Hoy cumples diez meses…

Querido Saúl:
Cuando ahora lo que se lleva mayoritariamente son textos cortos, fríos y mutilados para felicitar o resaltar algún evento o cumpleaños, a través de las redes sociales modernas (Facebook, Whatsapp, Twitter, Instagram…), yo -siendo ya mayor- he preferido escribirte esta carta, a la vieja usanza, que me parece más sincera y amorosa para felicitarte por tu décimo cumplemés, ya que, en tu primer y segundo año de vida, cada treinta días, me parece una fiesta a celebrar, sin aspavientos ni alharacas, pero con gran alegría de mi corazón, ya que tú, mi segundo nieto, me estás haciendo pasar momentos tan agradables y dignos de vivirse, mientras tengo la suerte de tenerte entre mis brazos, cual abuelo enamorado, que nunca podré olvidarlos.


Estoy deseando verte, todas las mañanas, en la puerta de mi casa, cuando tu madre te trae, con esa sonrisa abierta y franca, acompañada de tu graciosa expresión facial, tan linda y comunicativa, con la que siempre me recibes cada día. Se ve que hay una empatía especial entre nosotros dos y lo que yo siento por ti lo veo bien reflejado en ti, tanto es así que creo que nos necesitamos el uno al otro como el hambre y el comer o la sed y el agua…
Llegas a casa de la abuelita, tu territorio comanche, también de tu querido hermano Abel, en el que el paraíso terrenal infantil se hace realidad y todas las habitaciones son lugares de juego habitables para ejercer tu poderío de mando en plaza, habiendo llegado el último a nuestra familia y siendo ya el primero, juntamente con Abel.
Qué mejor pago que tu sonrisa y contento al querer echarme los brazos en cuanto me ves, sintiéndome yo tan dichoso, cual si me hubiese tocado la lotería de la vida en millones de sonrisas, besos y abrazos al tocar tu piel nueva y aterciopelada y sentir esa inocencia infinita tan cerca de mi corazón y semblante; aunque llevas ya -casi un mes- que tus intereses locomotores te dictan irremisiblemente caminar por el piso y la calle con unas ansias desenfrenadas de hacerlo solo, aunque ahora sea mi espalda (y las de tus familiares más cercanos) la testigo dolorosa incuestionable.
Aunque no has entrado en la etapa mágico-simbólica de tu hermano Abel, en el que la mezcla de realidad y fantasía es un hecho consumado, tú, Saúl, vas camino de ella pero con pasitos cortos que te van dictando tu maduración física y psíquica personal, aprehendiendo todo cuanto te rodea con unas ansias de observación dignas de resaltar. Así, todo lo que sea música, colorines, nuevos sonidos o ruidos llaman tu atención más prístina e inocente. Si tu hermano está viendo la televisión, cuando sale el anuncio del Cola Cao o las presentaciones de los dibujos animados que Abel desea (Simòn, Peppa Pig, Doraemon…), por ejemplo, son tu delicia audiovisual más gourmet; tanto es así, que paralizas la actividad que estés realizando y miras miméticamente a la televisión para quedarte embobado como solo lo sabe hacer un bebé de diez meses, bien llevaditos, como tú…
Espero que cuando tengas edad y sabiduría suficientes para entender esta epístola “abuelil”, sepas captar lo mucho y bueno que tu abuelo materno te quiso, te quiere y te querrá siempre.
Lavarte frecuente las manos en el bidé o lavabo, refrescándotelas en este verano tórrido sevillano; desbaratar cualquier estantería o cubículo para desentrañar sus misterios, por bien colocados que estén; rasgar o romper a pedazos cualquier revista (libro o periódico) que caiga en tus manos, amasándola y tratando de comértela a bocados; pues todo tiene que pasar por tu boca, en donde se encuentra tu mayor lugar de aprendizaje y deleite, como buen infante que eres; y que, si cae alguno trozo de papel en tu boca, cuando trato de quitártelo, intentas cerrar fuertemente tus labios para que no lo consiga, mientras te ríes angelicalmente; saltar en nuestra doble cama, con una vitalidad y fortaleza digna de futuro gimnasta y más si te he preparado diciendo en broma «¡a tiraaarlo, a tiraaaarlo…!»; explorarlo todo cuanto te rodea o está a tu alcance, con esas maravillosas y tiernas manecillas que todo lo saben manipular, incluso amasando con tus afiladas uñas la carne ajena que caiga en ellas; comer ya en tu trona, como niño más mayor, agarrando los alimentos y llevándotelos a la boca -cual primitivo instinto de mamífero- con tus primorosas manos, etc., son algunas de las muchas acciones que sabes ejecutar de maravilla y que te sirven para estar distraído y entretenido gran parte de la jornada en casa, pues no paras ni un momento, a no ser que te duermas plácidamente al pecho de tu madre o con el traqueteo del empedrado sevillano, montado en tu carrito doble, en el que viaja Abel también muchas veces, y el que está deseando que desocupes para sentarse él más cómodamente, cual niño más pequeño y mimado…
Salir te encanta, haga el tiempo que haga. Cómo se te notaba papalmente el tiempo de confinamiento que has estado encerrado en tu casa. Era ver el sol y la luz por la ventana y se te encendían los dos faros de tu carita de cielo, acompañados de una sonrisa de oreja a oreja, sin entender órdenes de prohibición inhumanas; y, si se tarda en salir al exterior, tus protestas son suaves al principio y más de veras conforme pasa el tiempo, pues te cabrea que te hagan esperar demasiado, hasta que consigues lo que quieres: la libertad, en dulce y buena compañía que sepa entenderte, cogerte en brazos y pasearte para que tú no dejes de mirar y observar continuamente todo lo interesante que a tu altura se te vaya presentando.
¡Muchos besos y abrazos para ti, el chiquitín más grande y guapo de la Tierra! ¡Espero y deseo que cumplas muchísimos más…!
Sevilla, 19 de julio de 2020.
Fernando Sánchez Resa

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