De lobos y rebaños

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Bipolares, histéricos, esquizo, oligo-, aquejados de idiocia, simples de solemnidad, pasmados, egocéntricos hasta el engaño, canallas, mentirosos compulsivos, tontos útiles, sectarios, egoístas, ramplones, descastados y desclasados, clasistas y xenófobos, peleados con el mundo, indecisos, frustrados de sí mismos… ¡Borregos de toda clase, uníos!

Porque, seguramente, de vosotros es el reino de la tierra.

Sin embargo, recuerdo aquella canción, gritada a grito pelado por Víctor Manuel, que decía: «¡Déjame en paz, que no me quiero salvar!». Porque, desde siempre, hubo y siempre existirán nuestros salvadores, lo queramos o no. Y cuentan con la pléyade de borregos citados (y más) que están dispuestos a serlo, que es más fácil eso que tener que pensar y decidir por uno mismo.

Viendo el panorama que nos rodea, el de los posibles salvadores nacionales, autonómicos y separatistas de varia bandera, la verdad es que deberíamos echarnos a temblar y no ser tan dóciles al plan de nuestra salvación. Porque resultan ser miembros del rebaño borreguil a los que, por alguna circunstancia, se les ha puesto al cuello el esquilón. Y -¡tan, tan, ton…!- se mueven y pasan delante de los demás, pretendiendo llamarles la atención e irse al frente del rebaño.

Los borregos amamos nuestros prados verdes o algo mustios, pero prometedores de nutrientes, rico alimento para sentirnos felices y satisfechos. Llega el del esquilón -¡tolón, tolón!- y nos pasa por al lado y nosotros le seguimos con docilidad, algo recelosos -es cierto-, por si acabamos perdiendo el pienso que ya teníamos asegurado. Pero como es el del esquilón, y por algo debe llevarlo, pues que le seguimos. De vez en cuando, hay alguno del rebaño que se hace el remolón, que finge despistarse y no atiende al movimiento gregario y general; pero eso es o un lapsus, o un sueño, o mero postureo, para que se fijen en él y hacer méritos para llevar también esquilón.

Aunque, claro, esquilones no hay para todos y entonces, de ser así, no servirían para nada; que aquello se convertiría en una orquesta de instrumentos desafinados y discordantes. Es la lógica de las manadas, de los rebaños y de las orquestas, que uno lleve esquilón o tenga batuta.

En cierta manera, no nos preocupamos de quien nos lleve o dirija. Lo importante es que nos dejen pacer tranquilamente. Por ello, hay tanto aspirante a salvador y cuidador de rebaños; es, además, que se les exige poca cualidad o mérito, sólo que lleven el esquilón. Comamos.

Mas no olvidemos que al rebaño, y a los del esquilón incluidos, los vigilan los perros. Los perros son quienes realmente hacen que el rebaño se dirija hacia un lugar o hacia otro, que se detenga y descanse, que coma en paz, o que se recoja en la majada o el establo. Muerden el talón de quienes se detraen demasiado o no cumplen con diligencia sus órdenes; muerden, incluso, a los del esquilón, cuando parece que no cumplen bien sus órdenes y no convencen a la manada. Los perros son clase dirigente selecta, bien entrenada. Saben cumplir sus cometidos, no vacilan en ello, y además no solo aprenden a hacerlo bien, sino que también pueden aprender cosas nuevas y nuevas actuaciones. Los perros se saben necesarios, pero también saben que se deben a una autoridad superior, a la que no pueden defraudar, porque ello les costaría el trabajo e incluso la vida.

Los perros están autorizados a comer junto al amo y a comer de su mano; si trabajan bien, hasta reciben premios. También pueden dormir cerca de quien les manda, no junto a los borregos. Son maravillosos los perros. No deben quebrarse la cabeza en pensar demasiado una vez conocida su misión; se ejecuta y basta. Aunque no nos olvidemos, también entre los perros hay quienes mandan, tienen más autoridad entre ellos. Son jefes de su manada y ¡ay, el que quiera arrebatarles el mando! La jerarquía se gana y desde luego se impone.

Esto sería todo cierto y seguro si no hubiese un factor distorsionante y peligroso en este paisaje bucólico. Y es que existen los lobos, parientes de los perros, pero más ambiciosos. Y, para ello, no dudan en utilizar la insidia, el engaño y, si hace falta, la violencia para alcanzar su ambición desmedida. Siempre a costa del rebaño, claro. Por eso, el profeta no dudó en advertir que podría haber lobos camuflados con piel de cordero y así, bien mezclados entre el grupo, listos para el asalto definitivo.

Y hay más de los que el tranquilo borrego se imagina, adormilado en su pacífica manduca.

Esos lobos hasta engañan a los perros. Van llevando al rebaño hacia la emboscada con suavidad ejemplar; tal vez, hasta lleven esquilones. ¡Qué fuerte balan estas ovejas!, ¡qué raro lo hacen! Borregos y perros se extrañan del tono, del volumen y de lo que balan estos tan raros; pero les resulta atractivo; se paran a escucharlos. Nunca habían oído tal canción, tan ajena y, a la vez, tan cercana. Les encanta. No saben que van al matadero, al sacrificio, al desastre; pero qué bien van, qué ordenaditos (a estas alturas, los perros puede que hayan cambiado de bando)… Queda la duda de si el alto mando sabe de esta situación o, incluso, la fomenta; pues, a lo mejor, le conviene cobrarse el seguro del exterminio del rebaño. Cuando las ovejas se creen otra cosa, o pretenden serlo, cuando se mecen en ensoñaciones absurdas, que son cabras locas o jirafas o que pueden volar, o en deseos imposibles, los perros quedan estupefactos y los lobos encuentran ocasión propicia.

Somos mero rebaño. Y lo desgraciado es que seguimos a los lobos. Hasta nos ofrecemos en sacrificio por su causa, tan alegremente. Si hace falta chillar, desgañitarse, atacar a otro rebaño, también de corderos de otra estirpe, pues que allá lo hacemos; balamos más fuerte que los otros, los tratamos de cabrones y cosas peores, nuestros perros nos dirigen a la carga contra los otros, a mordiscos si hace falta los sacamos de nuestro prado (o lo intentamos, que puede ser que seamos nosotros los expulsados). Con los restos de la trifulca, seguro que alguien se hará un buen guiso.

Tal vez deseemos que nos gobierne un ser superior, el dueño de los lobos o lobo mayor, el que tiene a los perros a su segura disposición. Tal vez y visto, que el borrego más que borrego quiera parecerse a la cabra, que siempre tira al monte en sus sueños bien alimentados; pues que sea necesario quien dirija bien a todos los rebaños, los apaciente con mano firme, mientras les garantiza que, al menos, no les atacarán los lobos si se portan bien. Hasta pudiera ser que, quietecitos y sin alborotos, pudiésemos comer y dormir con la tranquilidad de sabernos cuidados.

En realidad, estamos pidiendo a grandes voces que se nos meta en vereda y nos dejemos de chorradas. Cuando eso pase, que no venga nadie quejándose. Lo peor es que a los lobos habrá que darles su ración de carne.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta