Autor: Dionisio Rodríguez Mejías
Una foto antigua
Como saben que soy propenso a la nostalgia, algunos compañeros, de vez en cuando se acuerdan de mí, me dedican unas palabras y me envían algún detalle que yo guardo con especial afecto. Hace unos días, abrí el correo y me encontré una fotografía con más de medio siglo de antigüedad. Una fotografía de niños pobres y sencillos, con los ojos vivos y la mirada palpitante, como pajarillos en sus primeros vuelos. Me la enviaba un antiguo compañero del colegio de Villanueva del Arzobispo que ahora vive en Mallorca, quiera Dios que por muchos años. Se llama Paco Roca.
“Los pinares de la sierra”, 197
Por Dionisio Rodríguez Mejías.
8. Al fin la paz.
Portela se revolvió inquieto en el asiento, observó que Gálvez no había captado la metedura de pata, y le lanzó a Barroso una mirada que le heló la sangre. Por fortuna, el charcutero no tardó en reaccionar, le hizo un guiño a su mujer y se deshizo en evasivas para eludir la cuestión.
“Los pinares de la sierra”, 196
Por Dionisio Rodríguez Mejías.
7. El número uno de las notarías.
De no haber ido en compañía de Mercader, hubiera costado trabajo reconocerlo. Llevaba un pantalón de color gris marengo, combinado con una americana azul marino, de cachemir; camisa blanca y pajarita con los colores de la bandera inglesa. Gafas antiguas de montura metálica; cabello engominado; un soberbio Rolex en la muñeca y el aplomo propio de un fedatario público.
“Los pinares de la sierra”, 195
Por Dionisio Rodríguez Mejías.
6. A la espera del notario.
Con un gesto muy femenino se apoyó en la pared, se puso los zapatos de tacón y se marchó hecha una fiera, mientras los demás no dejaban de reír; en especial Gálvez, que encantado de la reacción de la muchacha, le dijo a Fandiño que ella podía volver cuando quisiera, pero que al hippy no quería volver a verlo por allí.
“Los pinares de la sierra”, 194
Por Dionisio Rodríguez Mejías.
5. Una actuación magistral.
En aquel momento, se escuchó una voz procedente del interior de la discoteca: «¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Que te caes!». Y, a continuación, el estruendo de la escalera metálica estrellándose contra el suelo, ruido de cristales rotos y las voces de Martini que no paraba de gritar: «¡Socorro! ¡Socorro!».
Menudo susto se llevó Gálvez.
“Los pinares de la sierra”, 193
Por Dionisio Rodríguez Mejías.
4. Una jugada maestra.
Portela cogió la bolsa, la puso encima de la mesa, corrió la cremallera y dejó caer, sobre el tablero, setenta y cinco fajos de billetes de cien mil pesetas cada uno. Hubo un momento de sorpresa en el que Gálvez no acertaba a reaccionar. Siempre habían hablado de cinco millones y era evidente que aquella cantidad era muy superior a la acordada. Al ver la sordidez y la codicia reflejada en los ojos de Gálvez, Paco creyó que era el momento de aplicar la lección que le enseñó Roderas sobre Paco “El Muelas”: «El timo perfecto es aquel en que el timado se cree más listo que el timador, y lo trata de engañar».
“Los pinares de la sierra”, 192
Por Dionisio Rodríguez Mejías.
3. La impaciencia de Gálvez.
De pronto cayó en la cuenta de que antes de salir debía hacer gala de unos modales refinados. Decía Roderas que “La calma comunica paz y la prisa levanta sospechas”. Le dijo a Barroso que le gustaría despedirse de su esposa antes de marchar, y recordó que en menos de una hora llegaría el notario a la oficina, pero que antes debían recoger al propietario de los terrenos.
“Los pinares de la sierra”, 191
Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2. Misión cumplida.
Mientras Fandiño contaba el dinero, Ezcurra lo observaba en silencio, y a Paco no le llegaba la camisa al cuerpo. Apenas faltaban quince minutos para llegar a tiempo a la discoteca en caso de que el tráfico no estuviera muy complicado en aquellas horas. A cada instante, miraba el reloj y pensaba que Gálvez esperaría impaciente, para asegurarse de que todo estaba en orden, antes de ir al notario. Lo imaginó con una irritante sonrisa, paladeando una copa de coñac o abusando de alguna infeliz de las que se ofrecían como gogós, en aquel asqueroso sofá que tenía en el rincón de su despacho.
“Los pinares de la sierra”, 190
Por Dionisio Rodríguez Mejías.
1. La recogida.
A las diez en punto de la mañana, el coche de Fandiño se detenía ante el domicilio de Barroso, y la mente de Paco volvió a cubrirse de negros nubarrones. Algo le decía que, una vez en su casa y tras una serena reflexión, el charcutero podía haber cambiado de parecer y todo aquel trabajo habría sido inútil.