A modo de obertura

La catástrofe más grande que le puede suceder a cualquier país es la guerra.
La guerra acaba consumiendo todas las energías de todos los que intervienen en ella. Degrada a los hombres, envilece las instituciones, destroza los recursos. Los efectos de la guerra no son comparables, no son justificables, con los fines pretendidos. A menudo estos fines son fútiles, inconcretos, injustos y de poca altura.

¿Se justifican unas consecuencias tan graves frente a unos logros tan pequeños?
Se excitan los conflictos cuando los políticos, o los que juegan a serlo, no tienen razones, ni recursos, ni ideas. Cuando fracasan, cuando no hay más argumentos que ofrecer, cuando ven que el poder se les va de las manos o no lo pueden conseguir lealmente. Entonces se activan las pasiones dormidas, los conflictos latentes, las antiguas afrentas. El discurso se vuelve simple, radical, primitivo y violento. Y las masas poco a poco se hacen permeables al bombardeo de consignas, a la introducción de simplezas, a la ceguera mental. Encuentran líderes dispuestos a dirigirlas, que son los que las han degradado. Terminan embrutecidas.
Los políticos realizan así su particular huida hacia adelante, sin importarles las consecuencias con tal de sobrevivir o destruirlo todo si ellos faltan. Que es lo que sucede.
Pero peor que una guerra entre naciones es una guerra civil. Aquí el enemigo es el vecino. No importa que ese vecino nos ayudase muchas veces; no importa que hayamos compartido con él el pan y la sal. Ahora el vecino es odioso. Y al vecino se le conoce. Se sabe cómo viste, cómo come, cómo piensa. Es carne de nuestra carne muchas veces. El vecino es nuestro hermano.
La guerra civil, entre quienes se quiera de personas y pueblos, es execrable. Propicia las mayores atrocidades, las peores venganzas. Se unen al motivo aparente del enfrentamiento el oscuro motivo de la envidia, de la codicia, del desquite. Y se asesina sin piedad. Con ira. Sin motivos.
Los protagonistas y demás personajes de esta historia viven dentro de ese mundo infame; se ven arrastrados en ese torbellino que no comparten; pretenden sobrevivir sin mancharse. Observan lo que sucede a su alrededor y fabrican su propio universo.
Por el camino van dejando ilusiones, sueños, promesas. Pierden la virginidad de sus pensamientos, la sinceridad de sus sentimientos. Pierden todo lo que los convertía en seres felices. Los hechos, inevitables, los desbordan.
En una guerra pierden muchos. En una guerra pierden todos.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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