Estampas de las Escuelas Safa en Alcalá la Real

13-04-2007.
Dedicado a la Asociación
de AA AA Safa “Padre Talavera”
y a cuantas personas han participado
en estas Escuelas.
Todos los personajes que intervienen son absolutamente reales,
no necesariamente las circunstancias.

ESTAMPA 1
Safa y Mota
Eran las nueve en punto de la mañana cuando llegó Paco Martín al Pilar de los Álamos. Le esperábamos un grupo formado por alumnos, ex‑alumnos y varios profesores.
—¡Buenos días! ¿Vamos? Tenemos preparada una jornada completa en esta placentera mañana de mayo. Primero subimos al Castillo de la Mota por el Llanillo y calle Real arriba. ¡Fijaos qué maravilla! ‑nos decía el maestro Paco‑. Contemplad la vista de Alcalá desde la Torre del Homenaje.
Nosotros, además, oímos realmente los cascos de los caballos árabes chocar con las piedras de las empinadas cuestas, la cimitarra cortar el viento cuando el centinela ejercitaba su brazo para impedir que se acercara el enemigo cristiano (su turbante abrigaba pensamientos más de paz que de guerra, seguro) y el chirriar de las viejas puertas cerrándose celosamente al tiempo.
Allí hablaron los seis años de Marta Morales (hija de Ángeles Garrido) con la leyenda de su bisabuelo Antonio (el Maestro Garrido, primer maestro Safa).
—Que seas mejor.
Y Marta le decía:
—Te doy un beso por lo grande que eres.
Don Antonio se perdía con su andar desgarbado por entre las murallas. Vimos su sombrero y su capa. Luego sólo vimos su alma y su sombra que bajaban al valle.
ESTAMPA 2
Safa y Hogar
De vuelta, llegamos a casa de Rafael y Custodia. A él le llamamos “el guarda de las Escuelas” y ella había sido la cocinera y el ejemplo al que imitar, en el que se miraban todos los componentes del centro. Un matrimonio que se complementaba y fundía con las piedras y las rosas para ofrecer a los niños, sin otras dobles intenciones, todo su trabajo, regado con un inmenso cariño que muy pocos escogidos pueden dar.
El guarda se brinda y nos acompaña, a pesar de su torpeza física.
—Desde que tuve el accidente con la “motillo” no me encuentro bien. Ya estoy mu viejo; pero por recordar cosas del cura don Sebastián y de aquellos primeros años, hago lo que haga falta. Pero no os fiéis de mi memoria, que me falla más que una escopeta de caña.
—Despacito ‑le decía yo‑; como siempre…
Cuando pasamos la puerta de entrada de la Safa, su cara pareció recobrar las fuerzas; y un hilillo de alegría mostraba su rostro cuando, de reojo, miraba lo que había sido durante tantos años su casa y su lugar de trabajo.
—En tiempos de don Sebastián, había aquí, a continuación de mi casa, un salón de juegos con futbolines, mesas de ping-pong, billar… y después hasta un televisor. Se juntaban los niños y los jóvenes a pasar el tiempo libre. Lo cuidaban varios alumnos mayores. Recuerdo a Arturo, que tenía un ojo perdío, y a Marcelino (auténtico él) que siempre cobraba la peeta; pero, a los que no la tenían, también los dejaba jugar.
(Jamás le oí decir tantas palabras seguidas).
—Aquellas películas de “El Gordo y el Flaco” son inolvidables ‑dice Manolo Civantos “el Manquillo”. (Sigue igual, aunque más gordo y bastante calvo. De niño se quemó las manos y antebrazos ‑dicen que la culpa la tuvo su imprudencia y una bomba abandonada de la guerra‑; y yo recuerdo cómo cogía el palillero y la plumilla Coronas con los dos muñones y decía, mientras mojaba en el tintero, con el humor que le caracterizaba, mostrando sus garabatos: «¡A ver si tienes “pelotas” y me mejoras, chaval!»).
—Es verdad. Para la mayoría de nosotros, las Escuelas eran nuestra primera casa. Las clases nos importaban poco. Aquí pasábamos todas las horas del día, fuera lunes, sábado o domingo ‑asegura “Bebeagua”‑. (Este señor era un chiquillo, más delgado que el hambre, que en la escuela “cobraba” más de la cuenta por ejercer de niño. Claro, siempre estaba pidiendo permiso para salir de clase a beber agua).
ESTAMPA 3
Oficio y Beneficio
—¡Es que erais malos con ganas! ‑suelta Rafael, al tiempo que secaba el sudor de su amplísima frente.
—Sí éramos; sí. Hoy los niños son mejores gracias a que sus padres se educaron en la Safa ‑dice, con sonrisa socarrona, “el Quebraíllo”. (Yo todavía lo recuerdo con su mano escayolada, cuando no con su pie, porque era un jugador del fútbol de entonces que siempre se metía valiente ‑atrevido, diría mejor‑ y, como consecuencia de ello, era el mejor cliente y amigo de Damián, enfermero de profesión y gran defensor de las Escuelas por devoción, que trabajaba en la clínica de don Juan Contreras, y a quien se le deben muchos desvelos impagables, su desinteresada dedicación profesional y su risa amiga y contagiosa).
—El cura, entre sabatinas con incienso, pláticas de infiernos, largos rosarios de misterios gozosos, “dolorosazos” y gloriosos (según el día de la semana), concursos memorísticos de catecismo y otros actos litúrgicos, se inventaba unas Navidades y Semana Santa de mucha categoría que nos hacían vivir y sentir el espíritu de las fiestas religiosas ‑comenta Pepe Sánchez (ayer compañero‑alumno, profesor‑compañero hoy, y estupendo pintor siempre, con el que puedes gozar cuadros).
—Todavía recuerdo aquellas figuras que se movían como por encanto, el agua que salía de no sé dónde y corría por entre el musgo, perdiéndose en una cueva que se veía más grande, porque un espejo estratégicamente dispuesto se regocijaba de nuestro asombro ‑señala Rafa “Pichuqui” desde el cielo. (Murió joven, en un incendio en Australia, después de tantas correrías juntos de muchachos).
—¿Y las comuniones? ‑siguió Abdón (emigrante a tierras catalanas y con unas ganas enormes de volver para quedarse fijo en su tierra)‑. El día en que hacías la Primera Comunión había convite en las Escuelas para ti y tu familia. A los demás, se les repartían bollos y chocolate. Era, sin duda, una buena fiesta comunitaria.
—Yo me apuntaba a todos los viajes y excursiones que el cura organizaba ‑dice Pepe Calzado‑. Claro que antes tenías que vender un taco de papeletas de una rifa y entonces tenías tu asiento en los bancos del camión. Así fui a Sierra Nevada, a Baena, a Jaén, a Madrid…; y hasta a Fátima fuimos en cierta ocasión.
A Rafael se le caía la baba y encendía un nuevo cigarrillo mientras, entre toses, nos decía:
—Recuerdo que en Portugal, que está fuera de España y en donde no había pesetas, cuando tomaba café le mostraba al camarero mi monedero abierto y él cogía las monedas que quería, porque ellos hablan mu raro. ¡El cura don Sebastián era mucho cura!
Y, tan pancho, nos seguía ejerciendo de cicerone como si no hubiese hecho otra cosa en su vida.
ESTAMPA 4
El hambre y la hambre
—En estas oficinas he tenido mi casa hasta que nos jubilamos mi mujer y yo. ¿Usted se acuerda de Custodia? ‑me pregunta.
—Hace unos días estuvo en el colegio, porque es tía abuela de mi alumna Virginia. Después de saludarme y preguntarme por toda la familia, decía como para ella: «Este armario daba a la despensa y aquí estaba la cocina…».
Eran sus dominios. Por la ventana que da al porche, la veo aparecer con dos cafeteras gigantes de leche humeante que reparte a una fila enorme de niños flacuchos y descoloridos.
—¡Maestro, que ese ya lleva tres!
—Bo‑chi‑bo, bo‑chibó.
—Eoé‑oeo, eoé‑oeo…
Era el hambre y la hambre sin distinción de género ni sexo. Eran hambre y jambre, auténticas ambas (también la vi escrita sin h; nos comíamos las piedras de las lentejas que eran más duras…).
Y es que corrían unos tiempos de necesidad material auténtica. Después de los tres años de guerra civil, muchas familias (que además eran numerosas porque ‑como suele decir Rafael Hinojosa‑ era uno de los pocos placeres que les quedaba a los matrimonios de entonces) tenían puesta su esperanza en los americanos, quienes en su papel de juez y padre, primero decidían lo que era bueno para los pueblos y después les prestaban la ayuda salvadora, que en nuestro caso venía dada en forma de leche en polvo y queso de bola.
Era cierto. Custodia nos daba un vaso de leche y luego nosotros añadíamos las vitaminas con las hojas de carrigüela, pan de pastor y las tetillas de vaca que nos procurábamos explorando los alrededores de las Escuelas.
—Los niños de entonces ‑porque aquí solo había niños, siguió Rafael‑ jugaban al “pincho”, al “trompo”, a “carabineros”, al “látigo”, a la “tita”, a las “bolas”, al “hoyo”, a “dena”, al “pingolé”; se echaban los famosos “apedreaícos”; e, incluso, algunos jugaban al fútbol con balones hechos de qué sé yo.
Los niños mezclábamos a partes iguales el frío de aquellos largos inviernos con el calor obtenido por contacto de unos con otros y el que producían aquellas palmetas que imponía la pedagogía del momento y que eran manejadas con tanta generosidad por algunos maestros.
—Siempre la sequía coincide con los años en que no llueve ‑sentenció el Manquillo.
ESTAMPA 5
La base
Los cimientos fueron sólidos, los muros gruesos, los materiales nobles y generosos, las aulas espaciosas y luminosas, los jardines acogedores, la valla insinuante y el Corazón de Jesús, que dirigía desde lo alto con su sonriente mirada. Los niños, formados, que cantaban:
De las Cruces a la Mota
sólo resuena un cantar:
Jesús es Rey en las Escuelas,
Jesús es Rey en Alcalá,
Jesús es Rey en las Escuelas,
Jesús es Rey en Alcalá…
—¿Cuándo se jicieron estas Escuelas, maestro? ‑pregunta una cara que parecía salir de una de las huchas que los niños sacábamos por las calles el día del Domund. En realidad era Juan José, uno de los gitanos que se forman actualmente con nosotros (tiene 7 años).
—Esto sí que me lo sé‑dijo Malpica con entusiasmo. (Malpica era, en aquellos tiempos, el mejor guardameta del mundo o eso me parecía a mí. Hoy tiene cincuenta y ocho años y unas gafas con las que se casó hace bastante tiempo sin derecho a separación. Vive en Madrid con su familia.
—Los albañiles empezaron a trabajar en el año 1949, aunque la primera piedra la colocaron las autoridades el 14 de agosto de 1941. Y fue posible gracias a unos señores y unas señoras que le dieron al padre Rafael Villoslada el terreno y mucho dinero. También colaboró el Instituto Nacional de la Vivienda y también muchos alcalaínos colaboraron con sus pequeñas pero importantes aportaciones. Por eso –subrayó‑ las Escuelas de la Safa de Alcalá y sus bienes son un regalo y son del pueblo en propiedad.
—Se construyeron el edificio actual de Primaria, dos talleres y seis viviendas para que fueran ocupadas por los maestros. Se inauguraron el día 1 de mayo de 1952 y vino el entonces Ministro de Educación, don Joaquín Ruiz Jiménez, quien, entre otras cosas, también dijo, citando a un poeta:
Cuando es la hora de Dios,
para un hombre o para un pueblo,
el que no es loco, no es cuerdo.
(Hay que entender lo que nos dicen las campanas de Alcalá en sus toques de media tarde).
ESTAMPA 6
Transición
Por mi mente pasan tantos rostros de amigos, conocidos, alumnos mayores, menores… A muchos los colocó el padre Talavera en la fábrica Santana de Linares, en la Pegaso de Madrid o en otras empresas importantes. Bastantes nos fuimos al internado de Úbeda a continuar los estudios y de paso a quitar una boca de nuestra casa. Otros empezaron el Seminario en Baeza (luego se salieron todos…); otros se fueron a trabajar al campo o emigraron a Barcelona o Madrid.
Muchos de aquellos primeros alumnos viven afortunadamente aún y podemos pedirles que nos cuenten sus recuerdos.
(Hoy recuerdo especialmente a don Miguel Sánchez Cañete, excelente abogado, importante alcalde de Alcalá, extraordinario Presidente que fue de la Diputación de Jaén y mejor persona, que tuvo el privilegio de ser el primer alumno de estas Escuelas y que nos dejó definitivamente una tarde de mayo mientras podaba los rosales).
Aquí había otra puerta de entrada al jardín, un Niño Jesús en la baranda de las escaleras (que un día apareció roto como si unas manos cualquiera obedecieran una orden traidora), una capilla ocupaba estas tres aulas en el piso de arriba y todo aquello era un campo que compartían trigo y olivos.
En él fueron edificando el internado “Martínez Montañés”, el gimnasio, las aulas de oficialía, el laboratorio, el campo grande de fútbol, dos casas más para maestros, un salón de actos (sacrificando un taller), unas aulas por un salón de juegos y unas oficinas después, tres aulas más por una capilla, las barandillas de hierro del porche (todos los vanos las tenían, menos el segundo), la valla, la verja exterior, los pinchos, la tela metálica y la gatera que misteriosamente aparecía abierta cada mañana y que unía las casas de los maestros con el jardín…
—Eso ya lo viví yo‑dice Rafa Góngora.
Venían alumnos del reaseguro, hijos de mineros procedentes de Mieres (Asturias), Pontevedra, Ponferrada (León) y también de las vecinas minas de Alquife (Granada)…
Y entraron alumnas a nuestro centro por primera vez en los años 80, empezando por Preescolar…
Y también venían los alumnos de las Aldeas y de Alcaudete, Castillo de Locubín, Frailes, Valdepeñas…
Amarás o neniño rural por riba de todas as cousas ‑dijo aquel pedagogo gallego.
Y empezaron a funcionar las AMPAS… y los maestros se multiplicaban en número y obligaciones. Más aulas por doquier. Más campos deportivos, más laboratorios, más especialistas, nuevos planes de estudios, otras programaciones vanguardistas, más dinero, mucho más dinero… Déficit. Los maestros que cobran cuando puede ser…
(Machado veía todo un coro de tenores huecos y una caravana de tristeza).
Por fin, la venta de buena parte del patrimonio que solucione los problemas económicos y ayude a otros centros Safa…
Ahora hay más árboles y más sombras. ¿Más luces…?
ESTAMPA 7
Por ejemplo
Al final de cada curso escolar había reparto de diplomas y reconocimiento a los alumnos más estacados en los distintos aspectos educativos. El premio más importante era el título de Príncipe del Colegio que se otorgaba al alumno más completo.
No recuerdo si fue el último que se entregó, pero sé que el curso 1959-60, un niño de once años, con su pantalón corto y la cara llena de alegría, avanzaba orgulloso por el largo pasillo para recoger la insignia con la dorada cruz que en un estuche, forrado de terciopelo rojo, el cura don Sebastián le entregaba entre los aplausos de todos.
Ese niño se llama Florentín Montoya y hoy, con cincuenta y siete años, después de llevar más de treinta y cinco como profesor sigue con dedicación plena en este colegio.
Recuerdo y lo hago público.
Manolo Navas, secretario y administrador eterno, recuerda su palillero con la plumilla de gallo que había de mojar en aquellos tinteros blancos llenos de tinta negra, hecha a granel con polvillos en grandes botellones. (De las batallas con borrones y secantes en nuestras mesas bipersonales con asientos abatibles y dos agujeros para los tinteros, ya os contaré otro día).
Luego, su vieja máquina de escribir, con aquel grande y doble carro que pesaba lo que nadie en sus sanas fuerzas podía levantar: La Monumental. Aquellos papelillos de calco blancos y aquellos botes de líquido también blanco, que servían para corregir equivocaciones. Esos papeles de calco negros y sucios para cuando se necesitaban varias copias. Aquellas horas infinitas sentado frente a la máquina viva, haciendo informes y listas de alumnos y matrículas y actas y…
—Pues no que hoy el ordenador con CD-RUM-COLOR-MEGA-GIGA32-ERGONÓMETRO-CON E-MAIL ELECTRÓNICO, IMPRESORA LÁSER Y DE COLOR-INCORPORADA-Y-CON-AUTOCORRECTORTRADUCTOR-POLI-Y-LINGÜE- AUTOMÁTICO que, encima, te ahorra tiempo, trabajo y lo presenta con una calidad que yo, ni la secretaria jefa del Presidente de Gobierno, podía conseguir ‑decía el entonces jubilado.
Hoy, Manolo, hay cien ordenadores con mil funciones y muchas más manos que las tuyas que ni imaginan ni comprenden los sacrificios que entonces era necesario hacer.
Espero que en el cielo, desde donde nos ves, no existan estos cacharros.
ESTAMPA 8
Las raíces
Me acuerdo de cómo el padre Villoslada cautivaba a cuantos hablaba. Cómo convencía a los mismos maestros, no sólo para que aguantaran un mes sin cobrar las cien pesetas de su sueldo, sino que incluso les persuadía para que el que pudiera, aportara algo y así poder cubrir otras necesidades más urgentes.
—¡Mi bisabuelo!gritó Marta, para callar enseguida como si sintiera vergüenza.
—Sí, tu bisabuelo Antonio fue el primero. Luego vinieron muchos más buscando el pan y el campo adecuados para satisfacer sus problemas y los de aquellos niños. Llegaron maestros de toda clase y condición, sin maleta o con la maleta de madera, buscando también su casa. La mayoría eran funcionarios escogidos de entre los que habían sido formados en la Escuela de Magisterio de la Safa de Úbeda ‑explicaba Paco Martín‑. Luego vinieron los contratados.
(Hoy sólo queda un funcionario).
—¡Cuántos maestros habrán pasado por este colegio? ‑pregunta y admira Rafael.
—Después de aquellos maestros “heroicos”, han venido y se han ido muchos. Unos han estado un curso, otros varios años y otros están ya fundidos en la misma materia y espíritu Safa. Ahora no puedo decirte cuántos. Sí quiero recordar unos nombres que se fueron para siempre, que son pilares históricos y que nos dejaron su mejor ejemplo:
Padre Sebastián Talavera
José Martín Molina
Lucio Chico
Padre Arcelus SJ
Antonio Pérez
Apolinar Peralbo
Pascual Baca
Francisco Requena
Manuel Navas
José Morillas
José Pulido.
Nos hacéis también allá arriba «mucha falta sin fondo», como dijo un poeta.
ESTAMPA 9
Esperanza
El primer grito de muerte que este historiador recuerda lo dio Custodia, nuestra cocinera, cuando una tarde de primavera del año 1954, salía del colegio un blanco ataúd con una niña dentro. Se llamaba Esperanza y sus ojuelos garzos se apagaron para siempre. No tendría los cinco años de edad. Aquel grito fue un NO desgarrador que continuamente y entre lágrimas salía de la garganta de su madre.
Creo que puede considerarse, aunque sin precisión histórica, la primera alumna fallecida en la Safa de Alcalá.
(Rafael se aleja con mal disimulo, se limpia los ojos con su pañuelo doblado y se suena la nariz. Pone un nuevo cigarrillo entre sus gruesos labios. Me pareció verle mirar al cielo y sonreír a su hija).
¡Qué bonito es ver de frente
la cara de la gente!
ESTAMPA 10
Sunflowers
Esto es también historia. Todos busquen y gocen, deber y derecho, la verdadera historia. Porque siempre hay más de una versión y ninguna es la definitiva: os invito a ello. No se confunda reloj y tiempo.
Al que nadie escucha
quiero escucharle
y al que pare
quiero hablarle.
La Safa, sol de flores.
Intentando girasoles…
Enrique Hinojosa Serrano.
Mayo, 2005.
Alcalá la Real.

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