El taller para adultos

Cuando yo era niño, mi madre me contaba que ‑modestia aparte‑ mi abuelo Diego había sido el herrero más prestigioso de La Puerta de Segura; que mi padre siempre trabajó en el taller de la familia; que mi tío Sebastián era el mecánico más inteligente de la comarca; y que mi tío Dionisio ‑a quien debo el honor de llevar este nombre especialmente sonoro y refinado‑ reparaba y ponía a punto los aviones de la base militar de San Javier, en Murcia. Para mi familia, el taller era el lugar en donde los hombres trabajaban, se ganaban el pan y obtenían los recursos necesarios para comer caliente y sacar adelante «a los hijos con que Dios tuviera a bien bendecir su matrimonio». ¡Vaya frase!

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