Jesús, ¿dónde estás?, y 2

10-04-07.
Domingo de Resurrección. Encendí el televisor y permanecí unos minutos observando a la multitud que seguía la misa oficiada por el Papa. Todos quieren celebrar el triunfo sobre la muerte de Jesús. Vestuario de lujo, cardenales en Ferrari, marco palaciego incomparable, propio de quien representa a Dios en la Tierra.
Busqué Los Evangelios en mi biblioteca y releí algunos pasajes. En todos, Jesús estaba siempre con los deprimidos, enfermos, perseguidos y miserables. Si alguna vez se sentaba junto a un poderoso, aprovechaba el momento para proclamar la verdad: «Los mansos verán a Dios»; «No toméis nada para el camino, ni báculo, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni llevéis dos túnicas…» (Lucas 9, 3…); «Bienaventurados seréis cuando, aborreciéndoos los hombres, os excomulguen, y maldigan y proscriban vuestro nombre, como malo por amor del Hijo del Hombre…» (Lucas 6, 22…).

—¿Será éste el mismo Evangelio que leen los obispos? -pensé-. Debe tener diferentes interpretaciones cuando lo que veo en ellos no corresponde al espíritu del mensaje mesiánico.
Estaba yo, la mañana del domingo, con estas divagaciones, cuando llegó la hora del telediario. «El cardenal Rouco Valera ordena el cierre de la parroquia San Carlos Borromeo de Madrid por no ajustarse al culto oficial de la Iglesia». La noticia fue ampliándose en los distintos informativos de las televisiones, gracias a los cuales pude conocer más detalles del suceso. Resulta que tres curas se dedican a fomentar una gran familia cristiana con los marginados de la sociedad actual, es decir, drogodependientes, excarcelados, parados, mujeres maltratadas… y, además, consagraban pan y rosquillas en vez de hostias. Hubo un momento en el que tuve más claro que nunca dónde estaba Jesús.
Jesús no estaba en el Vaticano, porque es alérgico al lujo. Tampoco en las ostentosas procesiones de algunas ciudades andaluzas, ni en la acomodada y servil jerarquía eclesiástica, tan dependiente de determinados poderes fácticos. Jesús estaba ese día en la parroquia de San Carlos Borromeo, con los suyos, con los perseguidos, hambrientos y necesitados de justicia social, que es la que otorga la verdadera dignidad humana.
Pocos días después leí una noticia en Libertad Digital, medio de comunicación cercano a la COPE, instrumento agresivo de nuestros obispos contra quienes piensan diferentemente a su doctrina. Copio literalmente uno de sus párrafos: «La Teología de la Liberación, inspiradora de algunos de los movimientos revolucionarios y terroristas más sangrientos, se ha atrincherado en una parroquia de Madrid. Los tres sacerdotes de San Carlos Borromeo, en el barrio de Entrevías, predican un Catecismo y practican un culto no reconocidos por la Iglesia Católica, y han desafiado con constituirse en una asamblea parroquial dispuesta a seguir con sus actividades, después de que el Arzobispado haya decidido convertirla en un centro de Cáritas. Benedicto XVI ha reprobado públicamente, hace pocas semanas, el intento de Jon Sobrino de supeditar el Evangelio al marxismo, cuando la Historia documenta la persecución y el exterminio sistemático de católicos en los sistemas totalitarios alumbrados por la ideología marxista».
¡Qué arte en la manipulación! Marxismo, cristianismo, terrorismo, exterminio de católicos, Evangelio… Todo un gazpacho ideológico para confundir a sus fieles lectores. Digo fieles porque, excepto algunos despistados como yo, pocos siguen la lectura de sus digitales páginas, por intolerantes y provocadoras.
La noticia digital enfatiza en la presencia de los actores que se opusieron a la guerra. ¡Claro que estaban! Y agnósticos, ateos y cuantos priman la esencia evangélica a doctrinas oficialistas alejadas de la realidad, apoyando a tres curas, humildes servidores de su parroquia, tan alejada del esplendor del Vaticano.

Disculpad, amigos. Es difícil que me crispen los que piensan diferente a mí, pero hoy estoy crispado. No soporto tanta mentira. «La verdad os hará libres» ‑decía Jesús‑. Y la verdad no es otra que el Evangelio de los pobres, el que llaman Teología de la Liberación, que es el intento de dar explicación y justificación a quienes luchan pacíficamente contra la opresión y la marginación en el Tercer Mundo. Entre ellos, el arzobispo Oscar Romero o los jesuitas asesinados en El Salvador. Ellos no eran terroristas, como tampoco lo fue San Carlos Borromeo ‑nombre de la parroquia en cuestión‑, un santo que tomó muy en serio las palabras de Jesús: «Quien ahorra su vida, la pierde; pero el que gasta su vida por Mí, la ganará».

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