Recuerdo una sabrosa anécdota que se suele contar en los tribunales de oposiciones. Es el caso de aquel profesor de Biología que, independientemente del tema que le tocase desarrollar en el examen, se las apañaba de tal manera que siempre acababa hablando de las características e importancia del cocodrilo. Como es natural siempre suspendía ante su asombro.
En mi caso, ya sea el título que elija o se me asigne, terminaré hablando, como nuestro reiterativo y entrañable opositor, de lo mismo, aunque en esta ocasión no hay miedo a suspender, pues difícilmente uno puede dejar para septiembre sus propios sentimientos —y no digamos las ideas— si éstos han servido para hacer las tirantas de sujetarse en el devenir de la vida.
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