06-07-07.
Ya sé que lo que escribo está contaminado de incredulidad y de desconfianza crónicas.
Me declaro incrédulo de muchas cosas, descreído de otras más y absolutamente relativista (cosa que sabemos está harto prohibida por la autoridad vaticana). Y también me declaro desconfiado, antagónico del optimismo irracional sembrado por los filósofos franceses de la Ilustración (¡ah, Rousseau, cuánto mal has hecho!), desconfiado de la bondad innata del ser humano, desconfiado de lo impuesto porque lo dice “la autoridad”, desconfiado de los manipuladores de conciencias, de ideas…
Pero si de algo o alguien desconfío con suma gradación es del converso.
Del converso que muestra con notoriedad y escándalo su conversión, del converso que se transforma en azote de los que no son como él lo es ahora, o en motor decidido de la realización y prédica de su nueva conversión.
Huyo como de la peste del predicador de sus conversiones.
Porque me sé, además, del interés personal camuflado que mueve a este converso, aparentemente desprendido y altruista, que busca gratificaciones y notoriedades para sí, personalmente, utilizando a los demás. A los que convencidos y engañados de su sinceridad y buenos fines le siguen inocentemente y a los que procuran no enfrentársele y le siguen la corriente, por prudencia.
Tontos útiles siempre los ha habido y los habrá. Que les forjan y aseguran los pedestales a estos conversos.
En la historia de la humanidad se han dado casos de conversos notorios. Veamos a uno que creó paradigma, el llamado Saulo, luego San Pablo para la cristiandad… Perseguidor estricto de disidentes del judaísmo ortodoxo, “se cae del caballo” (¡qué magnífica imagen poética utilizó para explicar su cambio de conducta!) y pasa de perseguidor a supuesto perseguido. En realidad fue quien tuvo la primera visión práctica de los límites que la secta cristiana tenía y aplicó el golpe de timón necesario para que, lo que solo era secta relativamente fraccionada, se empezase a definir como un movimiento con cierta coherencia doctrinal y jerárquica. Fue un converso muy práctico y muy inteligente. Él fue en realidad “la Piedra” angular del nuevo edificio.
Ni qué decir del inquisidor Torquemada… Se cree que era de ascendencia judía: cristianos nuevos pues, con lo que ello significaba en las Españas (en algunas, Castilla, más que en otras). Y se pone el hombre a definir, armar y hacer funcionar una maquinaria de represión tal que todavía su nombre y su obra generan escalofríos. Total, expulsó a los judíos, salieron de las tierras hispanas, pero peor su persecución de judaizantes, con todas las consecuencias personales, sociales y económicas que conllevaba.
Conversos políticos los tenemos por manojos.
Vive todavía por acá y se erige en publicista e historiador un sujeto que pasó de ser predicador y practicante del revolucionario terrorista (un Pol-Pot en potencia, como otros teórico-prácticos llegados al poder) al más claro revisionismo de derechas, analista de la historia española reciente a su manera y batidor al servicio de la propaganda reaccionaria. Hay conversos en los partidos políticos que dan vergüenza ajena (creo que propia no tienen), y que ahí están “amarrados al duro banco” de la política, en sacrificio personal, se ve, que muy duro de llevar… Conversos económicos que pasaron del ideario marxista al de los neocons, conversos que lograron puestos y ocupaciones gracias a sus desarrollados instintos de conservación y reproducción (al fin y al cabo son instintos básicos, mantenedores de la especie)…
No, no es que dude de la sinceridad de algunos de esos conversos; toda persona tiene derecho a ir matizando, purificando, decantando y variando su pensamiento; no es solo derecho, es que creo es un deber hacerlo y ello indica madurez en su evolución personal, legítima. Los hay tan íntegros que, una vez realizada su conversión, se sienten inferiores o no dignos, entre sus pares, y renuncian al protagonismo: pasan a segundo plano. Bueno es cambiar, si el cambio es sincero.
Pero los hay que apestan a hipocresía y a mera utilización del medio para su beneficio. Es de escándalo para mí el caso del escritor alemán, azote de pecados colectivos e individuales, denunciador de las debilidades sociales de su país y demás, erigido en “conciencia moral” y viviendo y explotando esa condición, que se calla con una cobardía personal, manifiesta su pertenencia, ocasional y por poco tiempo en efecto (pues el desarrollo de los acontecimientos lo acabó todo), a las organizaciones nazis. ¿Olvido?… ¡No!… Y no admito justificaciones, sean quienes sean los que las busquen, a esta actitud.
Donde dije digo…, donde antes estaba feliz ahora…, donde juré fidelidad… Nada de ello se dijo, se sintió, se juró. Nada fue verdad (a veces se atreven a decir que fue forzamiento). Cinismo; son los serviles del cinismo y de la hipocresía.
Cuidado con los conversos: nos rodean por todas partes. Pasan de unos estados a otros de modo pasmosamente fácil; utilizan a los demás para sus fines y glorificaciones personales; camuflan y justifican con declaraciones altisonantes sus actitudes y decisiones; y, no lo duden quienes esto leen, salen en todas las fotos, en todas las ocasiones indistintas e incluso antagónicas están presentes y se erigen en nuestras conciencias imprescindibles.