Nací en el 48

 

Nací en el 48. Mi madre siempre me dijo que fue el año de los cuellos anchos. Para los que no estén al tanto de aquellos años, la gente comía poco y los cuellos de las camisas quedaban algo holgados.

De mi infancia en la escuela maternal con las monjas de Cristo Rey recuerdo una frase que, con el tiempo, descubrí que la decíamos porque la oíamos así, sin saber el significado, pero que a nosotros nos servía:

Madre, tengo ganas de hacer las «esaguas», mayores y menores.

No pedíamos ir a la toilet ni al baño. Ni tampoco recuerdo dónde estaban.

Mucho más recuerdo mis años de infancia en Primaria en la Safa de Alcalá la Real; a mis maestros, mis compañeros de colegio y correrías; los campamentos de la OJE en la maravillosa sierra de Cazorla; la excursión en camión a la leche Puleva en Granada; un guantazo de don Bernardo, que era bastante pegón; la correa de un tal don Andrés, ensañándose con algunos que no se aprendían las tablas. Un recuerdo especial para don Pascual, suegro de Enrique Hinojosa, un maestro como pocos, oído finísimo, amante de la música, profundamente religioso y encargado en sus horas libres de su librería-papelería -quien, la mayoría de las veces, fiaba- y de repartir el queso americano y la leche en polvo entre los más necesitados del pueblo. Mi madre me enviaba a su casa cada vez que venía el camión con el reparto.

Con 12 años, después de aquella prueba en Baena, pasé al internado de Úbeda para estudiar Magisterio. Aquella noche del 4 de octubre del 60, y después de seis sonoros guantazos que me cayeron sin comerlo ni beberlo, supe que iba para maestro. En otra ocasión os contaré anécdotas y vivencias inolvidables que ni el tiempo ni el alzheimer conseguirán borrar de mi memoria.

En el 64, mis padres emigran del pueblo a Sant Felíu de Guíxols, en la Costa Brava. Yo, en vacaciones, cogía largos trenes que iban hacia el norte… como canta Sabina en su canción. En octubre, mis compañeros me esperaban para que les contase algo sobre la maravilla de las playas, las extranjeras en bikini, las discotecas, los ligues y las vivencias que ellos no acertaban a soñar más que en alguna película de Esteso, Ozores y Alfredo Landa, cuando la época del destape. Pero esto es muy posterior.

Después del verano del 67, con la carrera bajo el brazo, mi familia se instaló definitivamente en Valencia. Un año de camarero en una discoteca; tres años en los salesianos de maestro, cuatro mil quinientas pesetas al mes, sin seguridad social, ni pagas extra, ni paga de verano; dos años de mili en la Marina: Cartagena, Vigo, Tenerife y Las Palmas; y vuelta a casa. Un año en una academia y decido irme a Inglaterra en busca de mejor fortuna.

En el 74 desembarco en Rugby (Warwickshire), con un billete de avión sólo de ida y seis mil pesetas en el bolsillo.

¿Qué le trae a usted por aquí?

Turismo.

Poco money para hacer turismo.

Pasó un mes y decido quedarme también en agosto. En septiembre pienso que sería bueno residir todo un año, aprender inglés y volverme para el verano. Me asignan el friegaplatos del restaurante y al cabo de un tiempo, como tengo título y sé leer y escribir en castellano, me ponen una pajarita y paso al restaurante a poner los cafés. A todo esto ya digo correctamente yes en perfecto inglés y como no tengo permiso de trabajo, obligatoriamente tengo que hacer un mínimo de 15 horas semanales en una escuela politécnica. Me matriculo en Arte, no hay mucho que hablar y si mucho que pintar la mona. Paralelamente trabajo de camarero los fines de semana, las noches y siempre que salía de clase. Trabajaba «de extrangis», como la mayoría de los sin papeles que hay ahora en nuestro país.

Pero, hete aquí, que un buen día aparecen a cenar en el restaurante Amando Francés, agregado de educación, el jefe de la oficina laboral de emigración de Birminghan y un maestro de Pamplona que estaba dando clases a los hijos de los emigrantes a través del convenio entre Exteriores, Educación e Instituto Español de Emigración. Me ofrecen la interinidad a través del MEC y el reparto con Félix, el pamplonica, de toda la zona centro de Inglaterra para clases de lengua y cultura españolas a los hijos de los emigrantes. Los lunes, rugby; martes, Stratford; miércoles y viernes, Leamington Spa; jueves, en Nottingham; sábados, en Coventry; y los domingos me los dejan libres. O sea, que puedo irme a Londres. En esta maravillosa ciudad conozco a compañeros que están haciendo el mismo trabajo y en un concursillo consigo acercarme a Epsom, cerca de Londres y al barrio de Fulham. En otro concursillo accedo al recién inaugurado colegio español de Portobello, Vicente Cañada Blanch, bilingüe y, además, de vicerrector. El año anterior había accedido al Cuerpo de Maestros al aprobar unas oposiciones restringidas que se convocaron en Bonn para todos los que ejercíamos en el exterior.

En el 80 me caso con una española con la que felizmente sigo y en el 82 decidimos volvernos a la madre patria. Fijamos nuestra residencia en Olocau (Valencia). Plantamos un árbol y tuvimos una hija en el 84. Mi doña y yo trabajamos en Valencia y al cabo de un tiempo, de común acuerdo, nos vinimos a Madrid, porque mi señora es madrileña. Vendo «todas mis posesiones» y después de un año en casa de los suegros y dos de alquiler, aterrizamos en un pueblo a seis km de Madrid que se llama Pozuelo de Alarcón. Me desplazo a Fuenlabrada, cada día, a dar mis clases y en el concurso me conceden definitivamente un colegio en mi pueblo. Y aquí estoy y aquí seguiré, por lo menos hasta que termine de pagar la hipoteca.

He sido cuatro años concejal. Lo soy de nuevo, siempre a tiempo parcial: yo no dejo mis clases, y estoy en la oposición por mucho tiempo. Aquí gobierna el PP en la proporción de 16 a 9.

En fin, «no me cuentes tu vida que es muy triste», como diría el castizo, pero es la mía.

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