El orgullo de tener amigos como este

27-03-2008.
Y éste se llama Manuel Jurado López. Apenas acabo de disfrutar leyendo las poesías del IX Premio de Poesía de Eladio Cabañeros (Certamen Literario de Ciudad de Tomelloso), cuyo autor es nuestro amigo Manolo Jurado, cuando recibo una invitación del Excmo. Ateneo de Sevilla, del que soy socio, para la presentación de la novela Huellas en el aire, Premio Ateneo Jovellanos de Gijón 2007.

¡Qué casualidad! El autor del libro es nuestro querido Manuel Jurado López. ¿Quién se resiste a asistir? Por supuesto que he acudido y he vuelto a disfrutar una vez más, escuchando al presentador, tanto del autor como del libro ‑Carlos Muñiz Romero, director de la Sección de Literatura del Ateneo‑ y, cómo no, oyendo a Manolo Jurado narrar los entresijos de su novela, con ese gracejo especial que le caracteriza.
Como sé que Manolo no va a decir nada de este enésimo Premio, he tenido el atrevimiento de hacerlo yo; pero para que tenga la categoría que esto merece, reproduciré literalmente las palabras del presentador, don Carlos Muñiz Romero:
«El hombre de las huellas en el aire, o en el silencio. ¡Cuidado que es difícil perseguir las huellas de un hombre como Manolo Jurado! Uno ha visto películas de rastreadores indios, en el Far West, huellas sobre la arena, huellas de sangre, huellas de caminantes cansados o con prisas, huellas sobre el polvo, testimonios de largas “parasangas” en la Anábasis griega, o de carreras de los cien metros, y en círculos de radio corto o en largos rodeos para despistar en la huida. Este Manolo Jurado López parece que no deja huellas o las borra. Dice en un poema:
Hablo del joven
que guarda este jardín
con destellos de plata esmerilada.
Con un libro en las manos
permanece en silencio
frente al agua cansina de la fuente
mientras pasan las horas.
Huellas en el aire titula a esta novela que hoy presenta en el Ateneo: el título resume la trayectoria humana y poética de su escritor. Y no es que no deje huellas. Manolo Jurado es poeta, narrador, crítico literario y traductor, conferenciante en varias universidades europeas, así como en Fez y Damasco. Su obra literaria ha sido traducida al alemán, al francés, al italiano, al árabe y aun al braille. Ha sido incluida en antologías españolas y aun suizas; ha recibido premios nacionales e internacionales. Sin embargo, no lo busquen en las páginas de los periódicos. Ni en los primeros planos. Aunque haya escrito libros como Música y nieve, El viajero en el desierto y otros lugares propicios para dejar claras huellas, Manolo aparece y desaparece sin que se le adivine el rastro. Huellas en el aire, huellas en el silencio frente al agua cansina de las fuentes, mientras pasan las horas. Lo comprenderán cuando lean esta novela corta, marcada en Gijón con el Premio Jovellanos del Ateneo de aquella ciudad asturiana.
Épica de otros territorios y En cielo ajeno son títulos de libros de Manuel Jurado con los que, tanto como a sus libros, se intitula a sí mismo, a su manera tan repentina de desmadejar su propia órbita, de echarse a caminar sin dejar claras sus huellas, para que tú las persigas como un sabueso o un rastreador indio.
Este libro, Huella en el aire, es una novela corta que se nos deshace en las manos como huellas en la nieve, una vez que ha llovido. Si le buscan el rastro, se desorientarán, porque Manolo Jurado, sabiamente, ‑pudorosamente, diría yo‑, se limita a decir: «Ahí tienen ustedes las piezas. La historia móntenla ustedes». Rastreen en su aire, en sus amagos, en esas piezas extrañas, como objetos de una tienda de antigüedades. Son personajes tan cansados de sí mismos, tan acariciados por el sidol o el plumero como la mesita o la repisa que cuida con mimo una viejecita sabia y hacendosa.
Esos personajes son la novela. Y no son claros: parecen velarse a sí mismos en cada golpe de luz, en cada huella por el aire. Esta novela es un amasijo de soledades que no se enredan. El autor deja los hilos flotantes, que vayan y vengan diciendo sus cosas de cada día, intentando velar las principales, hasta que te encuentras inesperadamente con el final, desvelador, pero breve como un parpadeo. Es la historia de gente desplazada: desplazada de sus orígenes montañeses, desplazada de una utopía americana que se les frustra en Cádiz. Pero ellos siguen fijos, no se sabe en qué. No son corchos flotantes. El autor es como esos corredores “liebres” en las carreras de fondo o medio fondo. Cuando se le ve avanzar con velocidad, lo que hace es tirar de los otros y, luego, en la última curva, desaparece de la pista, invitándolos a que gane el que pueda; o el que el lector prefiera por simpatía o porque se figura lo que les mueve a llegar. Para mí es que, el que gana es el muerto, su memoria en quienes le conocieron, el intento de su hijo por averiguar algo que, a lo mejor, quizá logró alcanzar, pero que se le escapa al lector como una huella en el aire.
O una huella en el silencio. Recuerdo lo que viví en el fallo de un Premio Andalucía de novela. Estaba yo en la misma mesa de Manolo Jurado; sabía yo que se presentaba bajo seudónimo; se sucedían las votaciones de los miembros del jurado; hubo un momento, antes de la final, en el que me indicó con un gesto que la suya ya había sido eliminada. Lo sentí, pero seguimos charlando y cenando más tranquilos, a la espera de la votación final. Ganó Antonio Soler, de Málaga. Luego resultó que la otra novela finalista, eliminada, era la de Manolo. Nos había querido ahorrar la tensión a los amigos. Se la tragó él solo. Y entonces empecé a vislumbrar algo del misterio de este Manolo Jurado, experto en huellas en el aire, en algo así como huellas en el silencio».

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