Viaje a Extremadura

Como este cronista ha sido siempre pobre de necesidad y nunca tuvo la posibilidad de recorrer y conocer otros países, podríamos decir que este cronista no es un hombre muy “viajado”. Por eso, a la hora de elegir un destino para descansar, prefiere visitar las regiones españolas, porque como decía Cela: «Hay que amar a esta España que tiene la sangre envenenada y se nos va a morir entre las manos, cualquier día».

Pasar unos días en Andalucía, al menos una vez al año, se ha convertido para este cronista en una obligación; como el confesar y comulgar por Pascua Florida. Cuando después de mucho esperar llega la fecha del viaje, siente un placer difícil de explicar, al recorrer ‑como una flecha‑ el litoral levantino, salvar los puertos de Almansa y Chinchilla y circular por los caminos de color cereal que atraviesan La Mancha, hasta Albacete. Allí, nada mejor para reponer fuerzas que unas migas “ruleras” con pimientos y tacos de lomo de la orza, unos “dados de queso frito” y un buen plato de “atascaburras” con vino de Valdepeñas. Decía un notario en Tarragona que su padre ‑molinero manchego‑ hacía el “atascaburras” como nadie y, lógicamente, los clientes no sabían a dónde mirar.
La tarde se vuelve fresca y verde al cruzar la sierra de Alcaraz y se adorna con pinos y olivos en las sierras de Cazorla y de Segura. Quedan a la izquierda El Yelmo, los sufridos pueblos de la sierra ‑Siles, Orcera, La Puerta de Segura‑ y el río “Colorao”. El corazón late con más fuerza al pasar por Villanueva del Arzobispo y remontar el mar de olivos de La Loma. Al final, Úbeda serena y señorial, con sus palacios dorados, sus calles estrechas, sus muros empapados en melancolía y sus espadañas ‑agudas y orgullosas‑, elevándose al cielo como un anhelo, como una oración. Dejar atrás el mar, la llanura y la sierra, para llegar a Úbeda, es salvar la geografía y adentrarse en la historia.
Fueron demasiados años, vivencias y recuerdos para poderlos despachar en unas horas. Don Sebastián ‑amigo y profesor‑, con Encarnina ‑su esposa‑; Juan Ramón y Lina; Berzosa y Tony López; este cronista y su mujer. Todos con el bachillerato aprobado por el Plan de 1953 y con ganas de participar amistosamente en la tertulia. Nos hablaba Juan Ramón de sus indagaciones en el archivo de Úbeda, del frío inhumano del archivo y de las horas dedicadas al estudio y a la investigación. Eran las ocho y media, de la tarde. Cultura, cerveza y política combinan bien. Recomendaba Berzosa utilizar la expresión «violencia de sexo» y no «violencia de género». Y exponía las razones de su aserto aclarando que la “pisha”, que tiene género femenino, es el órgano sexual masculino por excelencia; y, en cambio, el “chichi”, que hizo inmortal a la Bernarda, es de género masculino. Luego lo importante no es el género sino el sexo. ¿O, no?
Hasta por los codos disertamos sobre Teatro, Historia, Lengua, Arte, asuntos de actualidad y por supuesto de política: egoísmos, mentiras, memorias y desmemorias. Las doce nos dieron y podrían habernos dado «la una, y las dos, y las tres», como a Joaquín Sabina ‑que también es un ubetense ilustre‑. Y luego, con la alegría en el cuerpo y la discrepancia en los sentimientos, como buenos españoles, nos dimos un abrazo y nos fuimos a dormir; que a las diez de la mañana debíamos iniciar nuestro viaje rumbo a Extremadura.
En Azuaga nos esperaba Pepe del Moral. A los pocos minutos de hablar con él, uno advierte que es una persona que ha sabido aprovechar cada minuto de su vida, de combinar ciencia y calidad de vida, trabajo y cultura. Como toda persona educada, manifiesta su agradecimiento incondicional a sus padres, a su familia y a sus profesores. Tiene además la enorme fortuna de contar con Flori, una mujer adorable, que lo venera y no se separa un minuto de su lado. Junto a ellos, uno se siente cómodo, alegre y optimista, por compartir su cordialidad y generosidad extraordinaria.
Nos habían preparado un programa de viaje que no viene en las agencias: un recorrido por la raya de Portugal y España, original, lleno de interés medioambiental, arquitectónico y gastronómico. Como recomiendan nueve de cada diez psicólogos, buscó establecimientos de precio asequible para evitar que, al mirar la minuta, nos quedáramos sin resuello, víctimas de un “politraumatismo neuronal” de imprevisibles consecuencias.
Recorrer Extremadura es constatar que uno no tiene tanta cultura como desearía, a pesar de haber pasado en un internado de jesuitas gran parte de su juventud. Hay demasiado arte, demasiada historia en este pueblo; y son demasiadas cosas las que deberíamos recordar al visitar Llerena, por ejemplo, y encontrarnos con la casa y la estatua de Francisco de Zurbarán; o al pasar por Jerez de los Caballeros y escuchar al amigo Del Moral contar el triste fin del último bastión de los Caballeros de la Orden del Temple, hacia un exilio sin retorno.
Al día siguiente, Monsaraz (Portugal), misterioso pueblo de frontera que domina la llanura regada por el Guadiana y en donde parece detenerse el tiempo. Desde las torres de su fortaleza hay que dejar volar la vista y la imaginación. En el valle, las enormes dehesas: asombrosos mosaicos de montes, pastos y cultivos, salpicados de encinas, olivos y alcornoques, bajo cuya sombra pastorean las vacas, grave y solemnemente. En el aire, lamentos de gentes despavoridas, buscando el refugio del castillo o de los muros de sus siete iglesias. Torres, piedras y campanas emanan cierto aire de magia y de misterio, en donde aún pueden escucharse cantos, plegarias y llantos de niños, al oír los nombres terribles del duque de Alba, de Antonio Pérez, del conde duque de Olivares.
Por la tarde, llegamos a Badajoz. Con qué atención escuchamos a nuestro anfitrión contar la historia de la Alcazaba o de la Plaza Alta, donde las gentes se reunían en las fiestas y bajo cuyos arcos se celebraban los mercados en la Edad Media; y de la Torre de Espantaperros ‑de origen almohade‑, llamada así porque, cuando sonaba la campana del templete, las personas de otras religiones debían dejar las calles libres para el paso de los cristianos. Parece ser que, en aquella época, los cristianos solían llamar “perros” a los no católicos, en general; y el hecho de que se escondieran, al sonar la campana de la torre, le confirió el nombre de “espantaperros” al sonido de la campana.
Y así, podría contaros la deliciosa cena de aquella noche en el casino de Badajoz, con pintada como plato estrella, obsequio de la familia Del Moral; o la visita a la villa de Alcántara, con su puente romano del siglo II y sede de la Orden de Alcántara desde el siglo XIII; o hablaros de la ermita del valle de Carrión, famosa por sus apariciones; o la tertulia en el Convento de la Luz; o el sabor de un buen filete de retinto; o los vinos de color rubí brillante, con ligeros tonos de teja, elegidos por Pepe, indefectiblemente. Pero eso, con ser extraordinario, no ha sido lo mejor del viaje.
Para este cronista, pobre y poco “viajado”, el enorme valor de este viaje es haber disfrutado de la compañía de la familia Del Moral, de Berzosa y Tony, de Lina y Juan Ramón. Conservar amigos, después de cuarenta años, tiene más valor que la fortuna de las hermanas Koplovich, doña Alicia y doña Ester, juntas. Primero, había pensado decir que tiene más valor que una cena de don Carlos Arenillas; pero no lo digo, porque luego la gente se cabrea, y ya sabemos lo que pasa.
O sea, que no lo he dicho; que sólo lo he pensado. Y, si molesto, me callo; que, como dice mi suegra:
—De estas cosas es mejor no hablar y menos escribirlas porque nunca sabes quién lo va a leer y cómo se va a tomar lo que uno dice sin la menor intención y sin meterse con nadie pero lo escrito escrito está -y en eso tiene razón-. Y es lo que yo digo que para una tacita de caldo y una puntita de morcilla que necesitamos para cenar no vayamos a tenerla con uno de esos tíos a los que llevamos votando toda la vida se le vaya la olla y nos busque un disgusto a nosotros que somos tan decentes y que en la vida no hemos hecho otra cosa que trabajar y pagar impuestos que antes fue Lola Flores y ahora Isabel Pantoja que quién se lo iba a decir con lo guapa que está y con lo bien que canta y ya no digo más que queda bastante claro y hasta el más tonto lo habrá entendido.
                                                                  Barcelona, 4 de mayo de 2007.

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