21-06-2006.
Hoy es año nuevo. No me tocó la lotería de Navidad. ¡Ni falta que me hace! Ya tengo el boleto del “Niño” y, aunque tampoco me toque, me dispongo a afrontar un año repleto de proyectos. Espero que menos aventurados que los del 2005, entre los que guardo de forma imborrable el que sucedió en mi viaje a Annual, en la primera semana de agosto y que, en parte, relaté en el Rincón del Café.
El taxista que nos trasladaba de Alhucemas a Nador era un señor entrado en kilos, hablaba árabe y alguna frase inteligible: “no problem”. Si corría más de la cuenta: “no problem”. Si derrapaba en las curvas: “no problem”. Si le indicaba que el cristal de la ventanilla no subía: “no problem, el aire de Alá mejor que el acondicionado”. El aire acondicionado es un lujo europeo que en aquellas cálidas latitudes muy pocos disfrutan.
A mitad del camino ‑ciento sesenta kilómetros de curvas tortuosas‑, nuestro taxista detuvo el coche sin el más mínimo comentario. Era un pueblo sin calles, ni aceras, ni asfalto, ni árboles, ni plazas, ni portería de fútbol en medio del árido campo… Sólo una docena de casas en las que la presencia del hormigón anunciaba un cambio en la forma de concebir el hábitat desde el último terremoto de 2004.
El taxista llegó, paró, se bajó y desapareció a toda velocidad por un terraplén que daba al campo. Parece que necesitaba excretar, pero no lo dijo. Se fue sin más. Se esfumó. Gerásimo, compañero de Interreg, aprovechaba el parón para intentar comprar tabaco en la única tienda del pueblo situada al borde de la carretera, una especie de habitáculo de cuatro metros cuadrados en el que no cabía más que el tendero junto a un montón de frutas, mezcladas con verduras y Coca‑Colas. En un gancho, sobre la puerta, un animal abierto en canal. Creo que era un cordero.
Allí, en aquel lugar, cuyo nombre no retuve en mi memoria, sentí miedo al observar cómo un grupo de jóvenes veinteañeros, me rodeaban. Anochecía. Tenían caras serias y una mirada penetrante. Yo, preparado para la escapada, no me retiraba del taxi, un Mercedes de los años 40 con neumáticos ilegibles por el desgaste producido durante décadas de rodamiento. Los jóvenes estrechaban el cerco. Parecían decididos a impedir la posible huida. ¿Por qué tardaban tanto mis colegas? ¡Maldito tabaco! ¡Vaya cagada larga del marroquí! Desesperado, sin perder ni una de las miradas de mis extraños asaltantes, invocaba al cielo para que todo fuese una pesadilla.
‑Ya tengo encima una aventura a lo Indiana Jones –pensé‑. Sin látigo, ni revólver, ni sombrero, ni guión… ¡Pobre de mí!
Por fin, aparecieron mis ansiados compañeros de viaje. Gerásimo gritó:
‑¿Qué haces? ¡Estás rodeado!
‑¿Que… qué hago? ¿No ves que me van a atacar?
‑ Pero… ¡si lo que quieren es tu gorra americana!
En ese momento hubiera repartido gorras a espuertas en aquel pueblo. Me hubiera transformado en Rey Mago, en Papá Noel o en una de las azafatas de los partidos de baloncesto de mi equipo: el Unicaja de Málaga. Y, como en cada partido, hubiera lanzado al aire dos mil gorras.
¡Qué cruel es la televisión! En Marruecos hay antenas parabólicas por doquier. Ventanas al espejismo de una gorra americana, símbolo de un fácil consumismo.
En estos días de abundancia navideña, agobiado de indecisiones en la búsqueda de regalos, harto de que el mercado decida cuándo tengo que comprar, regalar, felicitar a los vecinos…, me he acordado de aquellos adustos rifeños confundidos por mí con malvados gigantes, cuando en realidad sólo eran molinos de viento, buenas gentes embelesadas ante una aparición.
Después de la desmesurada cena de Noche Vieja, sumido en ilusorios sueños, le he pedido al Rey Melchor que se digne llevarles unas cuantas gorras. Eso sí, de estilo americano, no vaya a confundirse y regale boinas vascas. Ellos también son nacionalistas y podrían ver intencionalidad política.
¡No caerá esa breva! Mi carta no será atendida. Por aquellas tierras del Rif nunca pasan los Reyes Magos.
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Publicado en: 2006-01-01 (63 Lecturas).