Hace unos días, un grupo de compañeros de curso acordamos juntarnos para almorzar. Nuestras comidas se componen de las lógicas viandas típicas del lugar, de nuestros recuerdos, de nuestro presente y de nuestros sueños. Todo ello regado y acompañado con afecto y con una amistad repleta de sinceridad, afecto y ternura.
En el capítulo reservado al singular mundo vivido en la Safa de Úbeda, salió Pedro a relucir algunas veces. Uno comentaba sus pecas y su particular sonrisa; otro, su bonhomía; y todos coincidíamos en destacar su afición al deporte, especialmente ‑entonces‑ al baloncesto, en contraste con los que pertenecíamos a una rara cofradía denominada “Los jardineros” que, como su nombre indica, poco tiene que ver con las demostradas habilidades deportivas de Pedro. Como siempre, disfrutamos con algunas anécdotas compartidas, repletas de gracia y de la inocencia de antaño.
No podíamos sospechar que, por esas horas, se estuviera despidiendo de nosotros y que su nombre tendríamos que incluirlo pesarosamente en la ya más de media docena de compañeros fallecidos.
Con Pedro, además, me unió un especial vínculo, porque su madre era de Beas de Segura y nuestras familias tenían muy buena relación.
De las autoridades educativas de Jaén, tuve conocimiento hace ya unos años de las muchas iniciativas que promovía y del liderazgo sin ruido que Pedro regentaba en Andújar. En la distancia, estas noticias me llenaban de alegría y de orgullo por haber tenido un compañero como él.
Es una terrible desgracia, para quienes le quisimos y para toda la comunidad ‑en general‑, la pérdida de Pedro, pues no es fácil encontrar a personas que concentren, en su dinámica personal y social, la bondad, la profesionalidad, la perseverancia y la generosidad para los demás.
«La fuerza de tus acciones hará que siempre estés en nuestra memoria. Es una forma de no morir, querido Pedro».