03-07-07.
HABÍAN OÍDO HABLAR DE LOS DRAGONES boreales de la tierra
del fuego, de extraños animales que habían nacido
en las tierras incendiadas, tan hermosos como los jaguares,
las llamas, los antílopes o los pumas. Hasta creyeron
a aquellos chamanes que afirmaban que, allí donde la tierra se
curva hacia el abismo, había un mar de fuego helado. Tuvieron
noticia de las perlas antioqueñas y del ámbar gris que
redondea su perfección de lágrima, y del plumaje
de los tucanes y de la majestad del cóndor que se erige
en príncipe del aire iluminado, solo, por encima
de las cumbres y las hogueras del sol, como un navío
en el éter, más allá del nombre de las cosas y hasta
de la inmensidad de la Orinoquia. Los sabios quisieron someter
al hombre a la tiranía de las verdades escritas
y propusieron un alfabeto con sus trampas. Ellos,
sin embargo, no habían dilucidado aún sobre el azar
y la lógica. Complicadas alquimias se sucedían en recoletos
templos donde los hombres oraban sin palabras.