Una bomba entre flores

04-12-07.
Contestación amable a la carta de Alfredo Rodríguez.
¡Qué le vamos a hacer! Así es la vida. Por más interés que pongamos en el asunto, todos los hijos no nos salen igual de guapos y graciosos.
Y yo que pensaba que mi artículo serviría para acercar posturas y facilitar entendimientos… ¡Yo que pretendía hacer una sutil invitación a los políticos, en pro del entendimiento y comprensión de pueblos y personas…! ¡Que la Virgen del Carmen, Patrona de La Puerta de Segura, me ampare y me asista! Tres días con sus noches pasé ideando las líneas de razonamiento.

Primero pensé un ejemplo clarificador.
Si admitimos que en España, la mayoría de ciudadanos, tenemos raíces árabes será más fácil hermanarnos con ellos. ¿Verdad?
Y luego la propuesta:
Si aceptamos que todos tenemos algo de derechas y de izquierdas ‑porque nadie acepta una doctrina o un programa al cien por cien‑, potenciando y fomentando los puntos comunes, podríamos entendernos con mayor facilidad. ¿O no?
Sería el primer paso. De ahí en adelante, a base de campañas en televisión firmadas por el “Gobierno de España”, conseguiríamos que la gente se respetara y ayudase. ¿Verdad que suena bien?
Bueno. Pues cuando esperaba la carta del Ministro solicitando detalles sobre la teoría, me encuentro, en el Rincón del Café, con el escrito y el afecto del amigo Alfredo. Escrito y afectos muy valorados por mí, cierta y sinceramente.
No obstante mi reconocimiento, tu réplica, querido Alfredo, me vino a recordar aquella bomba, oculta entre unas dalias, que lanzó el anarquista catalán Mateo Morral al paso de la carroza del rey Alfonso XIII.
Y, aunque tarde, aquí me tienes con la mano tendida, dudando entre elegir la pluma y la palabra, o la rudimentaria hacha de sílex. Aquí estoy sin saber si me espera el abrazo fraterno o el explosivo, bronco y belicoso. Dudando entre ofrecer al amigo sincero, la rosa blanca, unas botellas de Perelada o chorizos de la sierra de Segura que alegren y acompañen nuestra charla. Porque, como le dijo el poeta Miguel Hernández a Ramón Sijé, lo importante es hablar.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas
compañero del alma, compañero.
Y vamos ya a tu carta, compañero. Me sorprende que digas que «El hombre que se comporta como un lobo para el hombre es de derechas». De no venir de ti, que eres una persona inteligente y culta, me hubiera parecido un lapsus línguae ‑como dicen los modernos‑ o una traición del subconsciente.
Homo homini lupus es una frase de Plauto, escritor y actor antes de Cristo (254-184); y eso lo sabes tú perfectamente. Entonces no existían izquierdas, centros ni derechas, porque los romanos estaban muy ocupados en romper las cabezas de los cartagineses, que pretendían arrebatarles la isla de Sicilia, granero de Roma, como decía don Fernando Cueto, nuestro ilustre y querido profesor de Historia.
Estoy de acuerdo en que «el gusto por el disfrute de los bienes materiales no debe ser privativo de las derechas». Tienes toda la razón. Cada uno debe ser libre para poder comprarse con su dinero, un chalet, un cochazo o los modelitos que sean de su agrado. Políticamente es correcto. Constitucionalmente, también. Pero admite que la honradez y la sobriedad del gobernante deberían ser sus mejores atributos.
En el Libro III de La república (Austral, p. 175), Platón recomienda a los gobernantes «que ninguno tenga nada suyo, a no ser lo absolutamente necesario; ni casa ni despensa… Que se les haga entender que los dioses han puesto en su alma oro y plata y, por consiguiente, no tienen necesidad del oro y la plata de los hombres».
Pero lo más importante, lo que más llama mi atención es lo siguiente.
Dinos, amigo Alfredo, dónde residen los límites entre la izquierda y la derecha y el centro y los independientes y los antisistema y los nacionalistas y los tránsfugas. Márcanos claramente esas líneas que la derecha tiende a difuminar. Define con nitidez la divisoria, para que nadie nos engañe ni manipule. Sácame de la ignorancia; porque, hasta ahora, creía que a la política debía llegarse, como a la medicina o a la educación, sin prejuicios ni etiquetas. Pero con una acendrada vocación de servicio que debería excluir fines menos nobles, como amasar riquezas o robar. A diferencia del médico o del educador, el buen político puede vivir tranquilo. El dinero irá siempre tras él, pero él no debe correr jamás tras el dinero. Al buen político no le faltarán ocasiones de hacerse rico. El dinero le llegará por añadidura. Pero mientras tanto, ha de mantenerse honorable, tanto si es de derechas como de izquierdas, de centro, independiente, tránsfuga o “multipartito”. ¿Verdad?
A mi me gustaría que los políticos, en vez de dedicar sus energías a poner al adversario como hoja de perejil, hablaran de cosas así y explicaran con claridad estas cuestiones. También me gustaría que leyeran a Machado, a Platón y a Miguel Hernández, para que nuestra convivencia fuera más apacible cada día. Pero se encuentran tan ocupados en arreglar el cambio climático y pulir los últimos defectillos de los trenes del AVE, que no les queda tiempo.
Permíteme, «compañero del alma», que te cuente una historia real sin humor ni ternura, como las que me dices que te gustan. Es una historia de desesperación, de rabia y de dolor, que sucedió al final de los años setenta en el cinturón industrial de Barcelona. Eran años de esperanza e inquietud. Una mañana, un representante de los trabajadores se presentó en la fábrica conduciendo un ostentoso descapotable de gran cilindrada. El hecho despertó la indignación y el enfado de sus compañeros. A los pocos días, cuando iba a retirar el vehículo del aparcamiento, lo encontró destrozado y con una nota en el parabrisas que decía: «Estamos hartos de señoritos. Es indecente presumir de coche cuando a tus compañeros les cuesta tanto llegar a fin de mes».
Ya ves, querido Alfredo, que clasificar conductas y enmarcar ideologías no es tan fácil y que hay opiniones para todo. Agradezco sinceramente tu afecto y tus palabras, te animo a seguir enriqueciéndonos con tus opiniones, deseo de corazón que consigas todos los éxitos del mundo y, aunque ya no lo seamos, me despido con las palabras que Juan Ramón Jiménez dedicó a Miguel Hernández al conocer sus versos:
«Que no se pierda tu voz, tu acento, ese aliento joven de España».
 
P. S.- El artículo dice textualmente: «Don Lisardo Torres, aquel prodigio de inteligencia que nos llegó desde Mondoñedo». Y, efectivamente, así fue. Cursó estudios superiores en el Seminario Diocesano de Mondoñedo, provincia de Lugo y desde allí se incorporó a la Safa.
Un abrazo fuerte. Y la paz.

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