23-06-07.
Acudimos en cuanto estuvimos listos.
Un sargento, tres camilleros y yo al mando. Empujando aquel carretón con ruedas, que había servido para trasladar a tantos desgraciados (y que seguiría sirviendo, para catástrofe de todos, aunque yo no lo sabía). Corrimos calle abajo, traqueteando, vibrando el maldito carro‑camilla en las piedras brillantes, lisas de la calzada.