Por Fernando Sánchez Resa.
Cuando actualmente es vergonzoso decir que no eres feliz, declarándote abiertamente como persona negativa, ha llegado a nuestro alcance -como curalotodo- este hipotético e inventado bálsamo de fierabrás para obligar -subrepticiamente- a cada individuo a ser feliz, creando hipocondríacos emocionales a mogollón. No podía venir de otro lugar que de Estados Unidos, en donde bien saben exportar y vender todo cuanto se les ocurre para que el marketing y el dinero fluyan por sus bolsillos.
La imperfecta democracia ya se ha quedado corta y esta nueva ciencia positiva, nacida de la psicología americana, promete un nuevo sistema político, en ciernes, que ya va cogiendo bríos, aunque todavía no se encuentra abiertamente escrito en los diferentes programas de los partidos políticos españoles, en la larga, tediosa y frustrante campaña electoral que nos tienen montada actualmente; aunque hasta es posible que, por decreto ley, a cualquier gobierno de turno que se le antoje, la instituya y ya estemos todos contentos, aunque vacíos de buenos sentimientos y fundadas esperanzas. «Predicar no es dar trigo», decía muchas veces mi padre, refiriéndose siempre al político, tahúr o agitador religioso o social de turno…
Desde siempre, casi todas las religiones, especialmente las monoteístas sin descartar al resto, han propuesto y prometido esa felicidad individual que se alcanzará cuando se pase a “mejor vida”. Lo de la “happycracia” es un paso más. Como estamos hartos de oír que el cielo y el infierno ya no está en el más allá, sino aquí mismo, ¿por qué no prometer tener -falsamente- el primero, aunque estemos consiguiendo precisamente lo segundo?
Y así ves al españolito de a pie (y al habitante del planeta tierra, en general) siendo asaeteado por libros, imágenes, recetas, consejos prácticos…, incitándolo al egoísmo más exacerbado y puro con tal de alcanzar ese nirvana permanente de la felicidad individual, anunciada a bombo y platillo por ciertos medios de comunicación, ya sean sociales, políticos, audiovisuales, particulares o del tipo que sean.
Es preciso olvidar aquello que se reza en la Salve a la Virgen María (“que este mundo es un valle de lágrimas”), aún sabiendo que el dolor físico y psíquico (y los problemas de todo tipo) existen fehacientemente, aunque nos lo quieran ocultar o edulcorar, como al infante que ha de mantenerse en una pompa de cristal ajeno a los problemas del mundo, por no hacerle sufrir anticipadamente.
Podemos comprobar, también, lo obsoleto que se ha quedado “el servicio a los demás y al prójimo” (siendo tan súper necesario para una sociedad en verdadera armonía), aunque se haya inventado, a cambio, el término empatía; y más, en nuestra sociedad occidental del siglo XXI, olvidando la auténtica y reconfortante satisfacción personal que ello produce.
Pues no, ahora toca -nos piden; mejor, nos exigen al dictado las fuerzas (no tan ocultas) que mandan en este nuestro mundo real-, engatusándonos con que lo que más mola y reconforta es la felicidad individual y que se puede conseguir a la voz de “ya”, con una efectividad de casi el 100 por 100, sin tener realmente en cuenta las voluntades ajenas, olvidando que la vida de cada individuo se conforma con múltiples variables: genética y ambiente, más los problemas añadidos que los políticos y la sociedad de turno les traigan aparejados…
Es mejor mentir y creer que la “happycracia” está cerca y la tenemos tan a la mano, cual clic de nuestro móvil u ordenador, aunque aumente, por el contrario, la ansiedad y la depresión, provocando una “vigorexia” emocional y promocional, plagada de “happycondríacos”…
Hoy se ha puesto de moda y es casi obligación que en las empresas se pasen cursos de resiliencia y mindfulness para encontrar el bienestar en el trabajo y aumentar la productividad. Lo mismo está ocurriendo en la educación, cuyo objetivo primordial es buscar por todos los medios que el alumno sea feliz, importando mucho menos otros cruciales objetivos… Todo sea por el negocio y el envilecimiento generalizado.
Más grande y estrepitosa será la caída de ese pedestal artificial al que nos quieren hacer subir; ya inventarán otro término, sistema o negocio que nos vuelva a enredar y frustrar hasta el infinitum o hasta que la propia vida personal, en el desarrollo natural de sus diferentes etapas y vicisitudes, nos haga “bajar del burro” y poner los pies en el suelo. Con este hipotético sistema político (“la happycracia”), pasará como cuando acaba cualquier aburrida campaña electoral y terminan las elecciones, entrando en el tiempo real, en donde se hallaban las falsas promesas que se han convertido en agua de borrajas irremisiblemente…, produciéndose la esperada caída del absurdo prometido; hasta que de nuevo lleguen otras elecciones u oleada de efectismo banal que intente captarnos -una vez más- en sus redes, para volver a sucumbir nuevamente. Igual que la vida misma que nos quieren fabricar, tanto a nivel individual como colectivo, a pesar de que hayan institucionalizado el Día internacional de la Felicidad…
¡No nos dejemos engañar, una vez más!
Sevilla, 22 de marzo de 2019.