El cuento de la Navidad

11-01-08.
Alonso González es amigo y compañero de docencia en el colegio Jorge Guillén de Málaga. Maestro innovador y creativo que, además de ser presidente de la Asociación “Ruedas Redondas”, trabaja incansablemente por mejorar la vida de los demás, promoviendo actividades, dentro y fuera del colegio, relacionadas con el medio ambiente y la movilidad en la ciudad de Málaga. Gracias a su gestión con la administración municipal, todos los viernes, nuestros alumnos asisten al cole en bicicleta o paseando tranquilamente por un itinerario verde, diseñado conjuntamente con la policía municipal, que colabora en priorizar el tránsito de los niños a la hora de su entrada en la escuela.

Alonso escribe en la prensa malagueña, defendiendo sus ideas que yo comparto plenamente. Por eso, hoy presento uno de sus artículos navideños. Espero que os guste.
 
«EL CUENTO DE LA NAVIDAD
A Charles Chaplin, como a mí, no le gustaba la Navidad. Decía que son fiestas de derroche, y él se acordaba de su infancia pobre: como la mía. Imaginaos si levantara la cabeza. Seguramente le entraría una depresión: como la mía. Creo que era un hombre serio: como yo. Pero la diferencia es que él hacía reír y yo no. En su época, como ahora, cuando llega la Navidad, llega la vorágine del consumo, de comer, de beber, de comprar los regalos… Sí, de comprar, de comprar… Comprar es más importante que regalar; y está mal visto ofrecer algo que has hecho con las manos, lo que has imaginado ‑como este escrito‑, o lo que no tenga precio ‑como el aire‑. Recuerdo cómo unos viajeros apresaban aire fresco del Monte Pilatos (Suiza) en bolsas de plástico. Seguramente sus familiares lo celebrarían más que cualquier souvenir, que termina amontonándose en las casas. Al fin y al cabo, los regalos de estas fiestas son como aire: cuando los recibes, exhalas un «¡ah!», acompañado de una sonrisa, muchas veces falsa; y luego exclamas para ti, como Platón: «¡Cuántas cosas… que no necesito!».
Todo empezó con los Reyes Magos de Oriente que, según la tradición, llevaron regalos al Niño Jesús. Hasta hace unas décadas, los niños éramos los únicos que recibíamos regalos, rodeados de misterio y de fantasía. Actualmente, nuestro sistema económico se ha encargado de apropiarse de los símbolos religiosos y publicitarlos en su propio beneficio. Nos envían mensajes con doble sentido, directos a nuestro subconsciente: «La Navidad es el mejor regalo», «El mejor regalo está en el interior»…, que nos incitan a regalar; mejor dicho, a comprar. Por lo menos, en Uruguay, los liberales de hace casi un siglo despojaron de significado religioso a estas fechas: la Navidad se llama la Fiesta de la Familia; y la festividad de Reyes, el Día de los Niños. Incluso a la Semana Santa le cambiaron el nombre por la Semana del Turismo. Así, la Iglesia católica no es cómplice de estos desmanes consumistas.
No quiero ser aguafiestas en estas fechas tan señaladas; pero reivindico mi derecho a pensar diferente y a atreverme, aún a costa de mi salud mental y de la desesperación de mis seres más queridos, a plantear otra forma de ver la vida. Es nuestro deber dar ejemplo a los más jóvenes y rebelarnos contra lo que no nos gusta de nuestra sociedad. El pensamiento único para estas fiestas lo promueven los intereses de los poderosos para llevarse todos los beneficios. La felicidad en estos días no se consigue con el dinero, ni con tener más regalos de Reyes, ni con grandes comilonas, ni alegrándonos con la bebida. Para ser dichosos, debemos volver a los orígenes; disfrutar de lo que tenemos: del aire, del sol, del agua, del paseo, de la charla, del pedaleo y de la risa de los niños; placeres tan baratos que nadie anuncia en televisión».
Con todo mi cariño.
Alonso.

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