Por las rutas del sol, y 2

19-09-2008.
Y Burguillos dejó Úbeda triste, pensativo. Con el paladar agridulce. Pensaba que nada dejaba y nada se llevaba de la Safa. Posibilidades, recuerdos… Las amistades de tantos chicos a los que amó como un padre, tamo al viento las juzgaba. Que la juventud es cambiante. Y mucho más en gentes de rica fantasía y corazón hirviente, como eran sus béticos… ¡Cuánto se equivocó al respecto!

De la Safa, Burguillos portaba el desdoro de su sueldo, el menosprecio de su quehacer entregado y un vacío como remordimiento. No se había saturado de Úbeda. Sus piedras, sus alrededores, su historia. Acaso, porque sabía que su magia no era transitoria, no le urgía como una asignatura puntual. Otras premuras le incitaban a descubrir, evaluar y conquistar otros monumentos de belleza perecedera, como la lozanía de las rosas. No dejó de impresionarle la orgía de Renacimiento y Clasicismo que en Bétula celebraban sus monumentos. Pero en aquel instante justo de su nueva andadura, las curvas y el talle, la voz y el rostro de algunas ubetenses le imantaban más que las cariátides de senos desnudos que embellecen El Salvador.
Fue un pecado estético, vital, no congraciarse con las piedras de Bétula como lo hizo con sus lejanías, oteros y olivares.
Le dolían los chicos… que inevitablemente seguirían forjándose, siendo forjados en el yunque de la sumisión ancestral… Clases, notas, respeto reverencial, sometimiento incondicional, silencio, religión impositiva… Y la asignatura de la personalidad…
Pero si él ya estaba liberado de esas guerras, ¿a qué preocuparse? El sucedáneo de su frustrado sacerdocio ‑el apostolado juvenil‑, decididamente no era para él. La voluntad de Dios, a través de sus oráculos consagrados, en buenos o malos modos, bien se lo había atestiguado. Doña Angélica e Isadora, ¡qué clarividentes…!
Burguillos lo aceptaba. Y hasta se responsabilizaba de su prepotencia misericordiosa, respecto a educadores débiles y bien avalados. Y luchó por olvidar. Que, recordando el bodrio, el salario y el trato, no le era difícil conseguirlo: «A Riotinto, en el rabo de España, que vayan ellos… Que suden ellos. Que ellos son los llamados y suya es la empresa».
En Madrid halló óptimas perspectivas de trabajo. Estrenó octubre en Moral. Buscaba unos días de paz y descanso. Su madre le guardaba un fajo de cartas. La especie de su salida de Úbeda se había extendido entre los chicos. ¡Qué cosas le escribían muchachos que nunca antes le habían escrito!
Y Burguillos, conmovido, comulgaba en aquellas cartas. Y algunas se le desteñían entre los dedos. Y también a él se le hacía descampado el futuro inmediato.
Los sentimientos descarnados de aquellos mocetones, algunos ya con veinte años, le hacían muy duro el punto final a cuanto oliese a Safa. Y, saltando propósitos de ruptura, terminaba Burguillos dicotomizando la Institución. De un lado, la alta Safa, burócrata, difícil y compleja desde su pronta refundación. Que siempre le hizo pensar si realmente la Compañía la tomaba en serio. ¿Obra de caridad o de justicia social? Y en ese punto Burguillos recordaba a Isa, que tan claro le dijo que todos los frailes vestían a los pobres con sastres cortos… Y en la otra parte, le saltaba en el corazón la promesa espléndida, desbordante en valores y posibilidades de la Escuela de Magisterio. Y esta Safa era la suya y con él estaba. ¿Era justo darles un adiós definitivo?
Bermudo seguía extrañamente empecinado por endosarle la Dirección de Riotinto. Dudaba Burguillos si era su buen corazón o su mala conciencia lo que le movía tan paciente y obsequioso en compensarlo con ese destierro a cambio de la Segunda División.
El correo, clandestino en su mayoría, funcionaba perfectamente. Burguillos llevaba la orientación de muchos chicos… Grupos había muy comprometidos y entusiasmados con altos ideales. Hasta en África se pensó. Mozos que nunca antes le habían escrito lo hacían ahora buscando desahogo a sus cuitas y orientaciones para sus vidas. Pensando en un florilegio, amontonó estas cartas. Cuando se cerró la casa de sus padres, desaparecieron.
Tras de su salida, el Prefecto inició su caza de brujas. Algunos chicos vieron muy difícil su permanencia en la Escuela de Magisterio.
Y pensaba Burguillos si aquel carteo no terminaría por cerrarles la puerta ya en sexto y séptimo. Y en tal situación, su silencio le roía. La búsqueda y detección de alguna de sus cartas, modelos de prudencia y asepsia, determinó algunas expulsiones.
Ya fuera de la Safa, Burguillos y el grupito de los que con él soñaban un colegio ideal se echaron un mes de verano por esas carreteras. Convivían, se curtían, soñaban y se elaboraban programas exigentes y concretos para una formación ambiciosa.
Le escribían algunos enojados refiriéndose a las ausencias honorables que le dedicaba el discreto padre Navarrete. Profetizado se lo tenía Burguillos que Navarrete y su oficioso monaguillo, don Diego, las iban a pasar moradas a cuenta de mi salida. Ávidos ambos de popularidad, creían que su déficit se originaba en la que Burguillos mantenía… Y ¡qué mal lo pasaron! «Muerto el perro…».
A don Diego no le creció el pelo ni el aprecio entre los alumnos… Y a Navarrete lo rechazaban fervorosamente los chicos. Le traicionaba su narcisismo incurable. Nunca admitió educadores de fibra ni educandos con personalidad. Necesitaba incondicionales turíferos de su errático actuar. Y así consiguió que, hasta su otrora monago don Diego, tuviera que emigrar. Pipiolo y prepotente, zahería a los chicos insultando a Burguillos sin pudor de su celotipia…
Quede claro que Burguillos no le guardó cuenta alguna para saldar. En los reencuentros con amigos de la Safa, poco o nada se habló de Navarrete. Casi le estaba agradecido. Y pensaba que en sus atropellos no había maldad reposada, madura… Eran rabietas, chiquilladas con las que pretendía reparar su frustrado afán de liderazgo. Que una burda racionalización le hacía los dedos saboteadores de su etéreo, inexistente plan educativo. Y que la razón última de su ineficacia se la endosaba a los demás: a Burguillos, a Sebastián López y a tantos alumnos excelentes que eliminó sin escrúpulos.
Se admiró Burguillos de que Bermudo, Mendoza y otros jesuitas le prestaran su aquiescencia y corresponsabilidad tantos años, en tantos desmanes.
En posteriores encuentros de Úbeda, coincidieron gozosos, víctimas de las demasías de este hombre. Otros había tan resabiados que ni con lazo se consiguió acercarlos. Alguien contó a Burguillos que a más de una veintena, bien situados, mejor tratados por la vida que por la Safa, les hubiese gustado celebrar un encuentro con Navarrete. Y sin resquemores, hacer un bonito acto humano de comprensión mutua y de fraternidad. Que la vida en definitiva es un río… Y las personas, sus piedras. Y, como ellas, en el roce y discurrir de la coexistencia nos pulimos, maduramos y disculpamos. Y que Burguillos le daría el primer abrazo…
Haciendo un dolorido y sincero balance, Burguillos llegó a la conclusión de que aquella Safa, que vivió y padeció entre 1956 y 1962, anduvo a tientas en la formación de sus futuros maestros. Fue hábil, seleccionando en sus Primarias. Pero dormida en los programas y ratio studiorum de los años de la Fundación. Y resignada por dejar al arbitrio de cada profesor o inspector la enseñanza y formación de los alumnos. Cierto que mejor es arar con los bueyes disponibles que dejar el campo sin sembrar… Pero es que allí todos, sagrados y sin consagrar, todos eran bueyes. Y ritmo de tales imponían a aquellos potros de buena sangre. Los mismos profesores, los mismos programas y textos… Y la misma didáctica secular: lección magistral, memorización y, a pesar del nivel intelectual de los escolares, ¡miedo! Bien se le alcanza que la enseñanza personalizada era impensable. Tampoco advirtió afán alguno por redondear la formación de aquellos valiosos muchachos… Los idiomas, un pasatiempo eran. La música nunca llegó a ser asignatura. Abundaban en cambio las clases de Dogma y de Moral…
Acaso en esta cortedad, hubiera miedo de que los alumnos, una vez formados, abandonasen la Safa… O, quizá, porque proyectar a lo grande excedía a la Dirección de la Safa… Pero ¡qué lástima tener vegas sin roturar y jinetes con mucho caballo y poco corazón!

 

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