Romance de la igualdad

02-05-2008.
A las esposas y madres,
a las hijas y a las damas,
con el máximo respeto,
con fe ciega y alcoyana,
con voluntad demostrable,
con sosiego y con bonanza,
dedico mis argumentos,
llenos de sosiego y calma.
 

 

Van nuestras mujeres hoy
por callejuelas y plazas,
contándole a todo el mundo
secretos de alcoba y casa:
—Que mi Pepe no me come.
—Que ya no me tiene ganas.
—Que ha perdido la afición.
—Que no me hace ni la cama.
 
Y cantan la indiferencia
e inapetencia probadas,
la sumisión, la flojera,
la desidia y la desgana,
de quien ayer fuera un miura
y hoy es un cantamañanas.
Y están hasta las “manuelas”
y protestan y reclaman
y, en un pronto desdichado,
se enfadan y se arrebatan
y a tomar por… ya se sabe.
O a hacer puñetas nos mandan.
 
Y es que dicen los modernos
que es cosa lógica y sana
que el marido barra y friegue,
que limpie y use la plancha.
Y, en esto, sí están de acuerdo
ministras y diputadas:
en que el hombre fregotee
y haga labores de casa;
que estas sencillas faenas
no le acarrearán desgracia,
ni conflicto, ni rechazo,
pues se trata de constancia,
tenacidad y paciencia,
firmeza y perseverancia.
 
Desde ahora los maridos,
con agrado y tolerancia,
se han de “comer el marrón
de buen rollo” y buena gana,
como se comían antaño,
con hambre de loba parda…
lo que, por hombre… ¡No digo!.
¡Que está más claro que el agua!
 
Todos estos menosprecios,
abandonos y desganas
han llevado a nuestras “chorbas”
a lanzar una proclama
para burlarse y mofarse
del que otrora conquistaran.
Nueve temas y un cursillo
de aplicación obligada.
Solicitan del marido
concurrencia y alianza.
«Que se enteren de una vez
‑dicen con gracia y con guasa‑:
que la esposa no es la madre;
que mamá quedó en casa,
porque el niño no es tan niño;
que el fútbol es una guasa,
que hay que atender a los hijos,
ceder el mando a distancia,
orinar dentro del váter,
recoger platos y tazas,
barrer y fregar el suelo,
ejercitarse en la plancha
y la ropa que se ha usado
llevarla hasta la canasta
sin perderse en el camino,
ni pensar en la distancia».
 
Consejos innecesarios,
inútiles observancias,
sarcasmos y vejaciones
hacia los sufridos parias
que, desde ha mucho tiempo,
soportan pesadas cargas.
Y tratan a los maridos
de incapaces y manazas,
torpes, leños y mendrugos,
en materias ordinarias.
 
«Para preparar la sopa,
¡tienes que hervir el agua,
sin quemar la cacerola!;
y después… echar la pasta».
 
No me digáis que no es bueno;
que el chiste no tiene gracia.
 
Nadie es fuerte sin medida,
ni inteligente sin tasa,
ni hermoso sin parangón,
ni bravo sin semejanza.
Pero tampoco, menguado,
ni tonto incondicional,
ni feo sin competencia,
ni “gilipuertas” total.
 
El que se sienta distinto,
el que quiera destacar
será bueno que cavile
que no somos nada más
que barro del mismo barro,
y arena del arenal.
 
Que vivimos cuando amamos,
que se vive para amar,
que no hay gozo sin entrega
ni brillo sin humildad.

 

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