o social? ¡Con cuánta intensidad y contundencia hubo de hacerlo en lo económico y no pasarlo de puntillas! Pues a algunos cardenales se les olvidó.
Pero sigo en mi discurso.
Los intentos de controlar esa doctrina falaz y egoísta se estrellaron. Ahora estamos en la era de los “neocon”, liberales como la copa de un pino en lo económico‑social, paladines de la desmantelación de todo lo que se llame estado, como controlador. Van como toros, ciegos en su prepotencia, a por todas y caiga quien caiga, mientras la mal llamada ley del mercado funcione ‑según sus intereses, claro‑; porque cuando no marcha el sistema, se acuerdan de los poderes públicos, de la “teta” del estado, para que les solucione sus problemas. En general, no se les oirá si no es que andan en pérdidas (bueno, en menos ganancias) y necesitan del colchón público, de lo público, de lo de todos, para no tener quebrancías. ¡Qué paradoja: los más individualistas nunca le hacen ascos a los bienes públicos; o para quedarse con ellos o para beneficiarse de su poder!
Estamos en una era de incertidumbre. Los panoramas rígidos del siglo veinte ya no funcionan; parámetros hasta ayer intocables ya desaparecieron o no sirven; las bases de la economía son cada vez más volátiles e imprevisibles. Ahora todo se basa en la inmediatez: vamos con la lengua fuera y hemos entrado en una dinámica que habrá que atemperar o nos destrozará sin remedio. Pero nuestros queridos liberales, los de la deslocalización, mercado libre, mundo global y demás justificantes van también sin resuello. Y afrontan la partida como si fuese la última de su vida, cada vez más apremiados, sólo con el afán del beneficio rápido y seguro. Se inventan lo más inverosímil, mil trucos, para mover valores que a veces son humo… Inflan el globo a sabiendas de su inestabilidad: ¿es el ladrillo?, ¡pues el ladrillo!; ¿son los mercados de futuros?, ¡a los futuros sin futuro!. Ahí meten sus manos sin importarles nada.
Las consecuencias están a la vista: el futuro ahora es la alimentación de muchos millones de personas; la realidad es la manipulación tanto en cantidad como en precio de esos alimentos. ¿Quién nos dice, grandísimos ignorantes que somos, que eso no se había preparado; que esa política de restringir los cultivos y las producciones ganaderas en muchas partes no tenía esa finalidad; que lanzar oportunamente (cuando otras fuentes de inversión se derrumbaban) los mitos de los biocarburantes no estaba calculado?
Los grandes graneros egipcios se quedaron en septenio de vacas flacas y el faraón no había previsto la respuesta, porque su visir no tenía ya poder para responder, estando todo el grano en poder de los sacerdotes de Amón. Esta es la realidad actual. Ellos pondrán el grano y sus condiciones, los de siempre, mientras millones de personas se podrán morir ciertamente en paz. O en guerra.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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