23-04-07.
Lo siento, Dionisio. No me ha gustado que publiques un hecho que en conversación privada te referí sobre los trajes del coro que mi padre confeccionó. Ya que está escrito en esta página web, al menos voy a aclarar la verdad de lo sucedido.
Mi salvación de ser expulsado del colegio por ver la película Dos mujeres en el Ideal Cinema de Úbeda no tiene nada que ver con los trajes que mi padre hizo a los componentes mayores del coro. Ambos acontecimientos ocurrieron en contextos diferentes y no tienen relación alguna. A mi padre no se le pagó su trabajo, pero sí se le dieron las gracias y una palmadita en el hombro. Los trajes se hicieron ‑estoy seguro‑ con el mayor cariño del mundo; y mi familia jamás se quejó del oportunismo de un cura, que confundía la generosidad con la justicia.
Cuando el Prefecto Navarrete entró en el estudio, preguntando quiénes se atrevieron a ver Dos mujeres de Sofía Loren, imaginándose la nalga o las tetas de tan buenísima señora, provocando pecados mortales contra el sexto mandamiento en sus futuros maestros, yo me levanté junto a un puñado de acongojados compañeros, ante la orden de hombría que se nos exigía. Solo uno, cuyo nombre no desvelo por respeto al secreto curricular del interfecto, quedó sentado y fue expulsado.
—¡Vete al dormitorio y haz la maleta. Quedas expulsado del colegio por hipócrita! —sentenció solemne y airadamente el cura.
Y así fue. No se andaba con chiquitas el padre Navarrete. Le gustaba tomar decisiones importantes, sentir el mando y la autoridad en el silencio “acongojonador” que inspiraba su presencia.
A quienes nos pusimos en pie por miedo a ser descubiertos y no por la valentía y sinceridad que él pedía, nos castigó con copiar encíclicas los domingos en el tiempo de paseo; pero no nos expulsó. Creo que lo he explicado otras veces por motivos diferentes. Y como todo se pega, Dionisio, puede que tanta lectura vaticanista me dejara la cara de beatífico canónigo que tú me adjudicas en una respuesta a mi artículo de opinión, en la que mezclas argumentos y calificaciones irónicas e inoportunas sobre mí. Pero quede claro: nada tuvieron que ver los trajes que mi padre regaló, a cambio de la palmadita en la espalda. Lo demás es pura imaginación, igual que la de suponer que Sofía Loren nos incitaría el pecado en una extraordinaria película, muy alejada de los tópicos sexuales de la época.
Los adornos, en tus relatos, te han llevado a trastocar lo que sucedió en aquellos días en los que la hierba crecía en todo su esplendor en el otro cine de Úbeda –el Principal‑, donde otros compañeros disfrutaron a la misma hora de Natalie Word en la inolvidable Esplendor en la hierba. Claro que Navarrete pensó que el mal estaba en Sofía Loren y se fue a la puerta del Ideal Cinema a observar la salida por el callejón, sin posibilidad de huida a su intimidatoria mirada, dejando escapar a los seguidores de Natalie Word.