“Los pinares de la sierra”, 187

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

5. La visita del letrado.

Aquella noche no pudo dormir más de dos horas. Se acostó tarde y se despertó a las seis de la mañana, con un calor húmedo y pegajoso, pero despejado. No podía apartar de su cabeza lo que le esperaba. Cuando a las ocho de la mañana llegó al despacho, abrió la puerta, y se encontró con Ezcurra vestido de segurata; le costó trabajo disimular una sonrisa. Llevaba botas de militar, pantalón azul marino, una americana de color marrón ―que le venía estrecha―, con el escudo y los accesorios de la agencia de seguridad. Pero lo más llamativo era el pistolón, que le llegaba hasta la rodilla. Saludó en posición de firmes, cerró la puerta y se quedó frente a la entrada.

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“Los pinares de la sierra”, 186

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- Historia de El Hilarino.

Eran casi las diez de la noche, esa hora especial en la que el público de las grandes ciudades apura las últimas horas del fin de semana en los cines, las discotecas y las terrazas. Mientras cenaban, Paco le explicó a Martina su papel con el abogado de Barroso.

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“Los pinares de la sierra”, 185

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

3. La prudencia no es suficiente, pero ayuda.

Sin poder ocultar una sonrisa, la señorita Claudia se le quedó mirando, calló por un momento y dijo, finalmente, en un tono claramente mordaz.

―No te preocupes; en caso de que tu ausencia le provoque un trauma emocional, cuando vuelvas a Lugo con la pasta ya verás cómo se recupera. ¡No hay mejor medicina!

―Pero ¿me quiere dejar en paz, señorita? ¿Le he dicho yo a usted alguna cosa para ofenderla?

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“Los pinares de la sierra”, 184

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2. La picaresca es un sacerdocio.

Portela le escuchaba sin despegar los labios. Complacido, quizás, por la propuesta de su colega, pero molesto por tenerlo que corregir.

―Por favor, Velázquez, vayamos paso a paso. La picaresca para mí es una profesión, una forma de vivir tan respetable como el sacerdocio. Pero el egoísmo y la codicia son otra cosa. No me parece mal que utilicemos la imaginación para resolver nuestros problemas de dinero, y lo tomemos de alguien a quien le sobra. Pero de ahí a ensañarnos y arruinar a una persona ―aunque se lo merezca―, hay un abismo. ¿No te parece? Nunca me han gustado las actuaciones precipitadas. Esto es muy serio y hay que analizar cada paso que demos. Piensa que por hacer el fantasma con el descapotable, Soriano estuvo a punto de arruinar el plan. ¿Lo entiendes? Vaya dos horas que me hizo pasar, el muy cabronazo. No sé qué hubiera ocurrido si no llegan a presentarse. La cara de Gálvez me daba miedo. De verdad. Lo veía dispuesto a todo.

 

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“Los pinares de la sierra”, 183

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1. Como perros y gatos.

Portela y Fandiño, después de acompañar a Soriano y María Luisa, estaban en un rincón de Los Intocables bebiendo cerveza y fumando un cigarrillo tras otro, a la espera de noticias, con esa inquietud que caracteriza a las personas que se preparan para cometer un delito. Paco hacía mala cara, le había crecido la barba y tenía los ojos muy hundidos. No obstante, el día no había ido mal: se habían cerrado cinco operaciones; los vendedores pasaron por casa de los clientes a recoger las pagas y señales ―veinticinco mil pesetas por parcela―, y las firmas de los contratos estaban previstas para el día siguiente, a partir de las siete de la tarde.

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“Los pinares de la sierra”, 182

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

7. Pican, pican.

Sacó el talonario del bolsillo de la americana, lo abrió con cuidado, rellenó un cheque y se lo entregó a Portela con discreción.

―¿Al portador y sin barrar?

―Por favor, un caballero debe ser confiado cuando la persona con la que trata se lo merece. Pregúntale a un empresario como el señor Barroso, y te dirá lo mismo que yo; que los errores no se evitan con desconfianza, sino haciendo las cosas con cuidado. ¿Verdad amigo mío?

―Así es; sí señor.

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“Los pinares de la sierra”, 181

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6. Política y golfería.

Velázquez sonrió satisfecho al comprobar que sus órdenes se habían cumplido al pie de la letra.

―No hay secretos, Portela. Con tres millones de regalo, y un cinco por ciento de participación en el negocio, nadie te pone dificultades. En este país, no hay golfo que no sueñe con llegar a político, ni político que no acabe siendo un golfo. Pero tú eres un experto en bajar la voz, en susurrar mensajes al oído, en acariciar con la palabra. ¿No? Por eso estás conmigo y por eso pienso tenerte a mi lado mucho tiempo. Por cierto, ¿cómo llevas el asunto de los terrenos, y en qué fase está la compra del solar?

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“Los pinares de la sierra”, 180

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

5. La cruenta guerra de los despachos.

Sirvieron los platos, trajeron más vino, subió el tono de las conversaciones y Soriano se animó a contar un par de chistes moderadamente verdes. Barroso dijo que aquella tarde el Barcelona jugaba fuera de casa y no tenía demasiada prisa por regresar.

―Por cierto, ¿qué hacemos con mi coche? ―preguntó Soriano—.

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“Los pinares de la sierra”, 179

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4. El anzuelo.

Mientras tanto, la señorita Claudia iba comentando a la esposa de Barroso las características de las parcelas, el privilegio de respirar el aire de la montaña, los beneficios de la vida en el campo…, etc. No dejaban de parlotear y de reír, como amigas de toda la vida, mientras los hombres seguían a lo suyo.

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“Los pinares de la sierra”, 178

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

3.-Preparando el terreno.

Velázquez bajó las ventanillas para que disfrutaran del aire de la mañana y, conduciendo sin prisas, se dirigió hacia el interior de la finca, para que mientras hablaban de negocios, sus invitados contemplaran la piscina, la zona deportiva, las pistas de tenis…

―Veo, señor Barroso, que el negocio de las salchichas marcha viento en popa ―dijo Velázquez, cediendo el protagonismo al industrial—.

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