Pozuelo de Alarcón, 6 de noviembre de 2006.
Querido D. José del Moral:
En primer lugar, aunque compañeros, no me he atrevido a llamarle Pepe, por no contrariarle.
Le escribo desde la chabacanería y el infantilismo de un pueblerino que ha residido en Alcalá, Úbeda, Sant Feliu de Guíxols, Valencia, Londres, Olocau, Madrid y Pozuelo de Alarcón, desde donde me permito escribirle estas líneas.
Yo no hago citas más allá de las propias vivencias. A decir verdad, soy poco leído, no he tenido tiempo de leer, pues esto me suponía el dejar de hacer otros menesteres que me entusiasmaban en mayor grado que la lectura.
Por otra parte, padezco de deformación profesional. Treinta y tantos años enseñando el ma, me, mi, mo, mu, con mejor o peor acierto, al terminar mi jornada no estaba yo como para enfrascarme en Kant. A lo sumo leía a Gloria Fuertes. Igual cuando me jubile, dentro de dos cursos, me da por cambiar el “chip” e intentar leer a todos esos autores con nombres tan raros y tan rimbombantes, que quedan muy bien en las reuniones de sociedad, en los discursos y en las tertulias de intelectuales, pero que de momento los tengo aparcados. Además, igual gasto mucho el paleocerebro, que no sé lo que es ‑perdona mi ignorancia‑, pero debe de ser algo del paleolítico, digo yo.
Estudiamos en un colegio de mucha altura, como creo recordar comentaba el padre Navarrete; pero un servidor no llegó tan alto, debido a mis limitaciones o por mis modestos orígenes. Intuyo que los libros se hacen de otros libros y los artículos con citas de otros artículos; pero eso queda para los que persiguen la notoriedad o el dinero. Yo no me entrego a estos quehaceres. Cuando algo así ha caído en mis manos, me he aburrido como un mejillón. Como verás, hasta en el ejemplo soy de pueblo y no me aburro como las ostras, que dirían algunos con abolengo.
Otro sí, lo que escribo lo hago con el corazón en la mano, sin acritud, sin rasgarme las vestiduras, como pasatiempo y mucho menos con enfado. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Mis escritos son ‑cómo te lo diría yo…‑ como de turismo rural, de campo, eso que algunos han puesto de moda y por lo que la gente de las ciudades se pirra ahora: pisar una caca de vaca (con perdón), ordeñar una oveja y dormir en un pajar. El devenir de las futuras civilizaciones igual sigue esos derroteros. Creo que, más bien antes que después, acabaremos todos en el campo, sembrando yogures, ordeñando avispas y pastoreando acelgas. Y esto será lo natural, sin que le tengan a uno por loco ni por gilipollo (otra vez perdón).
Un abrazo, compañero.
Antonio Pedrajas.