«Voces del campo»

13-12-07.
Iba a visitarlo indefectiblemente en Semana Santa y en verano. Don Jesús vivía en un ático espacioso, muy bien orientado. El sol entraba hasta la salita en que pasábamos, horas y horas, charlando de sus años en Úbeda, de sus alumnos y de tantos proyectos con los que había soñado y que, sin duda, nunca verían la luz.

—¡Qué corta es la vida! —dijo. Y me leyó unos versos de Agustín de Foxá:
Y pensar que después que yo muera
Aún surgirán mañanas luminosas
Que bajo un cielo azul, la primavera
Indiferente a mi mansión postrera
Encarnará en la seda de las rosas.
Pero enseguida volvió a los nombres y a los recuerdos. Úbeda le devolvía las fuerzas y la vida que ahora se le escapaban tan deprisa.
Aquel día hablamos de José María Berzosa y José del Moral. Me contó que le habían encargado hacer unos poemas para rescatar del olvido esas palabras del campo que han desaparecido poco a poco y que, si alguien no las recupera, están condenadas a morir. Decía que las palabras son como esos grupos de personas que encontramos al hacer un viaje:
En una plaza, nos tropezamos con unos chiquillos ruidosos y bullangueros, que saltan y juegan llenos de vida. Son las palabras nuevas. Palabras que proceden casi siempre de otros idiomas y a los que los entendidos llaman neologismos. Palabras frívolas y ligeras, muy utilizadas por la gente cursi, vanidosa y afectada.
Un poco más allá, observamos una reunión de personas adultas, fuertes y seguras de sí mismas que charlan distraídas. Son las palabras corrientes, sencillas, fáciles y naturales que usa todo el mundo. Palabras que se sienten importantes, porque piensan que nadie se olvidará de ellas.
Y nunca falta ese grupito que encontramos una tarde lluviosa al borde de un camino. Gentes que nos miran con los ojos llorosos, alargando la mano en demanda de ayuda. Que disimulan su tristeza y sonríen en un gesto forzado porque creen, los pobres, que así nos tocarán el corazón y seremos con ellos más generosos y más caritativos. Que duermen acurrucadas entre las ruinas de una antigua iglesia o de un corral desmantelado. Son las palabras viejas. Palabras que ya nadie utiliza y que están condenadas a morir de frío y de soledad. Palabras que, al mirarlas, se nos encoge el alma y se nos hace un nudo en la garganta. Palabras como abañar, azacán, carricera, escriño, huebra, jifero, labrantín, majuelo, macera, pujavante, tílburi, toronjil… Palabras condenadas a desaparecer.
Fue mi última visita. Pocos meses después, moría don Jesús, dejando en muchos de nosotros un profundo vacío difícil de llenar.
Hace unos días, he recibido Voces del campo, el libro al que dedicó las últimas energías. Fue su último regalo, su última lección, su último testimonio. Nos dijo adiós, entregado a la noble tarea de acariciar y de mimar palabras con mano primorosa, para devolverles la vida, el orgullo y la dignidad que tuvieron antaño.
Me gustaría decirle que estoy triste, contemplando su nombre en la portada del libro que nunca podrá ver. Un libro en el que seguiremos aprendiendo el castellano más preciado. La lección de la tierra, de las bestias, de la parva y del huerto; del árbol, del trillo y la besana. Y que algún día, quizás uno de nuestros nietos, al ordenar un armario o al cambiar de vivienda, encontrará Voces del campo y lo abrirá y leerá:
«¡Ah, los hombres del campo…! ¿Qué son? ¿De qué están hechos? Por sus andanzas, dependencia, amores y desamores con la tierra, de tierra parecen estar hechos. Por la hebra que los sostiene, resecos, duros, macizos ¿no serán un sarmiento, un tronco humanizado? ¿Un encino sin otra fronda que dos ramas de acero hechas para trabajar y abrazar?».
Y, en el silencio de este libro profundo, lírico y sencillo, alguien descubrirá la humanidad y la excelencia del que fue maestro de maestros y educador de educadores. Encontrará entre sus páginas la paz que buscamos, pero que no encontramos casi nunca. Sabrá cuáles son esas cosas grandes e importantes a las que dedicamos muy poco tiempo. Y aprenderá a amar la grandeza y la solemnidad del campo y sus palabras.
Barcelona, 12 de diciembre de 2007.

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