Funciones del maestro

19-10-07.
Hace unos días, pedía perdón por mi silencio. También decía que el correo electrónico de nuestro querido José M.ª se había convertido en un cordón umbilical del que no quería separarme y hoy, al abrir el correo, después del fin de semana en ayuna de ordenador, me encuentro con ocho correos de nuestro “presi”. La primera intención fue no abrirlos; pero me llamó la atención el título FUNCIONES DEL MAESTRO.

Leí el escrito de Julián Gómez Moreno y una leve sonrisa se me escapó, porque, aunque algo exageradillo, hay bastante de verdad en ello.
Ya continué abriendo los demás emails y me encuentro con La discrepancia de Diego Rodríguez. De no ser ‑por ser este escrito de quien es‑ de nuestro amigo Diego, hubiera pensado que aquello era el pensamiento utópico del maestro: la panacea soñada por los maestros que ya no ejercemos después de casi cuarenta años en la escuela. Pero si es así como tú, querido Diego, dices que puedes vivir y vive la escuela, ¡tú eres un afortunado! Enhorabuena.
Y sigo leyendo, que pa eso los manda Berzosa. Discrepancia doble: lo abro y me encuentro con nuestro Mariano Valcárcel, que parece como si se hubiera cabreado un poco al leer a Diego (no seré yo quien le quite la razón por ello). Sí lamento lo que Mariano nos dice al final: que haya perdido la felicidad en el ejercicio de la profesión, y más, cuando lucha por ejercerla con eficacia y honradez. Arriba el ánimo, Mariano.
No voy a analizar los renglones de los emails; solamente comentaré que en mis treinta y nueve años de maestro, en treinta y dos ejercí el cargo de director. En esos treinta y dos años, estuve siempre en el mismo centro, que comenzó en el 1971 con cuatro maestros y lo dejé en 2003 con diecisiete maestros. Hice de todo: director, conserje, portero ‑hasta el último día‑, cerrajero, carpintero, fontanero…; nunca tuve la suerte de tener un auxiliar administrativo, así que también hice de ello. Más de una herida curé y, en mi osadía, algún que otro punto puse; y, en determinados casos, mi coche se convirtió en ambulancia.
Tres generaciones llegaron a pasar por mi aula, muchos problemas de visión detecté, algún que otro de sordera, muchos sicológicos; con toda la comunidad escolar mantuve una relación profesional como maestro y de amistad como vecino. En muchas ocasiones, sólo me faltó dar la absolución.
En los primeros días de septiembre, además de preparar todo el trabajo escolar, celebrar reuniones, claustros, consejos, etc., teníamos que ordenar las clases, colgar pizarras, trasladar sillas, mesas… y procurar que todo estuviera a punto para el comienzo: pero eso todo quisqui. Me he llevado veinte años haciendo que funcionara un banco de libros de textos en el que, por una módica cantidad, todos tenían los libros correspondientes: no se habían inventado los cheques-libros.
Le dediqué al colegio muchas más horas de lo que me correspondía; muchas más de las que el estado me pagaba. Nunca me arrepentí: fui feliz en el ejercicio de mi profesión.
Esto, comentado así, a salto de mata, creo que cualquier maestro de mi generación lo ha vivido y sin más importancia. Éramos maestros educadores y todo entraba en el lote.
Hubo una época en la que a los maestros se nos exigía ser fiel reflejo de una educación para la ciudadanía, y bien que intentábamos cumplirlo y nos sentíamos apoyados por los padres y por la sociedad en general.
Bueno, esto es una manifestación más, de otro maestro ya jubilado. Quizás se ha producido esto que tanto le gusta a José M.ª que ocurra en nuestra asociación: la polémica o contrariedad de opiniones. Abrazos.

Deja una respuesta