El enviado

25-03-2008.
Fuit homo missus a Deo
[Hubo un hombre enviado por Dios].
Por esos días andaba por Comillas un jesuita alemán. Prestigioso cinéfilo, escritor y psicólogo: el padre Carlos María Staelin. Sin cortedad alguna lo abordó Burguillos y paseando por la Explanada le expuso su problema: comprimido, quintaesenciado. Pero en su afán de sinceridad se lo apostilló, haciéndole notar su tendencia al detallismo y su predisposición inicial a la angustia. Le habló de Isadora, con tanto empeño de sinceridad que le dolió dejarla reducida a un puro recurso de última hora. Hizo, puso doloroso énfasis en hacer notar que la enamorada era ella. Y con un enamoramiento más bien protector y circunstancial.

Con estos y otros datos que Burguillos estimaba relevantes para un buen diagnóstico, dejó al padre Staelin en suerte para un veredicto fundamentado. Era hombre de clara argumentación: «El salto de las órdenes ‑dijo‑ será la mejor terapia. Le curará de ese bloqueo doloroso y desintegrador en que usted vive enzarzado. La obsesión le tiene hipotecada buena parte de su vida intelectivo‑afectiva. Esa capacidad de comunicación y entusiasmo que usted posee le está librando, a duras penas, de hundirse en depresiones. Póngala a tope en las causas de Dios. Le proporcionará tanta satisfacción que correrá riesgos de vanidad y orgullo. Ganará usted en todo. Muy especialmente en influencia sobre los demás y en propia estimación». Y le recalcó: «La situación vital que usted vive, a través de su indecisión, le perturba severamente. Y le coarta no sólo un buen desenvolvimiento de su vida intelectual; también le tiene clavada, en una fijación reductiva, su afectividad y sus relaciones sociales. Encerrado en su problemática, restringe y devalúa su capacidad de conseguir una auténtica trabazón de relaciones en un plano de mayor profundización. La preocupación sexual le origina una represión absorbente. Según se repliega en la rumia y contemplación de su problemática personal, se crea usted intratensión angustiosa y lamentable pérdida de contacto con la realidad».
Fue el más técnico, el más seguro y el que más a fondo atacó su problema. La charla fue larga. Tan intensa y maravillosa, que le pareció fuera del tiempo. Ya no creía Burguillos en la capacidad de nadie para revolucionarle así la vida. ¡Qué de cosas le dijo! Luminosas, reveladoras…; a veces, como botones candentes sobre llagas purulentas. Remataron el encuentro ante la fachada de la Universidad. El padre Staelin le dijo, al despedirse, que estaba dispuesto a escucharle cuantas veces fuera necesario. Burguillos se quedó, intentando rezar. Ni la Encarnación, ni el Nacimiento de Jesús… Ni la magnificencia de la tarde o el esplendor del jardín le sustraían del maravilloso concierto que el bendito alemán acababa de darle.
Por aquellos días hubo una reunión íntima, informal, de los canonistas. Había varios capitanes castrenses que, para su ascenso, necesitaban y luchaban por la licenciatura en Derecho Canónico. Entre ellos, su gran amigo Jerónimo Modrego, “El Capi”. Aragonés popular, simpático y generoso. Una merendola para celebrar título y despedidas. Siempre invitaban a Burguillos a los actos y excursiones de los canonistas. Hablaron algunos. Él lo hizo al final. Cuatro vulgaridades envueltas en papel de seda. Esa misma tarde, un canónigo de Burgo de Osma le ofreció muy en serio la plaza de Magistral de su cabildo. Y tras la propuesta del padre Rodrigo y ahora ésta, Burguillos se sonreía escéptico y socarrón…
No sabía qué pensar. Lo de Huelva no hubiera dejado tendida al aire su ignorancia teológica. Y hasta acaso hubiera hecho buen papel. Que le daba a él que, en el manejo de niños y animales ‑con perdón‑, no tenía mala mano. Pero canónigo… Y de añadidura Magistral… En ninguna de ambas ofertas se envanecía Burguillos. En el fondo, todo se resolvía en la escasez de clero en que ambas diócesis languidecían. Se sorprendió de cómo, sin sentirlo ni pretenderlo, se encontró asumido por aquellos grupos académicos. A ver si el padre Staelin tenía razón, cuando afirmaba que su capacidad social podía mejorar notablemente…
Ya, en Valladolid, había llegado Burguillos a descubrir la destructiva interferencia de sus preocupaciones en sus capacidades de aprendizaje y crecimiento en general. Y, bien sabía él, que ahí se nutría su sentimiento de inseguridad.
El padre Staelin, hasta que llegó a Comillas, para Burguillos era un desconocido. La contundencia de su razonamiento le tocó muy en serio. No era únicamente la mayor gloria de Dios lo que le urgía. Muy a fondo le atañía el deterioro íntimo de sus capacidades más determinantes. Era sin duda más fuerte en él y más activo psíquicamente el estímulo perturbador, alienante, que la tendencia natural del crecimiento. Las vivencias negativas eran como una succión parasitaria del potencial de sus capacidades. Y, bajo el afán y necesidad de su trato fluido, se escondía, sin duda, el limosneo de protección por su menguado prestigio académico y creativo. De cualquier forma, Staelin le llevó a reconsiderar en profundidad y casi gozosamente, sus posibilidades. Le enseñó el riesgo en que se movía y él tuvo temple necesario para hacer el vacío dentro de sí y hallar un poco de sosiego. Y, casi con el mismo ardor que en sus años de converso ‑allá, en Carrión‑, se marcó un plan urgente. Buscar a Dios, aunque fuera arañando los acantilados. Sabía Burguillos que donde tenía que cavar era dentro de sí. Dejó de lado tanta plática amena, tanto cotorreo y lucimiento, y se entregó con ahínco a buscar y a oír a Dios en la soledad.
Burguillos sabía de lugares, dentro y fuera de la Universidad, donde hallar la soledad. Su cuarto, entre visitas de teólogos y canonistas, no era buen sitio para aislarse. Se hizo con la llave de una pequeña celda ignorada, junto a la capilla de la Comunidad, y allí se recluía muy a contrapelo de todo su yo. El acceso oscuro, la habitación reducida, sin más horizonte que el de un patio interior, sin lejanías y sin mar, tenía algo de cárcel. Rebuscó un reclinatorio. Había una mesita, silla y algunas colchonetas apiladas. Allí, con ayuda de algunos libros de piedad y frecuentes visitas a la capilla, logró Burguillos crearse un clima de espiritualidad. Por ejemplo, llegó a comprender que la voluntad de Dios, que con tanta angustia buscara tantos años, jamás le llegaría en una revelación experimental, sensible. Ni siquiera mediante un grano en la nariz… Que la voluntad de Dios está claramente presente en lo razonable del deseo, los fines y las disposiciones adecuadas. ¡Así de sencillo!
Y comenzaron las preguntas… «¿Es sincero, razonable y desinteresado mi deseo de consagrarme a Dios? ¿Tengo disposiciones, cualidades para bien ejercerlo? ¿Qué fin me mueve?» Elementalmente, tenía que admitir que reunía los requisitos para enrolarse con los seguidores de Cristo. Y, costándole mucha reflexión y oración, tuvo que dar por bueno que la voluntad de Dios era que consagrase todo su yo a la expansión de su Reino. Y, cuando llegó y aceptó el don y su peso, Burguillos se hincó de rodillas. Y manos en alto, llorando y balbuciendo, dio gracias a Dios. Daba con la frente en el suelo y sus lágrimas caían sobre el pavimento. Era tan fuerte su gozo íntimo que el tabuco aquel iba a reventar con la presencia de Dios. Le parecía que quedaba confirmado irrevocablemente en su vocación. Seguía llorando mansamente y sus lágrimas eran como una bendición. Fue una experiencia cumbre.
Rehecho ya, salió Burguillos tan dichoso que, al primero que encontró, le abrazó y le plantó dos besos sonoros.
—¿Qué pasa, pues? Tú, loco, ¿eh?, ‑le dijo, extrañado, el hermano Artabe.
Se fue a su habitación y todo le parecía distinto, más luminoso que nunca. Y, como estaba dispuesto a pagar el amor de Dios con su vida a fondo perdido, en toda una página del diario escribió: Deus meus, pater meus, nunc coepi. Usque ad mortem sequar Te. Ubique terrarum ibo docens, seminans nomen tuum [Dios mío, padre mío, ahora he comenzado. Te seguiré hasta la muerte. Iré enseñando en todas las partes de la tierra, sembrando tu nombre].
Glorioso punto final a once años de duda angustiosa.
Nota: Las traducciones de las frases latinas las ha realizado nuestro compañero y amigo Santiago Navarrete Rojas.

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