18-09-2008.
Ya ves, querido amigo Loren, una gran espada de Damocles pende sobre nuestras cabezas. Me refiero a lo del Cambio Climático ese del que tanto se está hablando últimamente. Me figuro que no te quedarás indiferente y prestarás credibilidad ante tanto infortunio como se nos anuncia, ya que quienes lo presagian son científicos bien documentados, empezando por la mismísima ONU que ya nos lo ha advertido con toda frialdad como un hecho irreversible y que en España empezarán a notarse los efectos a partir de 2020.
Aunque ya se están apreciando los veranos más largos y calurosos y la escasez de lluvias. Si bien, la falta de precipitaciones ha sido algo endémico en nuestras latitudes, baste recordar lo de la “pertinaz sequía” como uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis que cabalgaban para derrocar al franquismo, junto a la “amenaza comunista”, “la conspiración judeomasónica” y el “bikini”.
No te lo tomes a broma, Loren. También ADENA ya ha advertido que los diez ríos más caudalosos del planeta se están secando; que la desertización avanza a un ritmo de veinte mil hectáreas al año, o lo que es igual: veinte mil campos de fútbol; que el hielo de los casquetes polares se está reduciendo, incluso que el del polo Norte desaparecerá, por lo que consecuentemente el nivel del mar aumentará en seis metros; amén de tormentas, ciclones, huracanes y devastadores tsunamis.
Esperemos que, ante tantas aseveraciones científicas, se cuele un pequeño rayo de esperanza, como podría ser el “baile” de alguna cifra matemática que descuadre, aunque sea un poco, ese fatal resultado. A este respecto me gustaría recordarte, dilecto amigo Loren, a aquel gran oceanógrafo francés, ecologista y naturista, Jean Cousteau, quien predijo al principio de la década de los sesenta que al Mediterráneo le quedaban como mucho cuarenta años de vida. Su razonamiento era impecable: un mar prácticamente cerrado, elevada evaporación y salinización, vertedero de cloacas y demás contaminaciones industriales del sur de Europa y norte de África, pesca abusiva, esquilmación de caladeros, lavado de petroleros y extinción de especies. Pues ya ves, Loren, cómo vemos al querido “mare nostrum” en la actualidad: no creo que esté muerto ni mucho menos. La capacidad de regeneración de la Naturaleza es asombrosa: lo que el hombre destruye durante el día ella lo construye durante la noche. Lo malo es cuando el hombre se dedica a destruir día y noche.
Pero no nos alejemos de la filosofía que inspiró la creación de esta Atalaya, que no es otra que hablar de lo nuestro, de lo que nos afecta a los ubetenses y a toda esa amplia zona que se divisa con este periscopio que surge de este inmenso mar ondulado verde-plata de olivos. Así, si esas negras predicciones se cumplen, aunque no sean en su totalidad, el porvenir del olivar no es precisamente muy halagüeño. La superficie regable crece sin cesar, de tal modo que hay años que no se dispone de toda el agua necesaria. Por otra parte, si los recursos hídricos van a disminuir en un 30 por ciento en 2020, como se prevé…, pues ya la tenemos amigo Loren.
Pero, antes de aventurar conclusión alguna, debemos echar un ojo para ver cómo están los olivares. Nos encontramos con que el 33 por ciento del olivar jiennense es de regadío, 156.000 hectáreas. Estos mismos parámetros, a nivel de Andalucía, son el 17,5 por ciento y 259.000 hectáreas. Cantidades referidas a riegos totalmente normalizados y regulados. Además tenemos otro tipo de regadío, el no regulado y, por lo tanto, pendiente de regulación, que se reparte así: 56.000 hectáreas que se abastecen de agua de presas, 9.000 hectáreas regadas con aguas subterráneas (pozos), y otras 14.000 hectáreas con aguas procedentes de ríos no regulados. Total, 79.000 hectáreas. Suma y sigue, Loren. Es difícil saber si estas cifras se han detenido.
Y no queda ahí todo, porque existe el macroproyecto “Tierra”, nada menos que del gigante del aceite de oliva, el Grupo SOS Cuétara, que ya lo ha presentado en la Comisión Nacional del Mercado de Valores, para plantar 10.000 hectáreas de olivar al año, en Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha. Pero este macroproyecto será el punto de partida del próximo artículo de esta Atalaya.