El maestro de Arroyoverde

“A Pepe Aranda, por la devoción que tiene a sus educadores”.
Don Fabián ya era viejo y jubilado, pero su juventud se mantenía aún en la mirada. Había vivido durante muchos años entre la gente menuda de un pueblecito dormido sobre los primeros repechones de la sierra, alisado en sus arrabales por las choperas del arroyo que le daba su nombre. Don Fabián era el maestro, el único maestro que había tenido Arroyoverde. Había llegado un día de otoño con la maleta llena de libros y primaveras. Nadie había salido a recibirle. No supo encontrar la escuela, tampoco la iglesia. Solamente los brincos de unos niños y la sonrisa de Teresilla dieron testimonio de vida, en aquel lugar de olvido, al maestro que llegaba.

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Nací en el 48

 

Nací en el 48. Mi madre siempre me dijo que fue el año de los cuellos anchos. Para los que no estén al tanto de aquellos años, la gente comía poco y los cuellos de las camisas quedaban algo holgados.

De mi infancia en la escuela maternal con las monjas de Cristo Rey recuerdo una frase que, con el tiempo, descubrí que la decíamos porque la oíamos así, sin saber el significado, pero que a nosotros nos servía:

Madre, tengo ganas de hacer las «esaguas», mayores y menores.

No pedíamos ir a la toilet ni al baño. Ni tampoco recuerdo dónde estaban.

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