Gente de bien

 

26-05-06.
A nuestra edad, es altamente beneficioso escuchar atentamente la palabra del amigo, que la amistad es la mejor medicina para las enfermedades del alma y hasta mejora la salud del cuerpo cuando conviene, como el santo sacramento de la Extremaunción, según el catecismo del Padre Ripalda. Celebro que la disputa vuelva de nuevo a nuestro Café, que si el debate es honesto, valiente y amistoso, bienvenido sea. Allá vamos. Dice Diego, que dice Temilotzin, que es miembro del Consejo Indígena de Anauac, que si el desarrollo occidental sigue por el camino que va, pronto estaremos de nuevo subidos a los árboles y haciendo fuego, frotando dos palitos. La frase ‑no me digáis que no‑ se las trae.

 

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Un guirigay

Llegó a la Safa al final de los años cincuenta, procedente de la Universidad de Comillas. Inexplicablemente, al final del sesenta y dos dejaba Úbeda por prescripción de la dirección del Centro. En esos pocos años se ganó el afecto y la admiración de sus alumnos y de los pequeños que soñaban con llegar a la Segunda División para conocerle de cerca y vivir aquel mundo de libertad y actividad, producto de su inagotable imaginación. Creo que no hay parcialidad alguna en el comentario y que, en el tiempo que dedicó a las Escuelas, caló en nosotros mucho más hondo que la mayoría de los profesores con quienes coincidió. La prueba irrefutable es el increíble poder de convocatoria que, después de cuarenta años, mantiene entre los que le conocimos. Toda la comprensión que hubo para otras personas menos preparadas se le negó, repito, inexplicablemente. Sus acampadas serán inolvidables para los que tuvimos la suerte de vivirlas; sus viajes en auto-stop envidiados para los que no le pudimos acompañar y las obras de teatro que organizaba, después de tantos años, siguen vivas en nuestra memoria. Recuerdo como si fuera ayer la representación de Escuadra hacia la muerte en el Ideal Cinema.

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Un pañuelo… de taxista

 

A veces, al volver a casa, tengo la sensación de que en un semáforo, en la calle, o en el pasillo del parking, encontraré de nuevo al padre Pérez, con su carpeta bajo el brazo, el bonete calado hasta las orejas y el gesto firme y decidido, que viene de nuevo a leernos aquellas notas que tanto nos hacían sufrir.
Solemnemente, en presencia de todos los compañeros y profesores, cada quince días, tenía lugar la lectura de nuestras calificaciones. Textualmente, se evaluaban: Deberes Religiosos, Conducta General, Aplicación y Urbanidad.

 

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