06-11-06.
Me habéis llenado el correo, el teléfono, las manos y el corazón de mensajes de ánimo, de aliento y de ilusión. Amigos lejanos, con los que sólo he cruzado a veces unas palabras o un saludo, me han llamado para decirme que hay que seguir adelante, que no podemos abandonar una tarea que tanto ha costado poner en marcha y en la que hemos depositado tantos sueños. Muchas gracias. Ha sido como cuando la casa se llena por sorpresa de personas que te vienen a ver y estar contigo, porque saben que no te encuentras bien. Y a uno le gustaría acertar con las palabras exactas para agradecer tanto afecto y tantas atenciones; pero se encoge el corazón y las palabras se niegan a salir y, entonces, te conformas con mirar a los ojos uno a uno y a abrazarlos, sin prisas, para que, en silencio, hablen el corazón y el sentimiento. Y casi siempre se echa de menos a alguna persona muy querida a la que uno siempre estaría dispuesto a perdonar.