19-06-2006.
Dejamos atrás la frontera de Marruecos hacia Tetuán. A la comisión del Ateneo de Málaga le ilusionaba el primer contacto institucional con una de las ciudades pertenecientes al proyecto INTERREG III-A de cooperación cultural.
A medida que nos adentrábamos en la región del Rif, tenía la sensación de volver a mi infancia por los modelos automovilísticos con los que nos cruzábamos: camiones, coches, furgonetas… casi todos grandes y viejísimos. Nuestro autocar parecía galáctico entre un mar de coches azules, mercedes de los años cincuenta, que hacían la función de taxis colectivos, especie de minimicrobús.
El centro de Tetuán es una calle amplia, peatonal, de blancos edificios que guardan escrupulosamente una armonía de estilo ecléctico: vernáculo español y árabe clasicista. Al anochecer, la escasa iluminación me recordaba a nuestros pueblos en la década de los años cincuenta. Al encenderse las luces, gran cantidad de mujeres con una amplia variedad de chilabas de colores desaparece, dejando las calles a multitud de hombres que deambulan de un lugar a otro como si buscaran algo que les hiciese romper con tan reiterada rutina. Todos en movimiento, excepto los ocupantes de las teterías que, impávidos ante su vaso de té, miran hacia la calle contemplando el espectáculo singular del devenir de la gente. Mucha gente, mucho té, muchos impávidos… y tiendas vacías donde nadie compra porque poco se necesita y poco se puede comprar sin dinero.
Sobrecogido, la primera vez que me convertí en multitud por la avenida de Mohamed V, sentí extrañas sensaciones al contemplar en sus extremos dos hermosas plazas. Un templo católico y el palacio real imponían su esbelta figura en cada una de ellas. La primera se llamó plaza de José Antonio Primo de Rivera, o plaza del “Primo”, y la segunda, plaza de España. Recuerdan la época cercana de ocupación española, el Protectorado, que duró más de cuarenta años, hasta 1956 en que el sultán Mohamed V proclamó la independencia de Marruecos.
Entrada la noche iniciamos el paseo por la Medina, de influencia andalusí y una de las mejores conservadas de Marruecos. Menos luz, más gente y una nueva sensación de atravesar el túnel del tiempo camino de la Edad Media. Sólo recorrimos una veintena de metros. El temor a lo desconocido nos hizo regresar a la plaza de España y de allí al hotel, donde nos volvíamos a sentir en nuestra época.
Al día siguiente, con la esplendorosa luz solar, el recorrido por la Medina, zoco incluido, fue un placer para los sentidos. Aromas, artesanos, vendedores de todo, aguadores, bailarines, beréberes, burros… Cada rincón tenía un encanto diferente dentro de un armónico concepto de ciudad intimista y, sin embargo, abierta en sus relaciones humanas a través de la artesanía y el mercado.
El musulmán es bondadoso y hospitalario y ¡cómo lo demostró en el recibimiento que nos hizo la corporación municipal! El baile de recepción, la pastela, tallín y dulces árabes, que degustamos en una vajilla y mantelería de ensueño, contrastaba con la abundante Fanta, Coca-Cola y agua que, en lugar de cerveza y vino, nos sirvieron.
Por la tarde, el acto programado por el Ateneo de Málaga, de cuya comisión formaba parte como vocal de teatro, consistía en un encuentro con el mundo de la cultura. Escritores, músicos, artistas, —entre los que se encontraba el pintor Ahmed Amrani—, se dieron cita en el teatro de la Casa de la Cultura para la escenificación de nuestro original espectáculo poético‑musical, al que se nos correspondió con la intervención de una orquesta coral que nos deleitó con canciones en árabe y en español. El cónsul de España estuvo presente, apoyando la iniciativa de cooperación cultural entre Tetuán, Nador y Málaga, perteneciente a los programas europeos de cooperación y desarrollo.
Finalizado el acto y mientras los adultos conversaban distendidamente en el vestíbulo, me acerqué a un grupo de chicas y chicos de la orquesta. Rajae, grandes ojos negros, piel blanquísima, dieciocho años… ocultaba su pelo bajo un hiyab blanco que aún la hacía más bella. Comunicativa, simpática, alegre… me pidió teléfono, e-mail, dirección… con una necesidad desmedida de comunicarse con el mundo al que yo pertenecía. Rajae, igual que los demás componentes de la coral, pertenecen a la clase aristocrática de Tetuán y pronto vendrán a estudiar en alguna universidad europea.
Cuando parecía llegado el momento de descansar, nos sorprendió la invitación a la boda de la hija del joyero más importante de la ciudad. Ante la insistencia de la familia, accedimos al recinto de la celebración bajo lámparas suntuosas y decorados arabescos… motivo del relato del próximo capítulo.
Al día siguiente, paseando una vez más por la avenida Mohamed V, vimos mujeres sentadas junto a los árboles. Me dijeron que esperaban ser contratadas en algún servicio doméstico. Fue entonces cuando reflexioné sobre mi fortuna. Yo era un privilegiado habitante de esta civilización occidental que consume derrochando insolidariamente, mientras otros suplican migajas de cooperación.
Ya en el barco, de regreso a Málaga, leí los versos libres e improvisados que Ihsana, una de las chicas de la orquesta coral, me regaló:
“A mi novia del Norte,
Tetuán.
Símbolo de la fuente del tiempo,
donde el Jordán se llenaría de jazmín.
¡Oh! el pasado Al Ándalus
aún sueño contigo
por si algún día te puedo conocer”.
Tetuán.
Símbolo de la fuente del tiempo,
donde el Jordán se llenaría de jazmín.
¡Oh! el pasado Al Ándalus
aún sueño contigo
por si algún día te puedo conocer”.
Tetuán es puro contraste. Pobreza y riqueza en escandalosa desproporción. Miseria y esplendor, cortesía, hospitalidad, música, poesía, desempleo, tristeza, esperanza de un mundo mejor…
Romper violentamente su sistema sería una catástrofe mental y social para un pueblo tan arraigado a sus tradiciones y a sus creencias. Ayudas de cooperación, todas serán pocas, y el Ateneo de Málaga será un vehículo al servicio de tan noble misión. Ellos esperan. Las pateras también.
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Publicado en: 2004-06-08 (117 Lecturas)